El ex presidente Julio María Sanguinetti confirmó ayer que será precandidato a la presidencia en las internas del Partido Colorado (PC), en las que las encuestas ya lo ubicaban, antes de este anuncio formal, como favorito. Fue un hecho previsto, pero constituye un acontecimiento político y merece algunos comentarios.
Pese a que los sondeos de opinión pública en Uruguay no han recuperado la confiabilidad que tenían a comienzos de este siglo, parece bastante probable que Sanguinetti triunfe dentro de su partido, y poco imaginable que gane las elecciones nacionales. En ese marco, da la impresión de que el ex presidente busca tres objetivos. Por una parte, mejorar los magros resultados que ha obtenido el PC desde que la crisis de 2002 hundió a su gobierno de coalición con el Partido Nacional (PN), encabezado por Jorge Batlle. Por otra, contribuir con triunfo en un balotaje de la oposición, o más precisamente de la “familia ideológica” con la que se identifica. Por último, y si se dan los dos resultados antedichos, tallar fuerte en el armado y el funcionamiento de un gobierno de coalición con el PN y quizá con otros partidos o sectores.
Muchas cosas pueden salirle mal, y corresponde destacar que Sanguinetti, después de triunfar las dos veces que se postuló a la presidencia y de asegurarse un lugar en los libros de historia, esté aún dispuesto a correr riesgos, a los 83 años de edad y con menos beneficios para sí mismo que para las ideas e intereses que quiere defender. No deben ser muchos, en los partidos uruguayos, los dirigentes capaces de hacer algo así.
De todos modos, los resultados que Sanguinetti quizá espera de su vuelta al ruedo son discutibles. Si el PC recupera votantes, serán en gran medida personas que no se sienten convocadas por figuras relativamente más jóvenes, y por lo tanto el resultado puede ser pan para hoy y nuevamente hambre para mañana, cuando el veterano líder ya no esté. Por otro lado, parece dudoso que el perfil muy racional y estructurado del ex presidente (cargado, además, con una gran mochila de antecedentes cuestionables) resulte atractivo para los nuevos votantes o los actuales indecisos entre el oficialismo y la oposición: si los colorados crecen, lo más probable es que lo hagan a expensas de otras fuerzas opositoras, sin efectos de importancia en la contienda entre el Frente Amplio y el bloque de sus adversarios históricos. Finalmente, aun si la oposición llega a la presidencia, no se puede dar por descontado que Sanguinetti vaya a desempeñar luego un papel relevante en el gobierno.
Sea como fuere, y aunque este retorno no contribuya precisamente a la renovación del escenario político, sí podría mejorar el nivel de la campaña, que hasta ahora no se ha caracterizado por su brillo. No es que haya algún motivo para esperar que Sanguinetti sólo desparrame a su paso verdades y aportes constructivos. Simplemente, se trata de alguien con un considerable acervo cultural y que conserva en buena medida, pese a los años, sus dotes de orador y su habilidad para el juego político. Hacerle frente obligará al resto de los precandidatos a mejorar su desempeño.