Los movimientos en el tablero del Frente Amplio (FA) se proyectan más allá de la definición de su candidatura a la presidencia de la República; comienzan a perfilarse relevos de liderazgo en los niveles más altos. El gran desafío para el oficialismo es que este proceso, quizá tardío, se produce en forma simultánea con su campaña electoral más difícil de este siglo.
El ascenso al primer plano de Danilo Astori y Tabaré Vázquez se produjo en 1989; el de José Mujica, a partir de 1994. Desde entonces, y durante casi un cuarto de siglo, el poder dentro del FA se ha concentrado en ellos tres, con su fuerza política en el primer lugar de las preferencias ciudadanas y sin que hubiera, en los hechos, sector u organismo frenteamplista capaz de mandatarlos. Pero hoy Vázquez y Astori tienen 78 años, y Mujica, 83. El primero no puede ser reelecto, el segundo no volverá a intentar ser presidente debido al escaso apoyo a su precandidatura en las encuestas, y el tercero insiste en que tiene decidido no postularse, pese a que unos cuantos seguidores suyos no pierden la esperanza de que lo haga.
La sucesión de estas grandes figuras es compleja. En las cercanías de Mujica y Astori hay dirigentes con importante potencial, pero no han logrado alcanzar posiciones de relevancia nacional comparables con las de sus líderes, y tampoco consenso interno en sus sectores. Vázquez, proveniente del Partido Socialista (PS) pero sin protagonismo en él como dirigente desde antes de 1989, mantuvo luego una gran autonomía y se desafilió en 2008, cuando el sector rechazó su veto a la despenalización del aborto. El ascendente Daniel Martínez no es, por lo tanto, un relevo del actual presidente en el PS.
Cuando el Frente Líber Seregni discute sobre a quién apoyará en las internas del FA y vincula esto con la posibilidad de que sea suya, por primera vez, la candidatura oficialista a la Intendencia de Montevideo, ya está discutiendo también quién puede ser el sucesor de Astori al frente del sector, y hay más de un aspirante. En el Movimiento de Participación Popular, donde muchos habían apostado por Raúl Sendic, la ausencia de un precandidato propio puede comprometer el futuro electoral. El PS cierra filas tras Martínez, pero está por verse que eso resuelva las discrepancias internas que arrastra desde hace años.
En el resto del FA hace tiempo que no emergen figuras con potencia suficiente como para que se formen, en torno a ellas, nuevos sectores capaces de incidir en el primer nivel, como sucedió con Mariano Arana en 1989 y con Astori en 1994. El único proceso similar reciente fue el liderado por Constanza Moreira, con resultados menos exitosos. Y sin sectores poderosos detrás, se hace cuesta arriba disputar una interna, como lo ha comprobado el ministro Ernesto Murro.
Si el FA logra resolver bien las sucesiones y acceder por cuarta vez consecutiva al gobierno nacional quedará muy bien parado para seguir adelante, mientras que la oposición habrá perdido una gran oportunidad y afrontará, a su vez, la necesidad de una profunda renovación interna. Entre otras cosas, porque si ese cuarto gobierno no tiene mayoría parlamentaria propia, como parece probable, las reglas del juego cambiarán para todos.