Según indican todos los datos disponibles, las elecciones del 27 de este mes conducirán a la realización de una segunda vuelta, el 24 de noviembre, entre dos aspirantes a la presidencia de la República: el frenteamplista Daniel Martínez y el nacionalista Luis Lacalle Pou. Pero también definirán la renovación del Parlamento, y esto no sólo será de suma importancia para el desarrollo del próximo gobierno nacional, sino que también puede incidir de manera relevante en el resultado del balotaje.

En los últimos tres períodos de gobierno, sendos presidentes del Frente Amplio (FA) contaron con mayorías parlamentarias propias, en cámaras integradas durante diez años por el propio FA y los partidos Nacional, Colorado e Independiente, a los que se sumó desde 2015, con un diputado, Unidad Popular. A juzgar por las encuestas, este panorama puede cambiar mucho a partir del año que viene, sin mayoría propia para ninguno de los partidos, con cuatro o quizá cinco de ellos en la Cámara de Senadores, y la posibilidad de que sean ocho –o incluso nueve– en la de Representantes.

Esto abriría muchas interrogantes, con independencia de quién llegue a la presidencia. En la actual fase de polarización de la campaña, todo parece una opción sin matices entre el oficialismo y la oposición, pero “la oposición” está formada por partidos diferentes, que quieren desplazar al FA del gobierno nacional por motivos muy distintos, y con proyectos que en varios aspectos de gran importancia son contradictorios entre sí.

Ninguno de los candidatos está en condiciones de asegurar que contará con mayorías en el Poder Legislativo para llevar a la práctica sus propuestas. Este es uno de los motivos por los que Lacalle Pou no puede adelantar los contenidos de su proyecto de urgente consideración.

Julio María Sanguinetti, el político con mayor experiencia entre quienes participaron en las internas, quería llegar a las elecciones de octubre con un acuerdo básico de fuerzas opositoras a la vista. Esto habría tenido pros y contras, pero de todos modos no sucedió. Hasta que se adjudiquen las bancas parlamentarias, no conoceremos la cantidad ni el tamaño de las piezas del rompecabezas (y estas pueden no ser partidos enteros, sino sectores partidarios).

Mientras tanto, ninguno de los candidatos está en condiciones de asegurar que contará con mayorías en el Poder Legislativo para llevar a la práctica sus propuestas. Este es uno de los motivos por los que Lacalle Pou no puede adelantar los contenidos del proyecto de urgente consideración, con cientos de artículos, que quiere enviar al Parlamento si asume la presidencia. Además, el hecho mismo de que se proponga presentar ese proyecto parece deberse, en buena medida, a que no sabe cuánto podrán durar las alianzas que logre al comienzo de su eventual gobierno, y también a la intención de no debilitarlo en forma prematura, negociando una por una sus principales iniciativas.

Si no hay alianzas formales de antemano, y uno o más de los partidos con representación parlamentaria prefiere discutir en cada caso condiciones para respaldar los proyectos presidenciales (esta es, por ejemplo, la intención declarada de Cabildo Abierto), la dinámica política puede volverse muy trabada e incierta.

Ahora los candidatos hablan de lo que quieren hacer. Recién después de la primera vuelta empezarán –empezaremos– a saber que podrían hacer si ganan.