El amplio triunfo del Frente para Todos en las elecciones primarias debe ser tomado con cautela. Fundamentalmente porque el partido decisivo es en octubre. El resultado inesperado se tradujo en un acto plebiscitario sobre el gobierno y produjo un cambio drástico y dramático del escenario político y económico. La poca probabilidad de modificación en el resultado final apura tiempos, pero es importante recordar que Alberto Fernández (en caso de ser electo presidente) sólo puede asumir el 10 de diciembre. Es decir, quedan cuatro meses para el recambio constitucional, una elección general y quizás un balotaje. Se sabe que en Argentina ese tiempo puede ser una eternidad. La primera semana no ha sido auspiciosa.
Esperanzas
La esperanza que ha generado la fórmula presidencial de los Fernández es muy básica: se sostiene –fundamentalmente– en la necesidad de poder frenar la crisis y vivir algo mejor, en medio de una cotidianidad cada día más caótica.
Desde hace casi cuatro años, con mayor o menor intensidad, los índices económicos de pobreza, desocupación y políticas sociales inclusivas son todos negativos y algunos extremadamente preocupantes. Es probable que la mayoría de los diversos votantes del Frente de Todos no hagan referencia tanto en las bondades económicas del modelo kirchnerista del período 2003-2015, aunque tiene su peso y su memoria, sino en la capacidad de detener la profunda crisis económica y social. Y si bien hay un consenso sobre la imposibilidad de volver a las bondades del mundo anterior, la esperanza es acompañada por la clara perspectiva productivista y propensa al consumo de las clases populares y medias que proponen. Esta es una vieja tradición del peronismo y los movimientos populares que demandará mucho ingenio para recuperar en la actual coyuntura.
Odios y disciplinamientos
Desde diciembre de 2015 el gobierno argentino se dedicó a fortalecer un concepto: el problema del país lleva 70 años. Como se dice socarronamente por estos lados, la culpa de todo la tiene Perón. Estas ideas son acompañadas de declaraciones violentas y políticas represivas. Vale recordar que se triplicó el gatillo fácil, se promovió la justicia por mano propia, se reprimieron muchas manifestaciones y el país volvió a tener presos políticos. La detención de la militante y líder de la organización Túpac Amaru, Milagro Sala, cuestionada por la Organización de las Naciones Unidas, es el caso más emblemático. A estos hechos debemos sumarle un enorme desprecio por las aspiraciones de los sectores más humildes, que pueden resumirse en las famosas frases “te hicieron creer que podías comprarte un aire acondicionado, tener un auto o irte de vacaciones” o el “todos sabemos que los pobres no van a la universidad”.
Todas estas acciones gubernamentales, defendidas y promovidas por un enorme aparato comunicacional, implican una campaña de odio cuyo impacto todavía no hay posibilidades de medir, aunque se sabe muy grave.
La respuesta de Maurico Macri en la derrota es culpar a la población de producir una debacle económica por no votarlo a él. Este acto de soberbia e irresponsabilidad lo trata de revertir dos días después pidiendo perdón y anunciando medidas para tratar de aliviar en algo la nueva crisis. El macrismo repite insistentemente el típico espiral de violencia: culpabilizan y reprimen, después desprecian, más tarde piden perdón, intentan reparar algo del daño y dejan unos pesos para comprar algo. Toda estas escenas de violencia o psicopateo, o ambas, provienen de esferas gubernamentales.
Además, hay que recordar un aumento del dólar de 500% en tres años y medio, inflación sin control y la megadevaluación de estos días que, junto a la caída de bonos y la bolsa, llevó al país a ocupar el tercer lugar en el ranking mundial de estas debacles. En Argentina hay una memoria histórica sobre estas escenas de disciplinamiento económico que se repiten desde la recuperación de la democracia. Una política de “los mercados” a través de la cual se profundizan crisis y maximizan ganancias cuando el pueblo vota diferente a sus intereses, tratando –en el mismo acto– de condicionar al próximo gobierno.
Intuiciones
Las elecciones dejan algunas rápidas conclusiones y aprendizajes que pueden compartirse en ambas orillas:
La importancia de cuidar la unidad de los diversos sectores populares, incluso en los desacuerdos. No visibilizar la tragedia que produce el neoliberalismo tiene consecuencias que se sufren por décadas.
El pueblo argentino pidió poner un freno a la intromisión del Fondo Monetario Internacional (FMI) y Estados Unidos en la economía y política del país. Un dato: Argentina recibe 61% de lo prestado por el FMI en el mundo. Además, el alineamiento geopolítico de Macri con los intereses norteamericanos se ha expresado de un modo casi pornográfico.
El marketing mostró límites en este acto eleccionario. La dramaturgia y el coucheo explícito pueden fracasar como forma de entender la política. Si bien es cierto que en las dos fuerzas políticas hay equipos de publicidad y profesionales de la comunicación, en este proceso electoral se ponen en juego dos modos de entender la participación de la ciudadanía. El resultado del domingo ayuda a poder reencontrarse con esas formas de la política que hacen eje en la palabra del pueblo, los actos y la militancia social. Sigue siendo importante el territorio como forma elemental de la participación y caminar las calles para saber qué sucede en la vida cotidiana de los pueblos.
Los liderazgos no pueden desconocerse. La figura de Cristina Fernández es clave para entender el reacomodamiento del proceso político y la posibilidad de un nuevo gobierno popular y progresista. Sin su decisión política de ampliar fuerzas y correrse de la candidatura presidencial, el macrismo caminaba fácilmente hacia la reelección.
Los proyectos progresistas y populares del continente no finalizan. Un nuevo gobierno en Argentina podría ayudar a recuperar políticas de integración en Sudamérica y poner límites a las injerencias norteamericanas. El alineamiento a uno de los polos en un orden multipolar es un grave error estratégico y político.
Se viven horas tensas. La tragedia acecha. Mientras se escriben estas líneas sigue aumentando la inflación y la pobreza, es decir, aumenta la gente que no puede comprar un litro de leche o que duerme a la intemperie. El camino hacia las elecciones de octubre va a ser sinuoso y complicado, y el gobierno no da signos de estar a la altura de las circunstancias. ¿Qué país habrá en diciembre o quizás antes? Imposible saberlo. La responsabilidad fundamental para llegar de la manera menos dolorosa está en manos del autodenominado “mejor equipo de los últimos 50 años”. Y da la sensación de que actúan como los niños ricos que, al ir perdiendo el partido, pretenden llevarse la pelota antes del final para deslegitimar el triunfo del rival. Deseamos que, por una vez en la vida, no jueguen con la posibilidad de aumentar una tragedia que no se sabe dónde va a finalizar.
Mariano Molina es periodista argentino.