Los grandes partidos uruguayos, más interesados en las elecciones que en la coherencia, aspiran a una convocatoria casi universal. A menudo se hace política con criterios publicitarios, y parece que todo tuviera cabida en cualquier agrupamiento. Se rehuye la tarea de argumentar para que las personas acepten ideas nuevas, y toma su lugar el empeño en decir lo que a nadie pueda incomodar.
Esto tiene varias consecuencias indeseables: refuerza la idea de que “son todos iguales”, contribuye al desinterés en la política, debilita los compromisos de pertenencia y, por supuesto, dificulta los procesos de cambio profundo. Sobre todo, aquellos que no habían sido definidos expresamente en un programa, aunque podrían derivarse de sus objetivos generales, si estos hubieran sido formulados con mayor contundencia. Le ha pasado por lo menos dos veces al Frente Amplio en el gobierno nacional, primero con el Plan Ceibal y ahora con las normas regulatorias de la producción, distribución y venta de marihuana.
En ambos casos, se trata de decisiones ambiciosas y sin precedentes, cuya implementación es observada con interés desde el resto del mundo. En los dos, persisten importantes discrepancias dentro del propio oficialismo acerca de su conveniencia e incluso de su sentido. Buena parte de las controversias relacionadas con el Ceibal se deben a que no hay consenso sobre su definición como una política de inclusión digital, como una política educativa o como una que, por su propia naturaleza, combina ambas características (pero no se agota en ellas) y debe ser pensada sin preconceptos rígidos. Con lo del cannabis pasa algo semejante: hay un discurso que justifica lo hecho como una política de seguridad pública, orientada a disminuir el poder del narcotráfico; y otro que enfatiza su importancia en tanto política de derechos. En realidad, y obviamente, ambas cosas son ciertas, pero no basta con ellas para evaluar el cambio. En este caso, además, a buena parte de los dirigentes oficialistas no los convence ninguno de los dos discursos, y a todas luces preferirían que esto no hubiera ocurrido.
Es así que, mientras fuera de fronteras el primer día de venta de marihuana en nuestras farmacias era considerado una noticia de gran relevancia, aquí el Poder Ejecutivo decidió el miércoles ignorarla en sus medios de comunicación. Y cuando el presidente de la República tuvo que hablar del asunto en Argentina, su mensaje no dio a entender que estuviera satisfecho u orgulloso. Se refirió al consumo recreativo de cannabis, que nuestro Estado ahora se encarga de organizar, como algo indebido —porque “el organismo no precisa drogas”— y propio de “enfermos” que necesitan ayuda. O sea, su enfoque habitual del tabaquismo, pero con mayor rechazo (si es posible).
Por cierto, fumar marihuana no es una necesidad básica de nuestro organismo, pero sucede que somos seres humanos porque —y en la medida en que— nuestros intereses y deseos van más allá de lo físicamente indispensable. El organismo tampoco “precisa” escuchar música, desarrollar el pensamiento crítico ni imaginar una sociedad mejor, en la cual ya no seamos dominados por la necesidad, sino que podamos asumir plenamente nuestra libertad.