Juan no se llamaba así, pero su familia ya sufrió demasiado. Tenía 37 años y estaba preso hace un tiempo. Después de cuatro meses de coma y agonía, murió.

La historia empezó en marzo. Juan estaba privado de libertad en el módulo 3 del ex Comcar. Luego de la visita del último domingo del mes le notificaron que sería trasladado a la Unidad 7 Canelones. Pidió que no lo trasladaran por razones de seguridad, sabía que en Canelones corría riesgo. Pero lo trasladaron igual. Al llegar a la Unidad 7 dejó sentado que las chances de que sufriera un ataque inminente eran muchas.

Y, tal como alertó, fue atacado. El lunes 25 en la mañana, ni bien abrieron la celda, fue apuñalado en la cabeza. Lo trasladaron al hospital Pasteur, donde le suturaron las heridas. Por razones obvias, a Canelones no podía volver, así que fue trasladado a la ex Cárcel Central.

Al otro día la familia pudo visitarlo. Dicen que lo vieron confundido, que apenas caminaba. Les dijeron que le habían dado pastillas para dormir. Estaba sucio, con la ropa llena de la sangre seca de la herida. El deterioro de Juan siguió avanzando. Dejó de hablar, dejó de caminar. Ese viernes fueron a verlo y lo bajaron en una silla de ruedas, cuentan que estaba prácticamente inconsciente y que no respondía. Seguía con la misma ropa y con la mugre de toda la semana acumulada en el cuerpo.

Desde el Instituto Nacional de Rehabilitación se movieron con premura para que fuera trasladado a un hospital. Ingresó al CTI del hospital Maciel en coma. Le diagnosticaron meningitis. Fue intervenido quirúrgicamente y pasó a internación en sala. A principios de marzo empeoró y volvió a ingresar a CTI, esta vez en una mutualista.

A los días empezó a responder. Con lesiones cerebrales y desnutrido, fue trasladado a la sala penitenciaria del hospital Saint Bois a mediados de mes. Pasaron días, pasaron semanas. Con sonda y pañales. Con una escara que le llegaba a los huesos en la zona baja de la espalda.

A principios de julio, su estado volvió a agravarse por una infección. Otra vez a CTI, en otra mutualista. Otra vez el dolor, otra vez las cirugías. Su cerebro, cada vez más deteriorado.

Pasó el mes entero en coma. Ya sin reacción, ni a la luz ni al dolor. En todo este tiempo, Juan estuvo engrilletado a una cama. Atravesó cirugías y agonía engrilletado. La orden judicial para poder sacarle los grilletes la tenía que dar la Justicia, pero la feria y los tiempos judiciales no entienden de agonías.

A Juan lo conocimos jugando al fútbol en la cancha del Comcar. No volverá a jugar.

Juan murió el día en que se cumplieron cuatro meses del ataque. Es la muestra de cómo le toca agonizar a un preso. Para algunos ni siquiera la agonía pueda ser digna. Es otro muerto del sistema. Otro nombre que se suma a las múltiples vulneraciones de salud que se ven todos los días en el sistema carcelario y de las que nadie parece hacerse cargo.