En el próximo período, la Facultad de Medicina debería dar respuesta a varios nudos. Será una tarea para el cogobierno (no para el decano). Esta afirmación no es un guiño demagógico a lo políticamente correcto sino una simple valoración política: si no hay voluntad de cambio en los órdenes (y en los profesores), sencillamente no habrá cambio, y el statu quo seguirá vigente por obra de la inercia (que no es neutra, como no lo son los cambios). A diferencia de la inercia, que no necesita votos ni argumentos (porque “siempre fue así”), los cambios demandan un enorme gasto de energía, toma de riesgos y, previsiblemente, conflictos.

Los conflictos, entendidos como la resolución de contradicciones que traban el desarrollo, no son indeseables en tanto se resuelvan en sentido del progreso; es decir, que se resuelvan en favor de los intereses de la sociedad uruguaya y de la facultad (en ese orden). No son indeseables si buscan (sobre todo si lo logran) crear un nuevo estado de cosas que permita un mejor cumplimiento de los fines de la institución, las expectativas de sus estudiantes y la dignificación del trabajo docente y no docente.

En este año se celebra el centenario de la Reforma de Córdoba y los 70 años de la aprobación de la ley orgánica. El homenaje que no les podemos hacer a esas generaciones de universitarios verdaderamente revolucionarios es repetir acríticamente todo lo viejo, o buscar en los textos de 1918 las soluciones a los problemas de una universidad inserta en un mundo que entonces no existía. Rindamos homenaje a los estudiantes de Córdoba y a los “obreros y estudiantes” que conquistaron la ley orgánica respondiendo a los desafíos de nuestro tiempo. Se trata de partir de sus logros para buscar las repuestas a los retos del presente. Sin pereza intelectual y con coraje, como aquellas generaciones.

Democratizar la información y tomar decisiones explícitas

La facultad enfrenta algunos desafíos impuestos por la realidad. Tiene por delante un considerable menú de problemas. Se podrá optar por mirar para otro lado, pero eso no los eliminará; simplemente los transferirá, inexorablemente agudizados, a las próximas administraciones.

No existe un manual de soluciones; los caminos de solución son, precisamente, lo que debemos construir colectivamente. Esa tarea requiere voluntad política y liderazgo.

Los cambios no vendrán por golpes de efecto, viveza criolla o algo que se le parezca. Requieren política, entendida como el arte de conjuntar mayorías que los hagan posibles (no como una salomónica administración de intereses contrapuestos a manejar con las menores incomodidades posibles).

La transparencia es una clave de esta etapa, en el sentido de democratización de la información que habilita la participación en los procesos de toma de decisión. No sólo como obligación ética, tratándose la facultad de una entidad pública, sino como la gran llave política para abrirles camino a los cambios.

Por ejemplo, no debemos hablar en abstracto del déficit operativo y estructural de la facultad, sino que tenemos que mostrar cómo se generó, a qué se destina el presupuesto y la forma en que se ejecuta. A partir de la democratización de esa información, los órdenes deberán decidir con qué medidas se equilibrarán los números. No hay manera de no decidir. Indefectiblemente tenemos que tomar decisiones (en forma democrática, en el marco del cogobierno y con apego a las normas de la buena administración). Y si decidimos perpetuar la situación, que sea una decisión fundada y no tomada por temor o desidia. Conocer esta información tal vez nos lleve a detectar que existen fugas, trabajadores que cobran y no cumplen (o que cobran más que otros que desempeñan la misma función), ineficiencias administrativas que salen demasiado caras, asunción de gastos sin financiación, entre otros factores a corregir (algo que habría que hacer en forma inmediata, porque manejamos dinero público, pagado por la gente por la vía de sus impuestos).

El ejemplo anterior es trasladable a otros problemas de la facultad, como la relación entre el número de docentes y alumnos o la adecuación de la cantidad y el perfil de profesionales que formamos respecto de las necesidades del país: información relevante para tomar buenas decisiones.

Los problemas nos exigen tomar opciones en una forma explícita (sabiendo que no decidir también es decidir).

Las grandes cuestiones del momento

La coyuntura de la facultad está marcada por algunos grandes nudos impuestos por la realidad, nos guste o no.

La numerosidad estudiantil, el rol y estatuto institucional de las escuelas, el desarrollo de la Universidad de la República en el interior del país, el déficit operativo y estructural, el momento del Hospital de Clínicas en la nueva realidad del sistema de salud en el país, la necesidad de evaluar responsablemente los primeros diez años del Plan de Estudios 2008 son desafíos históricamente concretos, son nuestro aquí y ahora.

Se trata de cuestiones bien diversas, aunque seguramente no independientes. Una visión estratégica y global puede transformar dos problemas en dos soluciones.

Ejemplo: a) Queremos impulsar el desarrollo de la universidad en el interior. b) Tenemos graves problemas de numerosidad en Montevideo. Solución: ¿no es obvio un posible camino? ¿Qué nos impide avanzar en su resolución?

Lo mismo podría plantearse ante la necesidad del país de fisioterapeutas y psicomotricistas (basta pensar en el Sistema Nacional de Cuidados o en Uruguay Crece Contigo), al tiempo que esas carreras tienen cupos de ingreso. ¿No cabría estudiar la posibilidad de la Facultad de Medicina como una institución única con ingreso libre y posterior trayecto curricular orientado según las necesidades del país?

Más allá del obvio y buscado esquematismo de los planteos anteriores, se intenta mostrar cómo los grandes problemas de la facultad están absolutamente entrelazados y requieren un encare sistémico.

Definitivamente, debemos evitar a toda costa las decisiones por pequeñas parcelas de poder, que terminan trabando el desarrollo global de la facultad (en los hechos, intereses parciales terminan marcando el rumbo institucional).

Algunas prioridades

Compartiré algunos apuntes primarios sobre los nudos mencionados. Su profundización requerirá de mayor información, así como del conocimiento de hasta qué punto los órdenes están dispuestos a desafiar al statu quo.

Los asuntos que se enumeran no suponen ignorar otros (como acreditación regional, formación de posgrados, investigación científica o extensión y relaciones con el medio). No es que las otras cuestiones sean poco relevantes; la selección pasa por exhibir los nudos sobre los que presumo podrían existir visiones más enfrentadas, mayores resistencias y ante los que resulta obligatorio posicionarse.

Plan de Estudios de Medicina 2008. Resulta significativo que sigamos denominando “nuevo plan de estudio” al que está vigente desde hace una década. Y que, a su vez, fue inspirado en el Plan 68 (cumpliría medio siglo).

El Plan 2008 supuso avances importantes, como la reducción de la duración de la carrera, la formación en bioética y metodología científica, junto con una mayor inserción en el primer nivel. Paralelamente, hay que reconocer que no todo lo programado pudo ser implementado y que algunas metodologías propuestas resultaron incompatibles con los niveles de numerosidad alcanzados.

Es imprescindible generar un proceso técnico de evaluación del plan sobre datos ciertos, que permita conocer el grado de cumplimiento de sus objetivos, la calidad de la formación de los médicos que están egresando, la satisfacción de los estudiantes y docentes, así como las debilidades y defectos que haya que corregir.

Con este plan (como con cualquier otro) nuestra facultad debe saber marcar muy claramente los límites entre las competencias de las comisiones cogobernadas y los organismos institucionales técnicos de la educación médica, como el Departamento de Educación Médica y la Dirección de Carrera.

Estatuto de la Escuelas. El gran aporte de la gestión del decano Fernando Tomasina ha sido colocar en debate la situación de la escuelas, en la perspectiva de una facultad concebida en forma global, con una oferta variada de carreras (superando la idea de una sumatoria de lógicas institucionales independientes).

La resolución de una nueva institucionalidad para las escuelas podría tener efectos favorables en aspectos varios, como la numerosidad, la adecuación de los recursos formados a las necesidades del país y el desarrollo de la universidad en el interior. Es un tema tan complicado como necesario de encarar, sin demagogia y con determinación, desde la perspectiva del interés general (no de los particulares).

Supondría un considerable avance en materia de racionalización de recursos y de estímulo a la carrera docente. En el esquema actual los docentes de las escuelas son interinos en un alto porcentaje y tienen muy limitadas posibilidades de ascenso en la carrera (paradójicamente, la efectivización de sus cargos, al imponerles un término, conspiraría contra su propia estabilidad laboral). Cambiar el concepto (de docentes de una carrera de una escuela a docentes de una disciplina de la Facultad de Medicina) los insertaría en una estructura con posibilidades de progreso académico, mayor carga horaria y mejores condiciones para desarrollar la función de investigación, todo lo que redundaría en un estímulo a su compromiso institucional y en ganancia para la facultad.

Este proceso requiere, además de las voluntades políticas, de un prolijo proceso administrativo-contable que lo haga viable.

Hospital de Clínicas. El Hospital de Clínicas presenta una condición ambivalente: ícono para muchas generaciones y, a la vez, motivo de desencuentros en la interna universitaria desde hace varias décadas.

Nuestro hospital universitario tiene demasiados retos (en su gestión clínica y administrativa, en su inserción en el Sistema Nacional Integrado de Salud [SNIS], en la retención de su capital humano) como para permitirnos que cuestiones de índole personal o del pasado sumen obstáculos artificiales.

Sostengo que las insuficiencias presupuestales no son la causa única y principal de los problemas. Se podría hacer el ejercicio ficticio de imaginar que el Parlamento duplica el presupuesto del hospital. Ello podría significar cosas muy diferentes: desde un hospital renovado, moderno, eficiente y que estimule a su personal, hasta tener dos Hospitales de Clínicas idénticos al actual, es decir, duplicar los problemas actuales.

El reclamo presupuestal cobra sentido en tanto se acompañe de un proyecto que necesariamente debe tender a un cambio cultural profundo. En ese aspecto, las señales que den las autoridades de la facultad y del hospital (a sus usuarios, sus trabajadores y sus estudiantes), unidas a sistemas de estímulos/desestímulos, resultan capitales.

Definitivamente no podemos concebir nuestro Hospital de Clínicas como una “propiedad” de la universidad pagada por toda la sociedad. En el momento actual, el hospital tiene sentido en tanto se integre al sistema de salud vigente y participe en la formación de los recursos humanos que se requieran. Y debemos cuidar que no se perciba el interés de la integración del hospital al SNIS simplemente como una forma de hacerse de nuevos recursos para continuar con el viejo esquema. Es necesario demostrar con hechos que el Hospital de Clínicas es beneficioso para el sistema, al que es capaz de aportarle mucho, desde su especificidad, pero en clave de sinergia.

Se habla mucho de la complementación público-privada, al tiempo que la complementación público-pública sigue en el debe. Siempre se puede culpar al otro por lo no hecho, pero eso no resolverá nada. ¿Alguien cree que no hay margen para una mayor complementación con la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE)? Deberíamos decidirnos a discutir, negociar y acordar sin preconceptos, con la determinación de ser parte de la solución. En este asunto, además de la creación colectiva se necesita un liderazgo comprometido, decidido a hacer que las cosas pasen.

La numerosidad. Así le llamamos al desequilibrio existente entre el número de estudiantes y las capacidades docentes y locativas. Es uno de los problemas más agudos y difíciles de resolver de nuestra realidad actual. Para mi generación es imposible no asociarla con el examen de ingreso de la dictadura, nuestras luchas para derogarlo y los costos personales y colectivos devengados.

No podemos ocultar la contradicción intrínseca de este fenómeno. Por una parte, que más jóvenes accedan a la educación superior es un logro social del que el país debe enorgullecerse (muchos de ellos son primera generación de universitarios). Por otra, la formación de los profesionales de salud requiere necesariamente una masa crítica de competencias, lo que no se puede licuar en la valoración abstracta del beneficio social que supone reducir el carácter elitista del acceso a la universidad.

A partir de asumir esta contradicción se deberán buscar los mejores caminos para no cerrar la universidad a los jóvenes, sin renunciar al compromiso de volcar al sistema médicos, tecnólogos y obstetras parteras de alto nivel. La solución no es fácil. La única certeza es que esquivar el problema no ayuda a superarlo.

El abordaje de soluciones realistas, y a la vez de principios, debería asumir:

a) que no es razonable naturalizar el libre ingreso a la carrera de Medicina al tiempo que la mayoría de las carreras de la misma facultad tienen limitado el ingreso por numerus clausus (al igual que los posgrados);

b) que no es sostenible que se naturalice que los jóvenes del interior deban viajar a estudiar a Montevideo y no se pueda colocar en la agenda lo inverso;

c) que si la facultad es una sola, bien podría pensarse en un ciclo básico común de libre acceso, seguido de un sistema de ingreso a las carreras según criterios a determinar, como rendimiento académico y necesidades del sistema de salud y del país;

d) que el SNIS es de carácter mixto (público-privado) y existen instrumentos para estimular que el sector privado se haga cargo de su parte de responsabilidad en la formación de los profesionales que requiere su propia existencia (y que además lo beneficiaría).

Alta dedicación docente. Es una cuestión estratégica con incidencia directa en la calidad de la educación médica y en la asistencia. El sistema de Dedicación Total demostró ser un estímulo tan eficiente para lograr la radicación de los docentes básicos, como ineficiente para con los clínicos. De hecho, las fuerzas del mercado (alentadas por la tentadora oferta salarial para los médicos) y la fuerte cultura médica del multiempleo (nunca bien contrarrestada por políticas estatales) tienden a profundizar el problema, llevando la profesión docente a un lugar casi residual, de apostolado.

En el contexto de una facultad deficitaria (pese a los fuertes incrementos presupuestales recibidos a partir de 2005), la solución a este problema se hace dificultosa. De nuevo, una visión de conjunto, que tome en cuenta las oportunidades de complementación con ASSE (y con el sector privado), permite avizorar caminos de solución.

En lo que respecta a ASSE en particular, la facultad debería dialogar con la mira muy alta, sobre la base de la experiencia del programa de las Unidades Docentes Asistenciales (UDAS). La mira alta significa, por ejemplo, que no buscamos acordar con ASSE para mejorar nuestros libros contables sino para dar respuesta a las necesidades sanitarias del país. Aprovecho a decir sin ningún rodeo que ni ASSE, ni el SNIS, ni el Ministerio de Economía y Finanzas ni el pueblo deberían financiar nuestras ineficiencias (en todo caso, a nosotros nos toca eliminarlas).

No creo en las transferencias de dinero, al margen de los necesarios controles de su correcta utilización. Esto vale para todos los sistemas de estímulos (desde el Programa UDAS hasta las extensiones horarias, pasando por las dedicaciones compensadas). Todos ellos, en tanto modalidades de trato privilegiado, deben estar asociados a mecanismos de transparencia en su acceso, control en su cumplimiento y evaluación de sus resultados.

En estas condiciones, la facultad tendría muy buenos argumentos para negociar con los sectores público (incluido el Hospital de Clínicas) y privado la financiación de cargos de alta dedicación horaria, que combinen docencia (enseñanza e investigación) y asistencia, en beneficio de ambas instituciones y de todo el sistema.