La Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU), que reúne a los obispos católicos de Uruguay, presentó el miércoles 18 su documento “Construyamos puentes de fraternidad en una sociedad fragmentada”. Luego de ver la noticia en el informativo, el prosecretario de Presidencia, Juan Andrés Roballo, le planteó críticas mediante Whatsapp al arzobispo de Montevideo, el cardenal Daniel Sturla, que se hicieron públicas, y tanto Sturla como algunos obispos cuestionaron a su vez las opiniones de Roballo.

Lo novedoso no fue que la CEU se expresara acerca de la realidad nacional –cosa que hace periódicamente desde hace muchos años–, sino que desde la Torre Ejecutiva se le respondiera, iniciando una discusión pública nada frecuente.

Aunque Roballo, por su trayectoria personal y política, sabe mejor que muchos qué partidos se juegan dentro de la CEU y en la relación de esta con el Poder Ejecutivo, algunos de sus cuestionamientos pueden parecer excesivos, como el referido a la semejanza entre los planteos de los obispos y los de Un Solo Uruguay, o entre el título del documento y el lema “tendiendo puentes” de Luis Lacalle Pou. En realidad, el colectivo episcopal prefirió tomar, como de costumbre, elementos de aquí y de allá, evitando conclusiones contundentes. De todos modos, fue atendible que el prosecretario se quejara por la falta de contexto de varios datos manejados: cualquier porcentaje de pobreza es malo, pero hay una sostenida tendencia decreciente, y en ese marco debe ubicarse que la proporción de niños entre los pobres uruguayos sea “la más alta de todo el continente”.

Los integrantes de la CEU no viven aislados de las cuestiones políticas, y es natural que cuando opinen lo hagan, como cualquier ciudadano, desde posiciones ideológicas. Además, y aunque hace tiempo que no aparecen figuras de alto nivel intelectual identificadas en forma explícita con el catolicismo, quienes cumplen funciones pastorales tienen cierta influencia en la forma de mirar al país de sus feligreses. Por lo tanto, es también natural –y legítimo– que las opiniones de los obispos acerca de cuestiones sociales sean discutidas por otros actores, incluyendo a los políticos. Sin embargo, esto no sucede muy a menudo, y quizá la iglesia católica está demasiado instalada en la convicción de que sus pronunciamientos son siempre medidos y merecedores de un respeto casi reverente.

A la vez, este gobierno del doctor Tabaré Vázquez se ha caracterizado por una formalidad parca que mantiene a la presidencia de la República, por lo general, bastante al margen de las polémicas, y que –quizá por contraste con el período anterior, en el que José Mujica opinaba casi todos los días sobre los más variados asuntos– luce a veces distante o prescindente (lo que ha acentuado el impacto de los escasos hechos apartados de esa línea de conducta, como los relacionados con el colono que increpó al presidente en la calle).

Por todo esto, y más allá de la parte de razón que hayan tenido la CEU o Roballo en este intercambio de opiniones, siempre es saludable que haya debate político sobre cuestiones que políticas son.