Los intercambios en Whatsapp del grupo “Por el campo y la patria” han tenido considerable repercusión en este verano escaso de noticias, pero es preciso ubicarlos en sus dimensiones reales. Obviamente, no se trata de que hable “el agro”, y ni siquiera son “los productores rurales”, pero sí estamos ante un síntoma de problemas dignos de atención.
No existe nada semejante a un problema “del agro” en su conjunto, sino situaciones diversas y muy desiguales, en las que operan intereses contradictorios (como se explica en otras notas de esta edición). Por lo tanto, tampoco hay un portavoz único y legítimo de “los productores rurales”. Quizá muchos de ellos piensen que son los creadores de la riqueza del país y que todos los demás los parasitamos, pero esa fantasiosa noción de “identidad” es ideología pura, que niega y oculta una realidad intrincada.
Organizaciones como el PIT-CNT, que tienen detrás de sí muchas décadas de esfuerzos específicos para articular la diversidad y hallar plataformas comunes siempre han afrontado importantes dificultades en ese terreno, renovadas a medida que la sociedad cambia. En este sentido, es muchísimo más ficticia la representatividad de las grandes gremiales rurales, dominadas históricamente por una parte de los empresarios, y nunca muy interesadas en que los más poderosos hagan concesiones a los intereses del resto. Mucho menos se puede pensar que “Por el campo y la patria” haya logrado, súbitamente, hablar por todos.
Esto no sólo les complica la vida a los opositores que intentan presentarse como defensores “del campo”, sino también a quienes, desde el oficialismo, prefieren ver un adversario integral que encarne a “la más rancia oligarquía”. Es habitual que en los grupos de Whatsapp haya personas que se dedican a dar púa con intenciones políticas, y otras con un pensamiento muy primitivo, pero no deberíamos atribuir a todos los participantes el mismo ánimo hostil hacia los “comunistas de mierda”, ni la convicción de que sus problemas se deben a los presuntos privilegios de “gays y lesbianas”.
Resulta obvio, de todos modos, que si primaran las posiciones de quienes piensan que dialogar es un error, los únicos beneficiados serían aquellos que poco interés genuino tienen en la problemática de la producción rural y sólo buscan montar un escenario de enfrentamiento que le haga daño al gobierno nacional.
En estos tiempos, algunas características de la comunicación social tienen efectos complicados en la política: más que nunca, la formación de opinión depende en gran medida de la capacidad de emitir mensajes breves con fuerte apelación emocional, recibidos por personas que están muy inmersas en el individualismo, pero a la vez muy deseosas de lograr la aprobación de los demás y sentir que pertenecen a grandes colectivos. A menudo es difícil tratar de explicar problemas complejos, y esto resulta, a su vez, un gran obstáculo para construir soluciones compartidas. Pero el Poder Ejecutivo debería hacer el esfuerzo ante la opinión pública, reconocer que en medio del macaneo hay algunos reclamos con fundamento, y no limitarse a “clavarles el visto”.