El miércoles 13 se produjeron en la Asamblea General dos hechos de clara relevancia: el vicepresidente de la República presentó la renuncia a su cargo (algo que en Uruguay antes sólo había hecho Jorge Sapelli, ante la circunstancia extraordinaria del golpe de Estado de 1973) y pasó a ocupar su lugar una mujer (algo que sólo había ocurrido con motivo de suplencias por períodos cortos). Sin embargo, la sesión en la que ocurrieron ambos acontecimientos fue breve, casi fugaz, sin oratoria.
Los partidos se pusieron de acuerdo para que no se expresaran “consideraciones políticas” en sala, ni en la carta de renuncia de Raúl Sendic ni por parte de ningún legislador. Por algún motivo difícil de comprender, varios parlamentarios opinaron que ese acuerdo fue “austero” y “republicano”. Probablemente se referían a que primó la opinión de que a este asunto, como decía el Quijote, peor es menearlo. O sea, que era conveniente para todos abstenerse de una discusión que podía encresparse y deteriorar (un poco más) tanto la imagen del Poder Legislativo como la de los partidos, además de agravar conflictos entre ellos y en la interna de varios.
De todos modos, es llamativo que los partidos prefieran no hablar de política y que el Parlamento no parlamente.
Esto expresa hasta qué punto la cuestión de Sendic había recalentado las relaciones políticas, y también en qué medida el desenlace institucional de esa historia (con independencia de lo que ocurra luego en el terreno del Poder Judicial) implicó una posibilidad de descompresión, que para el oficialismo tiene mucho de alivio.
¿Y ahora? Quizá sea un exceso de optimismo esperar que, luego de más de un año de tormentas y tormentos, los partidos inicien un período de interacciones fecundas. Estamos a mediados del período de gobierno, y según las reglas no escritas de la política uruguaya, eso significa que queda algo más de un año políticamente aprovechable, pero los frenteamplistas tendrán que esforzarse si quieren desmentir la acusación opositora de que se han quedado “sin agenda”, y por cierto la oposición acaba de reconocer que, en lo que va de 2017, mientras el oficialismo careció de mayoría propia en la Cámara de Representantes, la principal consecuencia fue la formación de comisiones investigadoras, al tiempo que brillaron por su ausencia los proyectos “por la positiva”.
Por otra parte, esa nueva relación de fuerzas entre los diputados obligó a los frenteamplistas a buscar acuerdos parlamentarios, y esto resultó saludable después de muchos años en los cuales, a veces, ni siquiera se habían preocupado demasiado por revisar los proyectos que aprobaban. Saludable también para la oposición, porque criticar es más fácil que buscar soluciones y asumir responsabilidades.
Ahora que Sendic renunció y el Frente Amplio volvió a tener mayoría propia en ambas cámaras, se verá si la experiencia de los últimos tiempos sirvió para que todos aprendan algo y mejoren, por lo menos en lo que queda de este año y en el próximo, tanto la producción legislativa como las relaciones interpartidarias. Eso no sería, quizá, un acontecimiento tan inusitado como la renuncia de un vicepresidente y su reemplazo por una mujer, pero tampoco algo que estemos acostumbrados a ver.