Después de las elecciones primarias argentinas, parece seguro que en octubre triunfará la fórmula integrada por Alberto Fernández y Cristina Fernández. O sea que, luego de que Mauricio Macri se empeñara en presentar al kirchnerismo como la causa de todo lo que andaba mal y en revertir cuanto pudo sus políticas, el nuevo gobierno señalará a Macri como el gran culpable, y hará cuanto pueda por desandar el camino que recorrió. Así no hay país que aguante, y existen graves riesgos de que el péndulo lleve a la fosa.

En Uruguay, las elecciones nacionales se llevarán a cabo, como en Argentina, el 27 de octubre de este año, pero una de las diferencias es que nada indica la posibilidad de una victoria en la primera vuelta. Entre otras cosas, porque la realidad de nuestro país no está causando un vuelco masivo de votantes hacia el oficialismo o la oposición. Y esto tiene, a su vez, motivos evidentes, por más que haya quienes intentan construir la percepción de una “grieta” insalvable. La política económica de los gobiernos frenteamplistas poco ha tenido que ver con la de los kirchneristas; las consecuencias de coyunturas internacionales adversas fueron aquí, por eso mismo, mucho más atenuadas; y (digámoslo también, aunque la corrupción no es una cuestión de grados) los casos uruguayos de mal manejo de fondos públicos fueron algo sustancialmente distinto de las prácticas sistémicas e insondables al otro lado del río.

Para todo hay relatos, pero es un hecho que estamos lejos del panorama catastrófico presentado por quienes apuestan a profundizar la división. Sólo los necios o los desvergonzados pueden negar que tenemos problemas, y que algunos de ellos exigen, por su importancia, una revisión a fondo de las políticas aplicadas hasta ahora, pero sólo los muy fanáticos o los carentes de honestidad intelectual pueden decir que la experiencia desde 2005 no ha sido más que un rotundo fracaso, o que cualquiera que haya tenido responsabilidades de gobierno en ese período queda descalificado para buscar nuevos rumbos.

Sin embargo, una parte relevante de la oposición se esfuerza por convencer a los votantes de que estamos en manos de una pandilla de incompetentes e irresponsables, y de que “lo que hay que hacer” para resolver nuestras dificultades será tan sencillo como viable, apenas dejemos atrás 15 años de populismo desmelenado. Hay también, en el oficialismo, quienes se niegan a aceptar que en algo se haya errado, y actúan como si más allá del Frente Amplio y sus aliados sólo hubiera deseos de destruir todo lo conquistado, para entregarnos a la voracidad del imperialismo y la oligarquía. Prédicas por el estilo son las que consolidan la polarización en Argentina.

Por supuesto, no todos los conflictos se pueden conciliar, pero incluso en las guerras hay límites para lo aceptable, y luchar a lo bestia tiene consecuencias previsibles. La historia no terminará con la elección del próximo gobierno, que probablemente deberá sustentarse en alianzas y negociaciones. A nadie le sirve quemar todos los puentes.