Se publicó hace un mes una estrategia para Uruguay hacia 2050. No tuvo la repercusión mediática que hubiera sido esperable, quizá porque nos creímos que las estrategias no funcionan. Quizá porque estamos en campaña electoral.

Esta nota pretende convencer al lector de que es una lástima. Porque quizá “Aportes para una estrategia de desarrollo 2050” haya sido el producto más relevante de este período de gobierno.

No se trata de un plan de gobierno. Se trata de un análisis de las tendencias mundiales, las oportunidades y amenazas que pueden detectarse y las recomendaciones que pueden hacerse en decenas de frentes para prepararse y alcanzar el mejor resultado posible.

En vísperas de elecciones, los partidos publican sendos programas. Suelen ser muy voluminosos y en ellos trabajaron hasta 1.000 personas, pero no podrían definirse como estrategias. Entre otras razones, por la forma en que son redactados, en unos meses, por subgrupos temáticos que trabajan en forma independiente y producen informes que luego se pegan uno atrás del otro con mínimas suturas.

El trabajo de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) no es eso. En primer lugar, no es un programa de la izquierda, sino de Uruguay. Su principal virtud es que fue trabajado con el tiempo suficiente como para que germinaran las conexiones entre los problemas más alejados. Otra virtud es que todo se traduce en recomendaciones cruzadas y, de hecho, ya se ha elaborado estrategias nacionales para distintos problemas, y hojas de ruta para avanzar en otros.

La OPP, que se creó como sucesora de la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico, había ido perdiendo su vocación por la planificación, salvo esporádicas iniciativas, como la de Gustavo Bittencourt en 2009, hasta que Álvaro García decidió crear una dirección especial para pensar el país a largo plazo, a cuyo frente designó al economista Fernando Isabella.

Después de consultar a unos 2.000 especialistas –académicos, técnicos de gobierno, empresarios, dirigentes sociales y otros–, de encargar estudios especiales y de la elaboración de más de 20 trabajos, que en general pueden consultarse, sobre aspectos concretos como demografía, trabajo, género y cultura, se arriba a este producto de menos de 300 páginas, que hasta en su modesto título reconoce que quedan muchos hilos para trenzar.

Un intento de resumen

Estos trabajos sólo tienen sentido si hacen carne en la vida del país, si se transforman en sentido común. Así que vale la pena el intento de dar un pantallazo.

Se parte de analizar megatendencias mundiales en materia de tecnología, demografía, crisis ambiental, concentración de los ingresos; lo que llaman cambio cultural.

Las tecnologías se desarrollan por olas: nacen como algo marginal, llegan a la madurez y se generalizan universalmente. La digitalización está en esa tercera etapa y Uruguay ha sabido subirse a ella, sin liderarla. El estudio vislumbra otra ola, en etapa de despegue, relacionada con la bioeconomía, vinculada con nuevos materiales, en general reciclables, de origen en seres vivos, como la celulosa, que tiende a sustituir a la petroquímica. Y una tercera ola, en fase de surgimiento, que hará converger a las dos anteriores. Uruguay está en condiciones de pelear un lugar en ambas.

La población mundial está creciendo menos, pero sigue creciendo y envejeciendo, y no se prevé que disminuya la demanda de alimentos.

El cambio climático nos afectará, pero en nuestro territorio no disminuirán las lluvias, sino que serán más abundantes, según los modelos meteorológicos.

El 1% más rico se queda con cada vez con mayor parte de los ingresos globales, lo que presenta un panorama complejo.

Lo que se llama cambio cultural no refiere exactamente al arte, sino a las actitudes generales ante la vida. Contra lo que nos imaginamos, Uruguay está en la mitad de la tabla tanto en el eje que va desde los valores tradicionales a los seculares y racionales, como en el eje que va desde los valores de supervivencia a los de autoexpresión. Dos tendencias hacia las que parece avanzar el conjunto del mundo. En lo que sí hacemos punta es en nuestra aversión al riesgo: 99% declara su aversión a la incertidumbre.

¿Qué hacer con eso?

La estrategia define tres ejes hacia los que se aspira: una transformación productiva sostenible, una transformación social y una transformación de las relaciones de género.

Luego de analizar las tendencias nacionales de crecimiento, mercado de trabajo –las nuevas tecnologías provocarán perturbaciones, pero más bien faltará gente–, inserción internacional y ambiente, se identifican seis complejos productivos estratégicos relacionados con las tendencias mundiales: tecnologías de la información y la comunicación, forestal-madera, energías renovables, turismo, industrias creativas, agroalimentos. En el debe quedó un estudio de los servicios globales de exportación.

Los análisis, no diría acumulados sino enhebrados en cada caso, tienen que ver con el grado de dinamismo de distintos sectores, el poder adquisitivo, la automatización y su efecto en la demanda de trabajo, las oportunidades a largo plazo de exportación. Tratan también sobre la tendencia a industrializar los productos primarios, la perspectiva de cadenas de valor regionales, las emisiones de gases, erosión y otras afectaciones ambientales, y también sobre las oportunidades que brinda el ambiente, que requiere alimentos verdes, o sobre la traba que significa que haya que adaptarse a 600 estándares distintos para la producción orgánica.

En materia de transformación social se analizan las desigualdades y las deficiencias de nuestra matriz de protección social, basada principalmente en el trabajo y no en prestaciones universales, y tensionada por cambios demográficos; las desigualdades territoriales, en los sistemas urbanos y hasta en la epidemiología de salud. Un capítulo estremecedor refiere a las desigualdades étnico-raciales: los afrodescendientes nacen y viven en peores condiciones según todos los parámetros, y se mueren antes.

La transformación de las relaciones de género es igualmente comprensiva. Se pensó primero en incluirla en cada capítulo como algo transversal, pero se llegó a la conclusión de que requería un análisis y una estrategia especial.

¿Por qué le importa a alguien de izquierda?

El resumen es poco más que un listado. ¿Por qué leer el libro puede interesarle a una persona de izquierda?

En primer lugar, porque es el mejor resumen disponible de cómo funciona Uruguay, basado en las últimas investigaciones y muchas veces en estudios encargados para este documento.

En segundo lugar, porque proporciona un marco conceptual que nuestra izquierda nunca tuvo. Buena parte de nuestros esquemas viene de versiones marxistas de los 60. Los problemas posteriores, como la ecología o el feminismo, quedan colgados como añadidos mal pegados y se intenta resolver el problema de mil modos, hablando de enfoques de clase y de enfoques de derechos.

En “Aportes para una estrategia de desarrollo 2050”, todas esas cosas y muchas más, como la economía circular, que aún está fuera de nuestro radar, están integradas en forma refrescante en una visión única. Por ejemplo, no habrá fuerza de trabajo para pensar en ningún desarrollo si no hay integración de mujeres al mercado laboral, que no se dará si no hay un sistema de cuidados, un cambio cultural, etcétera, etcétera.

En tercer lugar, porque esta estrategia –que sirve si se actualiza constantemente– nos sirve de guía y piedra de toque para evaluar iniciativas que a veces parecen muy de izquierda pero no hacen avanzar al conjunto.

Y en cuarto lugar, finalmente, para contar con un instrumento para controlar su puesta en práctica. Apostamos a que gane el Frente Amplio una vez más, pero no es una estrategia frenteamplista, sino de Uruguay.

Jaime Secco es periodista e integrante del sector Banderas de Liber.