Vuelve con toda su fuerza. La vieja receta del “no hay alternativa” cobra su máxima importancia en estos tiempos de alta intensidad en la disputa geopolítica y geoeconómica. La vieja tesis resurge como si fuera nueva, con gran ímpetu y con la intención de convencernos de que el único camino es el neoliberal.
La fuerte restricción externa que acecha a Latinoamérica desde hace varios años ha puesto en tensión a la mayoría de los modelos económicos, con independencia del signo político que los gestione. Salvo en contadas excepciones, la mayoría de las economías no ha sabido conducir el nuevo ciclo a la baja del precio de los commodities. La caída de las divisas procedentes de la venta de materias primas ha resultado, finalmente, ser el principal adversario electoral para muchos gobiernos de la región, que siguen buscando la fórmula para superar un frente externo tan adverso.
La ecuación se hace cada vez más compleja. ¿Cómo contentar a todos los sectores de la economía en un marco de escasez de divisas? ¿Cómo sostener la política de derechos sociales en aquellos países que no están dispuestos a renunciar a ello, a pesar del frente externo desfavorable? ¿Cómo reactivar economías altamente extranjerizadas si no hay divisas? ¿Cómo cambiar el modelo productivo si hay una elevada dependencia de los insumos productivos importados? Son preguntas que no tienen respuestas sencillas. Y es en este contexto donde pretende imponerse el “no hay alternativa”. Es habitual que, ante la generalizada falta de previsión por la caída de divisas, aparezca el gran prestamista que está dispuesto a entregar dólares únicamente a cambio de la implementación de sus políticas económicas, las llamadas “pragmáticas”, las únicas posibles. Esto es, todas las medidas económicas neoliberales que ya conocemos.
Es así como juntan “el hambre con las ganas de comer”. Por un lado, ganan los que se beneficiaron del exceso de liquidez propiciado por la megaemisión monetaria del período 2008-2015 en Estados Unidos y Europa; y por el otro están los necesitados de divisas. El caso argentino, seguramente, es el más emblemático, por la velocidad de implementación del programa made in FMI. Algo similar se está haciendo también en Ecuador: te presto dólares a cambio de no tomar otra salida que no sea la neoliberal.
De esta forma, la restauración conservadora procura ganar el pulso geopolítico regional con el “no hay alternativa” como bandera. Y, sin embargo, les salió un incómodo caso que contradice todo su relato. Se les olvida, adrede, lo que pasa en Bolivia, donde sí hubo alternativa, y aún la hay. De hecho, muy exitosa. Y, además, con el aval y satisfacción de la mayoría. En la encuesta realizada por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) en marzo de este año, seis de cada diez personas creen que ha habido una mejora de las condiciones de vida gracias al actual modelo económico.
En la fórmula económica boliviana se parte de un principio básico: no sólo es posible conciliar la justicia social con la eficacia económica, sino que, además, crean sinergia entre sí. La demanda interna es la base sólida del crecimiento económico que permite, asimismo, tener capacidad de amortiguar cualquier shock externo adverso. Las políticas redistributivas en materia de derechos sociales en Bolivia (Bono Juancito Pinto, Bono Juana Azurduy de Padilla, Renta Dignidad) fueron fundamentales para constituir una robusta demanda interna sostenida en el tiempo. Esas políticas sociales se lograron financiar con recursos que antes se iban del país. Gracias a la nacionalización se evitó esa fuga y, además, se demostró que lo estatal, si se hacen bien las cosas, es capaz de presentar un funcionamiento eficaz y eficiente en clave económica. La mayoría de las empresas públicas nacionalizadas en sectores estratégicos (YPFB, Entel o Boa) revalorizaron su patrimonio y tienen un flujo de caja con un saldo muy positivo, que permite mayor inversión pública productiva, así como garantizar derechos sociales. En un reciente estudio del Celag se demostró que, si no se hubiera producido la nacionalización, Bolivia hubiera dejado de generar riqueza económica por un valor de 74.000 millones de dólares (número que representa, por ejemplo, dos veces el Producto Interno Bruto de 2017).
Bolivia ha demostrado que sí se puede tener una inserción soberana e inteligente contra la restricción externa. Que se puede desdolarizar la economía y tener, al mismo tiempo, un sistema financiero sólido. En la actualidad, el sistema financiero se ha bolivianizado; por ejemplo, más de 95% de los depósitos se hacen en moneda nacional. Que se puede mantener estable el nivel de precios al mismo tiempo que los ingresos y el consumo crecen. Que se pueden reducir la desigualdad y la pobreza mientras la economía sigue creciendo a tasas récord en Latinoamérica. Que se puede mejorar notablemente el bienestar social en condiciones macroeconómicas sólidas.
Que se puede y se debe. Es así como Bolivia le viene la ganando la partida al “no hay alternativa”, demostrando que, con una forma diferente de hacer política económica, soberana y ordenada, con justicia y eficiencia, se ven los buenos resultados, que se visualizan tanto en las cifras como en cualquier aspecto de la vida cotidiana del pueblo boliviano.
Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica.