El Frente Amplio (FA) no analizó la dimensión histórica de su victoria. En octubre de 2004 no sólo por primera vez la izquierda ganó las elecciones. Ese último domingo de octubre, hace 13 años que el FA aniquiló al Partido Colorado (PC) y con eso terminó con más de un siglo y medio de hegemonía política.

Lo que el Partido Nacional (PN) no pudo hacer nunca, el FA lo logró en poco más de 20 años. El dato importa por varias razones. En primer lugar, muestra la incapacidad de largo plazo del Partido Nacional, para presentarse como una alternativa viable política y socialmente. Los blancos no pueden camuflar su impronta aristocrática, tan fuera de tono en un país plebeyo como Uruguay. En otro orden, el hecho de que el FA aplastara al coloradismo y lo expulsara de la historia casi sin transición tuvo implicancias políticas que sólo el tiempo pudo transformar en síntomas. La izquierda uruguaya heredó un Estado construido por el PC, con todos sus vicios y todas sus virtudes. El FA se empoderó rápidamente y pudo administrar un Estado centralizado, fuerte y con imperium, lo que para la instalación del proyecto fue esencial y mucho más aun para salir de la crisis de 2002. Pero el paquete también traía perversiones en las formas y en las maneras. El FA instaló una nueva elite política profesional bastante ducha, que se hizo cargo del Estado en un recambio de gestores que por primera vez se hacía de manera democrática. Los intentos anteriores de desplazar a la clase política tradicional habían sido por la fuerza y todos fracasaron. Latorre, Terra y el ejército con Bordaberry padre no lograron sacar de la troya a la elite política profesional, por más poder y fuerza que aplicaron. Siempre volvieron, a la larga o a la corta. El FA es el primero que lo hace democráticamente y la experiencia va siendo exitosa, pero con un defecto: la burocratización.

Heredero del Estado construido por colorados y batllistas, la provisión de cargos políticos, necesarios e inevitables, recrea una elite gestora que depende de sus puestos para vivir; son los nuevos profesionales de la política que, como los anteriores, tienen sus propios intereses, sus particulares dinámicas y que, en general, no quieren grandes tumultos que pongan en peligro su posición o su poder. Esto no significa necesariamente que la gestión sea mala; los hechos muestran que los gobiernos frentistas han sido positivos y mejoraron la situación del país en todas las áreas, pero la herencia burocrática puede tener el germen de dificultades futuras. A la larga se transforman en un freno a la gestión, pues aspiran a continuar su cursus honorum y subordinan, así, el avance del proyecto a su estabilidad en el asiento que les tocó en suerte. La ralentización se está haciendo sentir. Su solución es harina de otro costal, pero para analizar la crisis del FA es una de las claves que, sumada a nuevos factores, crean una coyuntura problemática.

La cultura política de alguna izquierda

Luego del desastre de la Unión Popular en 1962 y bajo el sopor de la Revolución Cubana, la cultura política de la izquierda uruguaya fue teñida por la impronta comunista. El aparato cultural, hegemonizado por la moda revolucionaria con la canción de protesta, las artes y la literatura militantes, abonó una manera de entender la realidad dogmática y, en algunos casos, fundamentalista. Pero si bien en 1973 la izquierda perdió la batalla política, en el largo plazo ganó la batalla cultural, lo que fue clave para la victoria de 2004. Cuba tuvo mucho que ver con ello, Cuba no se cuestionaba, Cuba es la usina de esta cultura política.

Raúl Fernando Sendic marchó al exilio en la isla. El director del Departamento América del Partido Comunista de Cuba (PCC), Manuel Piñeiro, fue su mentor. En Cuba, Sendic tuvo privilegios exclusivos para muy pocos exiliados: libertad de circulación, facilidades para salir del país, un especial nivel de vida. Heredero de un apellido admirado, sin duda, la burocracia cubana puso el foco en él y fue desde ahí que se creó el Movimiento 26 de Marzo, el seispuntismo. Fue el Departamento América del PCC el hacedor del “26” y, casualmente, Raúl Fernando Sendic lo lideró, hasta su ruptura y postrer mutación en Compromiso Frenteamplista, la lista 711. Pero la transformación del grupo y de su estilo de hacer política no anuló las maneras heredadas. Si bien la 711 se aggiornó al sistema democrático, la impronta vertical a la cubana está en el ADN de sus modos. Mas que sintonizar con el talante uruguayo, tienen esa forma de “estilo democrático” con verticalidad autoritaria. Se asemejan más a Nicaragua que al FA histórico. Así, si el comandante en jefe dice algo, no se discute, lo que, traducido al uruguayo, debería ser: “Si digo que soy licenciado, nadie puede objetarlo”. Si utilizo las tarjetas corporativas, lo merezco; si gestiono mal un ente, sólo al círculo inmediato le importa. Podemos hacer un discurso revolucionario, conmovedor, a sabiendas de realizar prácticas vidriosas, muy del estilo cubano y bolivariano en general.

Esta forma de hacer y entender la política hizo cortocircuito con Uruguay, con nuestra historia democrática. Y el vicepresidente no cambió su sintonía, su ADN ideológico; lo más profundo de su formación no se lo permite. Hace años, el profesor Julio Rodríguez enseñaba cómo se había pervertido la burocracia soviética. Exiliado en la Unión Soviética, a su regreso nadie como él conocía los intersticios de aquel poder y de su crisis. “La gente le dice mafia”, contaba de los burócratas que luego de 1990 se transformaron en los nuevos burgueses. No es casual que Compromiso Frenteamplista, enfrentado al laberinto de las sospechas, opere en una clave más parecida a Don Fanucci que a militantes de izquierda. Es el lógico devenir de ciertos estilos políticos, por decirlo de alguna manera.

Gobierno en disputa

Para algunos grupos frentistas, el proceso histórico de la izquierda actual se define como “gobierno en disputa”; es decir, dentro del FA hay alas, algunas moderadas, o no revolucionarias, y otras que por revolucionarias compiten con los primeros para sentar las bases del socialismo o un facsímil. En un ámbito del FA, quien escribe supo escuchar a algún representante de la 711 sostener que en el FA había una “infección ideológica”.

María del Rosario Laitano analiza la situación actual, también, como parte de esta estrategia; es más, la crisis generada por el vicepresidente, sumada al tema Venezuela, forman parte de esta operación que busca dirimir el “gobierno en disputa” para pasar a la “disputa del gobierno”. La jugada, si triunfa, aspira, entre tantas cosas, a relanzar a la izquierda uruguaya por los rumbos que había perdido, por el camino que, otros creen, ha fracasado estrepitosamente, como lo demuestra la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética… pequeños detalles que sólo los moderados tienen en cuenta. Cumplir la profecía de la ortodoxia parece ser más importante que gobernar bien y para todos.

La conclusión de la crisis

El 9 de setiembre, el Plenario Nacional del FA se reunirá para resolver qué hacer con el vicepresidente en base al informe del Tribunal de Conducta Política (TCP). Se sospecha el dictamen del tribunal al que voluntariamente se presentó Raúl Fernando, quizá suponiendo que diría “amén” a las versiones del vice. Pero en Uruguay no es así. En consecuencia, la facción sendiquera pasó a cuestionar la idoneidad del órgano al que voluntariamente concurrió. Nicolás Grab preside el TCP; es una persona intachable y honorable, y tendrá muchos escuderos que sabremos defenderlo.

Será difícil llegar al número que el rocambolesco estatuto del FA fija para sancionar al vice. Ni pensar que Raúl Fernando tenga un inesperado gesto y renuncie motu proprio. De ser así, el FA entrará en una nueva etapa.

La crisis de Sendic condensa una larga cadena de irresoluciones de la izquierda uruguaya. La manera de gestionar de su burocracia, más tendiente al quietismo que a crear una nueva manera de hacer política. Negarse a cambiar los vicios del Estado colorado te puede transformar en él. Sumando a esto los ecos de una cultura política autoritaria, mezcla de mesianismo discursivo con impunidad de gestión, hacen cortocircuito con las tradiciones políticas uruguayas. Y esa manía de ficcionar las crisis, responsabilizando a los otros –aquí se quiso ver el origen en alguna reunión en Atlanta–, ficciones que llevan a la negación, en una modalidad arcaica de encarar la política, sin posibilidades de éxito en la época de internet, de las redes sociales y de la información constante e inmediata. Ya nadie acepta excusas. La posibilidad de ficcionar y así atizar el “gobierno en disputa” es una mala idea, tan mala que se agotó en sí misma. Todas estas contradicciones son, también, el producto de una lucha entre la vieja política de izquierda y una nueva que ya existe, fundada en la democracia, la tolerancia, la transparencia, la claridad en la comunicación, el final del doble discurso, del maquiavelismo, del dogmatismo, de la ortodoxia. El engaño, la ambigüedad, poco a poco van quedando en el pasado, junto a la rueca y el arado de madera, no porque seamos mejores, sino porque el cambio histórico lo impone.

Decíamos que si esta crisis no se soluciona, el FA entrará en una nueva etapa. Si el dictamen del TCP es rechazado o no es tenido en cuenta, si a pesar de sus innegables responsabilidades el vicepresidente hace valer su autoridad vertical y absoluta negando validez al juicio que solicitó, ¿para qué, entonces, existe una orgánica frentista? De ser así, el FA perderá razón de ser como tal. Nadie se irá, pero pasará a ser un simple sello, bajo el cual una miríada de listas acumularán votos gracias a la ley de lemas y nada más. Tal como supo ser el Partido Colorado...