La operación política que llevó a Michel Temer a la presidencia de Brasil aprovechó, entre otras circunstancias, las protestas de grandes sectores sociales salidos de la pobreza durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores, que no se contentaban con eso, sino que aspiraban a tener mejores empleos, ganar más y aumentar su consumo. Por cierto, no demandaban “flexibilidad” para que aumentaran sus jornadas y se redujeran sus resguardos, como establece la reforma laboral impulsada por Temer y sus aliados, sino todo lo contrario, pero en cualquier caso esos sectores, junto con el resto de la ciudadanía brasileña, tendrán en menos de un año y medio la oportunidad de expresar en las urnas qué opinión les merecen esa y otras reformas regresivas.

Mientras tanto, los sectores patronales que sostienen a Temer avanzan todo lo que pueden, y detrás de ellos quieren avanzar sus colegas uruguayos. El mundo, dicen, va en la dirección de esa reforma laboral brasileña, y si no lo comprendemos, vamos a perder competitividad en forma acelerada. Convengamos que, en realidad, los empresarios de este país nunca se han caracterizado por una profunda comprensión de las tendencias de la economía mundial, y casi podría decirse que muchos de ellos suelen comportarse como aquel “aldeano vanidoso” pintado por José Martí, que “da por bueno el orden universal” en la medida en que “le crezcan en la alcancía los ahorros”.

En Estados Unidos, Donald Trump llegó a la presidencia con promesas de proteccionismo comercial y de recuperación de empleos formales muy bien remunerados. El libre comercio internacional anda de capa caída, y China gana cada vez más peso en la economía mundial con un sistema muy centrado en las decisiones estatales. En las cámaras patronales, muchos hacen como que no ven nada de eso y, desde una noche sin fin de la nostalgia, esperan que tarde o temprano regresen, por lo menos, los años 90 del siglo pasado; de esos siempre hubo y habrá.

Además, la vuelta de los Consejos de Salarios y las políticas laborales del gobierno frenteamplista se aceptaron a desgano en tiempos de vacas gordas, cuando los precios de los productos básicos estaban en alza. Ahora, en una situación distinta y cuando las encuestas sugieren que el oficialismo puede perder las próximas elecciones, se fortalece la línea dura.

Lo más importante es cómo se ubican los trabajadores organizados y las fuerzas progresistas en esta coyuntura regional e internacional; en qué medida son capaces de comprenderla y de jugar sus cartas con inteligencia. Porque, esto hay que decirlo, de ese lado también las cosas eran relativamente más fáciles hace unos años, justamente porque las vacas estaban gordas y había hambre atrasada. Siempre es relativamente más fácil desentenderse de los problemas de competitividad y de gestión, de búsqueda de mercados y de optimización de los procesos productivos. Las dificultades que han afrontado en los últimos años muchas empresas recuperadas y autogestionadas, cuando no tuvieron más remedio que hacerse cargo de esos asuntos, son un indicador relevante y deberían ser también una señal de alerta.