Bases fundacionales de nuestra cultura nacional, y en particular de la izquierda desde antes de la fundación del Frente Amplio, son los principios de la no intervención y de la ética política.

La no intervención deriva de un principio del derecho internacional público y es cardinal en el orden político y jurídico desde hace siglos. Si bien ha sido violado y marginado una y mil veces, su protección y cuidado para los países pequeños es, casi, la base de nuestra existencia a nivel mundial. Equivale a la no injerencia de ningún estado o grupo de estados en los asuntos internos de otro país, un ideal del que no podemos abjurar.

La política, desde Aristóteles, es considerada el arte del bien común; la ética (del griego ethos, “morada”, “lugar donde se vive”) es la rama de la filosofía que estudia lo correcto o equivocado del comportamiento humano, la acción que persigue un fin. Ese fin es el bien. “El bien es el fin de todas las acciones del hombre”, escribió Aristóteles. No dejaremos jamás de lado ese ideal, nos lo impone nuestra historia y, por qué no, alguna gota jacobina en nuestra sangre.

Cualquier violación de estos valores, provenga de donde provenga, violenta a cualquier ciudadano uruguayo, pero más sacude a un frenteamplista. Fue la izquierda la que, enarbolando principios de internacionalismo y de no intervención, condenó toda aventura militar del imperialismo yanqui (Nicaragua, Guatemala, Cuba, República Dominicana, Panamá, Granada, Vietnam, Corea, Afganistán, Irak y un demasiado largo etcétera).

Aunque pueda parecer inconexo, el antiimperialismo y la ética tienen una fuerte relación. La no intervención parte de la base de la capacidad de cada pueblo de labrarse su destino, por eso debemos respetarla, tal como respetamos las decisiones particulares de la personas, dentro de marcos que todos acordamos como aceptables, en lo legal y en lo ético. La izquierda, por boca de su primer presidente, el doctor Tabaré Vázquez, sentenció en la campaña de 2004: “En este gobierno de la izquierda uruguaya no puede haber corrupción, vamos a tomar todas las medidas preventivas necesarias para que no haya corrupción. No estamos vacunados; puede existir la corrupción, pero si existe corrupción al primero que meta la mano en la lata lo echamos. Lo sacamos sin miramientos y punto”. Y para ello nuestra historia nos mandata.

Es desde las entrañas de la izquierda que el general Seregni nos enseña: “Traté de perseguir el paradigma de decir lo que se piensa y hacer lo que se dice.”

De páginas de la historia de Roma, en el momento de su mayor gloria imperial, se extrae este relato: “El general triunfante, vestido de púrpura, la cabeza ceñida por una corona de laureles, entraba a Roma por la Vía Sacra, desde el Campo de Marte en dirección al Capitolio. Iba en un carro triunfal tirado por cuatro caballos blancos. Detrás, también eufóricos, senadores, parientes, amigos y allegados políticos. Personajes conspicuos de la política y la administración. Todos sonrientes, arrojando monedas a la multitud. En las veredas, la plebe rugía de entusiasmo. Allí estaban todos. Presidentes de seccionales, jefes de entes autárquicos, ministros, leales correligionarios, embajadores ante gobiernos extranjeros. Todas a una, sollozando, abrumados por la emoción. Eres el único. El grande. El irrepetible. El más inteligente. El más bello. El más elegante. El más amado. El más querido. Al paso de la cuadriga se arrojaban flores, rosas, nardos y geranios. En ese instante de gloria suprema, un esclavo, la cabeza ceñida por una corona de oro, de pie detrás del general victorioso, tenía la obligación de musitarle al oído la frase suprema: ‘Cave, ne cadas’ (‘Cuidado, no caigas’). En otras palabras: ‘Algún día caerás. El poder es efímero. No te equivoques. La gloria es pasajera. No te embriagues con los aplausos. La realidad siempre está después del eco de los vítores’”.

La soberbia del poder, su burocratización, el negacionismo de evitar los “clavos en el sillón” y no asumir faltas y errores nos puede hacer caer, porque nos negamos a nosotros mismos. Quienes escribimos no vamos a escupir sobre lo mejor de nuestra historia.

Llegados al gobierno nacional del Frente Amplio, ¿podemos mirarnos al espejo y reconocernos si no juzgamos a los propios (Luis Almagro y Raúl Sendic) que irrespetan los valores que blandíamos desde la oposición? ¿Puede el Plenario Nacional del Frente Amplio desoír su historia y el martirologio de miles de compatriotas en aras de esos valores? Gente sencilla que dio todo para llegar a donde estamos no merece lo que está sucediendo. Son ellos los que con su voz se elevan desde la izquierda para recordarle a la propia izquierda su humilde cuna trabajadora.

Los nombrados hace tiempo que dejaron de ser nuestros compañeros.

Enrique Canon es director de Aduanas y dirigente de Banderas de Liber.