Según la RAE, cesura se define como: en la poesía moderna “corte o pausa que se hace en el verso después de cada uno de los acentos métricos reguladores de su armonía”. Utilizo, por tanto, cesura como aquello que simboliza un corte con respecto al discurso anterior. La originalidad del título no se debe a mi ingenio, sino al de Jorge Armesto en su artículo para Saltamos.net. Sin embargo, esa cesura querría plantearla en otros términos.

Es verdad que la moción viene inmediatamente precedida de otro de los más grandes casos de corrupción del partido de gobierno, el Caso Lezo. En las grabaciones se podía escuchar al ex presidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González hablando con un ex ministro de José María Aznar, Eduardo Zaplana, sobre cómo poner y quitar jueces o fiscales para llevar dicho caso. A la sazón, Ignacio González, como principal cabeza política de la trama, dejaba caer que él era siempre consciente de que en algún momento lo podían cazar con las manos en la masa, pero que confió en el buen criterio del partido para que todo aquello no quedase más que en unos cuantos años de cárcel. Sumado este caso a los anteriores, y ante la pasividad del presidente, era obvia la necesidad de hacer que se diesen explicaciones en un sistema que se presupone parlamentario (y no presidencialista). Por este motivo existe este procedimiento parlamentario: para cuando la situación es de urgencia o para llamar la atención al gobierno ante su posible descaro institucional.

Es verdad también que la mayor parte del debate giró en torno a estas cuestiones de la corrupción galopante que sufren las instituciones españolas… entonces, ¿por qué no se consumó dicha moción? ¿Por qué, al menos, no la han apoyado más diputados y partidos como el PSOE? Y lo más increíble, ¿por qué ese resultado tan extraño, en el que aparecen tantas abstenciones y el PP tampoco saca adelante el asunto con mayoría absoluta? Estas son las grandes preguntas de calado, y por eso vale la pena centrarse en cuáles han sido los discursos preponderantes en torno a lo oportuno o inoportuno de esta convocatoria.

La explicación fácil y sencilla es que el PSOE vuelve a “traicionar” a sus votantes y su ideología, pero esa explicación no goza de mucha popularidad, a tenor de que el socialismo se encuentra en un proceso de rearticulación interna en la que todavía no puede dar grandes pasos. Mucho menos, elaborar por sí mismo una moción o darle a Pablo Iglesias la presidencia. La otra gran explicación sencilla es que todos los demás partidos, de una u otra manera, están manteniendo su propia supervivencia en este contexto, por lo que no les convendría dar pasos en falso y sí acorralar a Podemos. Esta explicación goza de mayor veracidad, pero tampoco lo explica todo, cuando la cuestión de la independencia de Cataluña y la nueva convocatoria de un referéndum unilateral están sobre la mesa. Desde mi punto de vista, la explicación tiene algo más de calado.

Anteriormente a que dicha convocatoria se hiciese efectiva, los discursos sobre la moción de cada una de las partes podían sintetizarse en tres grupos.

El primero es el de quienes estaban de acuerdo y hacían referencia a lo intolerable de que el gobierno siguiese en las instituciones.

El segundo es el de la oposición fuerte a la moción, encarnada por declaraciones en las que se hacía referencia a la convocatoria como “teatro”, “show” y hasta alimento de la “sociedad del espectáculo”, lo cual debe confirmar que Guy Débord es uno de los autores de cabecera de Mariano Rajoy. A eso se le añade la justificación de que la corrupción “se está limpiando gracias a acuerdos” o que los corruptos son la excepción, no la regla. Esta cuestión, la de la corrupción, ha sido la que fundamentalmente ha diferenciado a este segundo tipo de discurso del tercero.

El tercer discurso decía que sí, que efectivamente la corrupción era intolerable, pero era algo ya por todos conocido —ya sabemos cómo es el PP, parecían incluso compadrear algunos con el público—, pero esgrimieron razones formales en el proceso de presentación, que en cualquier otra ocasión no hubieran representado nada importante, para no apoyar a Unidos Podemos. Pero tanto el segundo discurso como el tercero coincidieron en una cosa: la inexistencia de un programa político detrás que les permitiese apoyar a Iglesias. Y, en eso, no deja de faltarles cierta razón.

Aunque es cierto que Unidos Podemos tiene un programa y unos cuadros preparados, en nuestra opinión, no deja de ser cierta la falta de un discurso que llamaremos “tecnocrático”. Esto es lo que le ha pasado factura al grupo de Iglesias desde hace bastante tiempo, ya que es visto todavía como un voto protesta por buena parte de la población, y no como un voto propuesta. No nos estamos refiriendo con “tecnocrático” a algo así como “moderación ideológica”, como muchos podrían pensar, sino a la apariencia de viabilidad del programa, al tono propositivo, a la presentación de medidas, a la altura intelectual… y toda esa aura que reconoce al verdadero y buen hombre de Estado que tomará la decisión correcta al margen de su ideología.

Es este el punto de cesura que es posible que se haya dado en esta moción de censura. Se ha visto a un Iglesias más estadista, que ha propuesto medidas contra la corrupción, de transición energética, igualdad de género y política industrial, que hizo gala de los gobiernos municipales que dirigen, etcétera. Incluso deleitó a muchos con citas de Maquiavelo o del conservador Herrero de Miñón, intentando hacerse entender por el PP. De momento, este discurso no ha sobrepasado ciertas ideas que ya flotaban alrededor del partido y tampoco ha habido mucha concreción más allá del genérico “hay que”, pero supone un cambio exponencial con el discurso desplegado hasta ahora.

Por otra parte, esa cantidad de abstenciones significa otro punto de cesura. Es creíble la imagen de que Podemos pueda tener una actitud infantil de protesta permanente, y que no se lo pueda tomar en serio porque no son serios en sus propuestas. Pero lo que también demuestran esas 97 abstenciones es la imposibilidad del resto de los partidos de votar a favor de que el PP siga gobernando, a no ser que pretendan perder a la mayoría de sus votantes. Unidos Podemos ha arrastrado consigo a buena parte de todos los partidos de la oposición, que no han podido negar lo intolerable del grado de corrupción del país y del PP. Sin duda, esta es una buena noticia para subir el nivel de exigencia por parte de los ciudadanos a sus representantes ante semejante crisis institucional.

En conclusión, la moción no ha sido revolucionaria ni lo pretendía. Pero ha marcado un posible precedente para una posible moción de censura posterior presentada por el PSOE, al cual no le queda más salida que presentar una alternativa de gobierno si quiere tener credibilidad, a la vez que fuerza a buena parte de su electorado a entender la plurinacionalidad del Estado como algo impostergable. A su vez ha elevado la altura moral del Parlamento y, por último, parece que asienta, aunque levemente, un giro en el discurso de Unidos Podemos hacia un tono menos “populista” y más “tecnocrático”.