No hay una definición precisa y aceptada acerca de qué es la competitividad de un país, pero se asume que se corresponde con un conjunto de factores institucionales, políticos, de capacidades de infraestructura y humanas que determinan el nivel de productividad que tiene la economía para crecer y desarrollarse.
Hace pocos días se conoció la actualización del denominado Índice Global de Competitividad, ranking elaborado por el Foro Económico Mundial que se publica desde 1979. Este ranking incluye información de 140 países, y se conforma con datos “duros” obtenidos de indicadores nacionales relevados por organismos o instituciones internacionales, y también “blandos” a partir de una encuesta realizada a un grupo de 80 o 90 ejecutivos empresariales de cada país. Hasta el año pasado predominaba la información obtenida en estas encuestas, lo que determinaba un obvio sesgo: la percepción de los avances o retrocesos en la competitividad de un país estaba influenciada fuertemente por la opinión empresarial. Ahora, sin desaparecer, dicha valoración pierde preponderancia, pues en la nueva versión los datos “duros” cobran mayor importancia. Esto no quiere decir que el índice no se siga sustentando en determinadas concepciones económicas. Tanto las variables utilizadas para conformarlo como las ponderaciones de ellas son objeto de discusión, y el uso del índice no es totalmente consensuado en sectores académicos y políticos. No obstante, reconociendo tanto ese sesgo así como la dificultad de estandarizar realidades económicas tan disímiles alrededor del mundo, el análisis del índice permite tener cierto marco referencial y, particularmente, visualizar trayectorias, ponderando fortalezas y debilidades de cada país.
Uruguay en el podio regional
De acuerdo a este foro, cuando se lo analiza en el contexto regional nuestro país cuenta con un clima global facilitador de la competitividad empresarial. Si bien aparece listado en el puesto 53 dentro del ranking mundial, ocupa el tercer lugar dentro de América Latina, detrás de Chile y México. Esto no es un dato menor, pues contrasta con las duras críticas sostenidas desde distintas tiendas políticas y empresariales, reflejadas también en el protoprograma de gobierno levantado por el principal líder opositor, que promete un necesario “shock de competitividad”.
Además de esto, es interesante constatar el sorprendente ascenso ocurrido en la valoración de nuestro país a partir del cambio en la metodología utilizada. Uruguay pasó de estar ubicado en el lugar 76 del ranking a nivel mundial con el antiguo sistema al lugar 53 con el actual. Este cambio tan marcado no se observa dentro de los países del top 15 del ranking –entre los que no hubo casi modificaciones– ni tampoco en las siguientes franjas hasta la mitad de la lista (por ejemplo, Chile se mantuvo en el lugar 33 y México pasó del 51 al 46). Uruguay ascendió 23 lugares por el cambio metodológico, es decir, por utilizarse indicadores objetivos en desmedro de los subjetivos (blandos) aportados por los empresarios. Este es un dato muy relevante que no puede dejar de ser considerado al analizar estos índices.
Fortalezas y debilidades
Para confeccionar el índice se utilizan 98 variables que se agrupan en 12 pilares para dar lugar a cuatro grandes áreas: 1) Ambiente (con los pilares Instituciones, Infraestructura, Adopción de Tecnologías de Información y Comunicación –TIC–; y Estabilidad Macroeconómica); 2) Capital Humano (Salud y Educación y Habilidades); 3) Mercados (Bienes y Servicios; Laboral; Financiero; y Tamaño) y 4) Ecosistema de Innovación (Dinamismo Empresarial y Capacidad de Innovación).
En lo que concierne a la primera área, Uruguay rankea muy bien en el pilar Instituciones (34º) y en forma excelente en el de Adopción de TIC (12º), destacándose particularmente en fibra óptica (8º) y banda ancha (18º). Respecto de Infraestructura (62º), las fortalezas se dan en servicios portuarios y aeroportuarios, agua potable, conectividad terrestre; las mayores debilidades están en calidad de carreteras (99º), servicios de tren (137º) y conectividad aérea (110º). La Estabilidad Macroeconómica puntea en forma intermedia (61º) y es determinada por la valoración de la inflación.
En lo relativo a la segunda área, el pilar de Salud tiene buena ubicación comparativa (43º) y el de Habilidades (59º) es ambivalente: muy buen puntaje en algún indicador “duro” (por ejemplo, relación estudiante/maestro, que se ubica en el lugar 22°) y muy desfavorable en ciertas percepciones relevadas (por ejemplo, pensamiento crítico en la docencia, lugar 114°).
Respecto de todos los componente del área Mercados, los puntajes de los cuatro pilares (lugares 77°, 77°, 81° y 93°, respectivamente) son bajos y están en línea con el promedio de los países latinoamericanos e incluso algo por debajo. Para esta área se consideran unas 30 variables, y más de la mitad se ponderan a partir de la encuesta a empresarios. Destaca como muy positivo (lugar 8º en el mundo) los derechos de los trabajadores, un indicador “duro” que no se incluía en versiones anteriores.
Por su parte, los dos pilares del área de Ecosistema de Innovación ponderan bajos: Dinamismo de los Negocios (lugar 79°) y Capacidad de Innovación (70º).
Globalmente, el índice nos devuelve una imagen del país que muestra fortalezas y debilidades en relación al denominado “clima de competitividad”. Hay fortalezas claras en lo institucional, obviamente no atribuibles sólo a los gobiernos frentistas. Es un acumulado histórico de la democracia uruguaya consolidado y ampliado en los últimos años. Por algo en otro ranking internacional somos, con Canadá, las únicas dos democracias plenas en todas las Américas. Tenemos grandes fortalezas en la adopción de TIC –y eso sí ha sido producto de políticas públicas recientes– así como situaciones tanto aceptables como de claro retraso en infraestructura. En educación el panorama no es tan negativo como plantea la oposición ni está tan encaminado como suelen sostener las autoridades. No es novedad que, siendo un área clave que incide en muchos planos, no se ha encontrado un camino medianamente consensuado para avanzar rápido y superar debilidades. Sobre los pilares del área Mercados hay mucho para analizar y seguramente decir. Dejo esa tarea para quienes están mucho más capacitados de acuerdo a su formación. Interesa culminar esta breve nota con la última área, el Ecosistema de Innovación, que ha cobrado relevancia en la nueva conformación del índice.
(In)conductas innovadoras
Dentro del pilar Dinámica de Negocios, la mejor puntuación se obtiene en el tiempo necesario para abrir una empresa (6-5 días, lugar 37°) que responde obviamente a mejoras del funcionamiento estatal. Nos aproximamos así al tiempo observado en Chile (5,5 días, lugar 25°) pero ambos países seguimos lejos del top 1, que es Nueva Zelanda (0,5 días). El puntaje para el resto de las variables consideradas es pobre; la información surge básicamente de la percepción de los empresarios, y en general se asocia a lo que podríamos denominar carencias en la propensión innovativa empresarial. En Capacidades de Innovación la situación es similar: casi todas las variables están por debajo de la media global del país.
Esta debilidad observada en los pilares del Ecosistema de Innovación no debería sorprendernos. Otras dos fuentes de información dan señales en igual sentido. Esto ha sido una constante registrada en las encuestas que hace el Instituto de Nacional de Estadísticas desde hace dos décadas. Si bien hay sectores que escapan a esa situación, particularmente a nivel de los sectores de servicios, como en las TIC, el número de empresas manufactureras que realizan algún tipo de actividad de innovación no supera el tercio del total. Eso es así aun considerando actividades de innovación con un criterio amplio, incluyendo incorporación de bienes de capital; software; capacitación del personal; cambios en gestión o en diseño industrial tanto en productos como en procesos, organización o en comercialización. Si se utiliza un criterio más estricto (considerar sólo actividades orientadas a un producto o proceso novedoso en el mercado) el porcentaje disminuye a un sexto.
Los gobiernos frentistas dieron un fuerte impulso a la inversión privada, reglamentando una vieja ley de modo de promoverla mediante exenciones fiscales. Dentro de los cinco indicadores utilizados se encuentran las actividades de Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+I). Entre los años 2008 y 2017 fueron promovidos en el marco de esa ley un total de 5.756 proyectos empresariales por el Ministerio de Economía y Finanzas, lo que implicó un monto total promovido de exoneraciones de la renta empresarial de 7.900 millones de dólares. Los proyectos que utilizaron el indicador I+D+I fueron 195 y el monto promovido, 488 millones, es decir 3,3% y 6,2% del total, respectivamente. A pesar de que existen instrumentos específicos de promoción de la innovación empresarial mediante exenciones fiscales, su uso ha sido muy escaso. La propensión innovadora no es un rasgo predominante de nuestro empresariado, lo que es atribuido por algunos economistas a características de nuestra trayectoria histórico-económica.
Se abre un período preelectoral en el que habrá discusiones y confrontación de programas. Mejorar la competitividad depende no sólo del control de la tasa de cambio o el costo de la energía, como algunos expresan. Para el foro –al que nadie puede categorizar de izquierdista–, la competitividad de un país es mucho más multifactorial, y el Ecosistema de Innovación es un componente muy importante en ella. Superar las debilidades diagnosticadas obligará a generar compromisos de múltiples actores. Por ello, si realmente se quiere hablar de un futuro venturoso para el país y su gente, la política de Ciencia, Tecnología e Innovación debe recobrar centralidad e incorporarse a la agenda cotidiana de los políticos. Esperemos que sea así.
Edgardo Rubianes fue presidente de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación.