Una importante cantidad de uruguayos se sienten adversarios del Partido de los Trabajadores (PT) brasileño y desean su derrota electoral, pero seguramente son pocos los que quieren un presidente como Jair Bolsonaro para nuestro país. Por lo tanto, somos una gran mayoría quienes nos preguntamos cómo llegó Brasil a su actual situación y –más allá de las numerosas diferencias– cómo evitar que aquí pase algo parecido.

No hay duda de que parte de las causas tienen que ver con insuficiencias, errores y delitos de figuras del PT, y las izquierdas uruguayas tienen la obligación política y ética de corregir con firmeza cualquier conducta similar. Pero también es claro que las mayores derrotas electorales en Brasil fueron las de fuerzas opositoras tradicionales, y eso también debería ser motivo de profundas reflexiones y enmiendas en Uruguay.

El tremendo ascenso de Bolsonaro se produce por una gran migración de votantes desde el centro y la derecha hacia la ultraderecha, asociado con otros fuertes cambios. Retrocede la influencia católica y avanzan fundamentalismos grotescos. Los medios de comunicación masiva tradicionales son sustituidos por operadores de redes sociales a gran escala. La forma en que se azuza la indignación ante prácticas políticas corruptas abre paso al rechazo indiscriminado de partidos e instituciones. El combate a lo “políticamente correcto” fortalece a energúmenos reaccionarios. Las demandas de orden y seguridad se convierten en tolerancia o entusiasmo ante la violencia represora, estatal o privada.

Muchos opositores al PT pensaron que las fuerzas alineadas detrás de Bolsonaro iban a ayudarlas a recuperar el control de Brasil, y ahora ven que esas fieras no los reconocen como sus amos, sino que han comenzado a devorarlos. De esto también hay que aprender en Uruguay.

Nada va a solucionarse con nostalgia. Hay mucho que hacer, por ejemplo, llevando la defensa de la convivencia democrática al terreno de internet y los celulares. Pero también es indispensable, antes de que sea demasiado tarde, que los opositores uruguayos no cedan a la tentación del aprendiz de brujo.

No hay forma controlable de “aprovechar todas las herramientas disponibles” contra el Frente Amplio, incluyendo las diseñadas para engañar, envenenar y dividir en escala masiva. Ningún fin justifica esos medios. Tampoco se trata de mantener una fachada decorosa y soltar a una jauría por la puerta trasera.

En ese sentido, quizá la mejor noticia fue, el 17 de este mes, la declaración conjunta de jóvenes de los cuatro mayores partidos que expresó “su adhesión irrestricta al sistema democrático de gobierno, y su compromiso de preservarlo y fortalecerlo, promoviendo su profundización y la participación activa de la ciudadanía”, así como “su profunda preocupación por los discursos, los pronunciamientos y las prácticas que atacan las bases de este sistema, en nuestro país y en la región”, exhortando “a todo el sistema político a defender la democracia, y a condenar todas aquellas expresiones que atenten contra ella, promoviendo el odio y la intolerancia”. Por ahí asoma la esperanza.