En la campaña para las elecciones nacionales del año pasado abundaron los alegatos por la negativa. Los partidos que integraban la oposición dedicaron gran parte de sus mensajes a cuestionar lo que habían hecho los gobiernos del Frente Amplio (FA), y este a su vez insistió sobre riesgos de lo que se proponían hacer quienes integraban entonces la oposición.

Incluso fue frecuente que en vez de criticar desempeños o propuestas, se intentara descalificar la identidad misma de los adversarios sosteniendo que no importaba lo que decían sino lo que eran, y atribuyéndoles toda clase de intenciones ocultas y nefastas.

Este tipo de prédica tuvo una incidencia relevante en los resultados. Ahora la asunción de los gobiernos departamentales abre un período en el que cabe esperar –y desear– que pesen más otros factores. Habrá, mañana como ayer, opositores concentrados en desprestigiar o difamar a quienes gobiernan, pero también tendrán importancia, tanto en las intendencias como en el gobierno nacional, los resultados y sus efectos en la vida de la gente.

Seguramente vendrán las comparaciones, más o menos pertinentes. Diferencias de escala, de responsabilidad y aun de contralor determinan que desde distintos poderes ejecutivos sea más fácil actuar mucho mejor o mucho peor. Hay ejemplos recientes. Sin embargo, pese a esto y a la diversidad de contextos y personas, tendremos pistas válidas acerca de los valores y las prioridades predominantes en cada gobierno.

En este sentido, parte de la vida política de los próximos años mostrará contrastes entre el FA y las fuerzas políticas que integran el gobierno nacional. La asignación de recursos, la actitud hacia lo público y lo privado, los objetivos y los medios elegidos para las políticas sociales, la forma de relacionarse con el sistema de partidos y con las organizaciones no gubernamentales, la transparencia y la disposición a rendir cuentas serán oportunidades de desmentir la tesis, antidemocrática y nefasta, de que “son todos iguales”.

En Montevideo y Canelones, que suman más de la mitad de la población uruguaya, la votación de este año mantuvo al FA en los gobiernos departamentales. Esto no llamó mucho la atención, porque el año pasado los frenteamplistas habían ganado en esos dos departamentos del área metropolitana, tanto en la primera vuelta como en la segunda. Además, la intendencia montevideana ha sido conducida por el FA desde 1990, y la canaria desde 2005.

Carolina Cosse y Yamandú Orsi son figuras destacadas en la renovación de la dirigencia frenteamplista. Estaban en la infancia cuando se fundó el FA y cuando llegó el golpe de Estado de 1973. Las elecciones nacionales de 1984 fueron las primeras en que Cosse votó, y Orsi estrenó la credencial cívica en las de 1989.

Al igual que el presidente Luis Lacalle Pou, vienen de largas tradiciones y les toca probar, ante la ciudadanía, que la identidad compartida con quienes los precedieron no les impide corregir sus errores. Si lo logran, en el próximo ciclo electoral el país estará en mejores condiciones para decidir qué le conviene.