El senador Jorge Larrañaga ya está fuera de la competencia por la presidencia de la República, pero el proyecto de reforma constitucional que impulsó mediante la campaña “Vivir sin miedo” se votará el 30 de octubre, en forma simultánea con las elecciones nacionales, y el dirigente nacionalista lo defendió el martes 16, por cadena de radio y televisión.

Hace más de un año, en ocasión del lanzamiento de esa campaña, señalamos nuestra oposición a ella, tanto por el contenido de la iniciativa como por el procedimiento. Este plebiscito se saltea al Poder Legislativo para intentar, por otra vía, la aprobación irreversible de proyectos ya presentados por el senador y rechazados. Ahora también hay que decir que el discurso en cadena de Larrañaga estuvo lleno de falacias y efectismo.

El senador se refirió al reclamo de que “se haga algo”, afirmando que “no se puede seguir así” y que hay que “defender a la gente honesta”. De esas vaguedades saltó, sin explicar por qué, a que su proyecto “es la única propuesta real y concreta para cambiar la realidad que sufrimos”, y a que “si no hacemos esto, […] los delincuentes nos llevan puestos”. De paso, sentenció que “el país necesita orden”, postulando una ilógica y peligrosa equivalencia entre orden y seguridad, típica de las ideologías autoritarias.

Larrañaga arguyó que, actualmente, los jueces asignan penas a determinados delitos pero luego, “por una cantidad de beneficios liberatorios”, esas penas no se cumplen, como si tales beneficios fueran otorgados en forma irresponsable –vaya uno a saber por quién–, al margen de las instituciones o en violación de normas vigentes. Este tipo de mensaje no contribuye mucho a fortalecer el sistema republicano y la conciencia democrática de la ciudadanía.

Acerca de la propuesta de formar una Guardia Nacional, insistió en que ese cuerpo tendrá “funciones de policía”, en que sus efectivos “recibirán la formación previa para sus nuevos cometidos”, y en que las tareas que desempeñen “estarán sujetas a la Ley de Procedimiento Policial”. Lo que no supo o no quiso argumentar fue por qué, entonces, resulta necesario que esté integrada por militares y dependa funcionalmente del Ministerio de Defensa Nacional.

El senador parece apoyarse sobre la noción de que los integrantes de las Fuerzas Armadas adquieren, en ellas, alguna cualidad esencial que los hace más eficaces o más temibles que los policías, y que por lo tanto vale la pena dedicar tiempo y recursos a reciclarlos, con una formación distinta de la que ya recibieron, para que actúen en el marco de normas diferentes a las que aprendieron a respetar, porque de todos modos conservarán ese diferencial indeleble. Esto se parece mucho a una falta de respeto a la Policía, y no es serio apelar, como hizo Larrañaga, a la fantasía de que con su reforma siempre habrá un militar que acuda, presuroso, para proteger a quien “está siendo apuntado con un arma por un delincuente”. No es bueno vivir con miedo, pero medrar con el miedo es peor.