El jueves, durante el programa En la mira, de VTV, al senador y ex presidente José Mujica le preguntaron qué opinaba sobre el proyecto de derogación del delito de abuso de funciones. Se refirió brevemente a eso y, haciendo pie en que a su gobierno se le critican actos a los que se les podría aplicar esa vaga tipificación penal, arrancó en otra dirección. Lamentó que no esté vigente la Ley de Duelos, porque “hay cosas que se arreglan así” y “no conversando”.

“Cuando a usted le tocan el honor —dijo—, y dale y dale y dale y dale, ¿cómo lo puede arreglar?: la única manera es eso”. Y abundó: “Cualquier mequetrefe dice cualquier cosa y la ley de prensa lo ampara; [...] el que es legislador tiene fueros de legislador. Entonces, ¿qué hace [el presuntamente injuriado]? Lo agarra a los piñazos. Yo tengo 82 años, me llenan la cara de dedos. La única que me queda es esa [...]. No puedo agarrar con la espada porque soy un viejo, pero por lo menos a los tiros capaz que anda”.

Son afirmaciones que sorprenden en alguien que propuso, durante su mandato, una interesante “Estrategia por la vida y la convivencia”, fundamentada en la necesidad de afrontar el aumento de la violencia y “la instalación de formas de comportamientos en nuestra sociedad marcadas por la intolerancia y la falta de respeto hacia formas tradicionales de convivencia pacífica”. También sorprenden, por supuesto, en alguien que fue mencionado como posible candidato al Premio Nobel de la Paz.

En tierra oriental se llevaron a cabo duelos al margen de la ley, criollos y urbanos, desde antes de que en ella hubiera un país. En 1920, tras el sonado duelo en el que José Batlle y Ordóñez mató a Washington Beltrán, ese tipo de enfrentamiento se legalizó de apuro (aunque pronto se tomaron precauciones en la “preparación” de las armas, transformándolos por lo general en una farsa). En 1992, la Ley de Duelos fue derogada. El proceso descrito en este párrafo se llama civilización.

¿Qué se puede “arreglar” con un duelo? Aun sin internarnos en la difícil definición del honor, es obvio que no se mide por la puntería ni por la destreza en el uso de un sable. Mujica es legislador; en el caso de que realmente considere necesario restablecer la legalidad de los duelos, haría bien en presentar un proyecto e indicar, en la exposición de motivos, si piensa que quienes intervienen en debates políticos deberían abstenerse de cuestionar a alguien más joven, más fuerte o más entrenado en el manejo de armas, por temor de que los lastime o los mate (y, en cambio, sentirse libres de denigrar a los viejos, los débiles y los desaventajados).

Habrá quienes piensen que es una cuestión menor en el actual panorama nacional, o en una semana en la que comenzó a discutirse el proyecto de Rendición de Cuentas, y se informa que la actividad económica creció 4,3% en el primer trimestre de este año con respecto al mismo período de 2016. O quienes consideren que no hay que tomarse en serio este tipo de dichos de Mujica, porque sólo son parte de la construcción de un personaje electoralmente atractivo para ciertos sectores sociales. Pero lo dicho por alguien con tantos admiradores influye, persuade, convence. Y, en este caso, daña.