El cuadro que acompaña este artículo muestra la gravedad de la situación epidemiológica en Uruguay. El P7 Harvard es un índice de riesgo que toma el promedio de las tasas de incidencia de covid-19 cada 100.000 habitantes en los siete días previos. Se toman tasas y no “números absolutos”, ya que esto permite comparar diferentes poblaciones y uniformiza (los números absolutos dicen poca cosa si no se los relaciona con la población a la que se refieren). Como se ve en el cuadro, valores entre 1 y 10 anuncian peligro de aumento de casos, sobre todo cuando son mayores de 5. Es un poco vidrioso, pues puede pasarse rápidamente de valores por debajo de 5 a casi llegar a 10. Los valores entre 10 y 25 muestran un riesgo intermedio de saturar el sistema de salud, y es adonde no deberíamos haber llegado.
Como vemos, Uruguay ha entrado en el grupo de mayor riesgo, tanto como país como en varios de sus departamentos. Es muy grave que Montevideo esté en los cuadros de mayor riesgo, dado que tiene la mayor cantidad de población del país, tiene mayor densidad poblacional, es la ciudad más extendida, con dependencia para la movilidad interna del sistema de transporte, y tiene varios barrios con carencias importantes en cuanto a ingresos. Contener el avance de la pandemia en Montevideo, volver a llevarla a valores de menor riesgo, da mucho más trabajo que contenerla en una ciudad más pequeña. Las medidas que se toman son más difíciles de implementar y, sobre todo, de controlar.
Esta es la situación actual. La pregunta debería ser no sólo por qué llegamos a ella –pregunta que no tiene una respuesta sencilla– sino también cómo salimos de esta situación. Podemos decir que faltaron medidas económicas para apoyar a quienes debían quedarse en casa; podemos decir que el apelar a la libertad responsable, si bien suena muy lindo, no es fácil de llevar adelante ni de mantener en el tiempo; podemos decir que hemos visto, no sólo durante la pandemia sino también antes, una exacerbación del individualismo, y que en este contexto el uso de la libertad responsable se hace mucho más utópico, ya que cuesta mirar al otro, cuidar al otro que no es muy cercano, aquel con el que no me identifico claramente como prójimo. Esto último se ve en muchas actitudes: fiestas privadas numerosas, algunas clandestinas, exhortación a no usar tapabocas aludiendo desde a que no es útil hasta al uso de la libertad individual, pasando por teorías conspirativas y disparates como que impiden respirar, aumentan el dióxido de carbono y te pueden matar. Padres que van a la consulta de niños sanos, muchas veces escolares, un solo niño y dos padres. Aclaro, me encanta ver a las familias, y en condiciones normales pueden venir los abuelos y los tíos, si quieren, a la consulta. Pero en este momento, esta actitud no es responsable. Todos los padres quisieran ir ambos, pero si todos los niños van con dos acompañantes, las salas de espera, aun en un accionar rápido y sin sobreagenda, cumpliendo adecuadamente la agenda preestablecida, se comparten entre más personas de las debidas, poniendo en riesgo a otros, que necesitan controlar muchas veces enfermedades crónicas y son población de riesgo para un mal resultado si enferman de covid-19.
Por otro lado, sabemos que hay una “ventana” entre que diagnosticamos un paciente de covid-19, sea este asintomático o con síntomas, y el momento en que empezó a contagiar, de por lo menos 48 horas. Es decir que, sin saberlo, puedo estar contagiando a otras personas antes de tener el test positivo. Esto hace que uno debiera pensarse siempre como posible positivo, y actuar en consecuencia. ¿Qué quiere decir esto? Minimizar mis salidas y mis contactos, usar tapabocas, lavarme frecuentemente las manos, racionalizar el uso del transporte colectivo a lo necesario. Escucho muchas veces que no se puede ir al gimnasio, o que el teatro tiene determinado aforo, pero los ómnibus van llenos. Trabajar parece lo único importante: señores, trabajar es muy importante. Los que podemos trabajar, los que tenemos trabajo, tenemos la tarea de sostener la economía de nuestra comunidad e ir mejorándola en lo posible para que los que hoy están desempleados puedan dejar de estarlo. Por eso, si tenemos que ir a trabajar en ómnibus, pues en Montevideo las distancias son grandes, seríamos menos si no se usa con otro fin. A eso llamo yo racionalizar el uso del transporte colectivo. Y eso es responsabilidad social.
La única forma de bajar estos números es aumentar el distanciamiento físico, cumplir estrictamente las cuarentenas si nos toca, si somos contacto de un contacto, cuidarnos. Tener siempre la idea en mente de que nosotros, o aquel con el que nos contactamos, puede ser covid-19 positivo y aún no saberlo. Entonces, disminuir el número de contactos estrechos (aquellos que vemos a una distancia menor de dos metros, sin tapabocas, por más de diez minutos). Utilicemos el concepto de “burbuja social”, es decir, esos contactos estrechos que estamos dispuestos a asumir, que sean pocos y estables. No interactuemos con varias burbujas, transformándonos en puente y vía de contagio de muchas personas en caso de ser positivos. Evitemos las reuniones presenciales. Vivimos en una época en que por suerte tenemos muchas herramientas muy buenas para “vernos” virtualmente. Vivimos en un país con la mejor conectividad de América, y una de las mejores del mundo, con tablets y celulares inteligentes ampliamente distribuidos en la población. Hagamos uso responsable del espacio al aire libre: salgamos, pero si vemos que ese lugar a donde nos dirigimos está repleto de gente, busquemos otro, o cambiemos de horario, o desistamos por ese día.
El gobierno debería aceptar generar un diálogo nacional, dejando de lado el discurso de que “todo es culpa de cómo dejó el Frente Amplio el país”. Por un lado, eso no es cierto. Por otro, aun si fuera cierto, no aporta.
¿Qué debemos esperar del gobierno y exigirle? Pautas claras de qué se espera que se haga. Medidas claras sobre qué debe estar abierto y qué no, de qué manera, con qué protocolo, y exigir el teletrabajo para públicos y privados. Pautas claras de cómo debe desarrollarse ese teletrabajo. Subsidio real a quienes no tienen ingresos: a las empresas que pierden toda posibilidad de trabajo (turismo, hoteles, arte), renta básica universal para los que no tienen ingresos en este momento, como forma de asegurar su posibilidad de llevar adelante estas medidas, disminuir el impacto de la crisis y dinamizar la economía. No fabriquemos más pobres, no aumentemos el número de niños por debajo de la línea de pobreza, familias vulnerables que luego nos costará mucho recuperar y llevar a niveles de dignidad, y que repercutirán en bajos niveles académicos y baja posibilidad de acceso a trabajos de calidad. Lo que no hagamos hoy, el esfuerzo económico en este sentido que no hagamos hoy, lo pagaremos muy, pero muy caro, más adelante. No hay reforma educativa, no hay esfuerzo docente que sane lo que no se come, lo que no se obtiene de vivir en un hogar seguro (económica, alimentaria y emocionalmente) los primeros tres años de vida. Es inadmisible retroceder en políticas sociales en este momento. Disminuir el déficit fiscal no debe estar por encima de la calidad de vida de los uruguayos.
Se debe trabajar en el territorio, mejorando y creando grupos de trabajo que puedan diagnosticar en el lugar, y llevar adelante las medidas necesarias para contener la epidemia. Nadie sabe mejor lo que le pasa que la propia gente. Nadie tiene más herramientas para traducir lineamientos generales a la práctica diaria que quienes viven en cada barrio. Cada barrio es una realidad similar a la de otros, pero diferente, con características propias. Por eso la acción territorial es imprescindible. No se puede dar el mismo mensaje a todos, porque cada grupo lo decodifica en forma diferente. Se debe hablar a cada quien en el idioma que puede escuchar. Si logramos atender a la población en el primer nivel de atención, dotándola de la resolutividad adecuada, aumentando los recursos en lo que haga falta, si las personas pueden evitar moverse de su barrio, de su casa, para ser atendidas, entonces estamos disminuyendo la sobrecarga en el centro de salud más especializado, y, sobre todo, evitando la propagación de la enfermedad.
Hay que aumentar la capacidad de testeo, de rastreo y de control de los focos. Para eso, nosotros podemos ayudar teniendo menos contactos. El gobierno, contratando y entrenando rastreadores. Pagando los test a los privados y a la Universidad de la República en tiempo y forma, teniendo siempre test disponibles.
El gobierno debería aceptar generar un diálogo nacional en este y otros temas, dejando de lado el discurso de que “todo es culpa de cómo dejó el Frente Amplio el país”. Por un lado, eso no es cierto. Por otro, aun si fuera cierto, no aporta. Genera brecha, genera resistencia a ayudar, aun cuando uno esté dispuesto a hacerlo. La “mojada de oreja” no es buena en ninguna relación. Crezcamos como país, crezcan como políticos. Nos lo merecemos. Todos.
Las fiestas, las licencias, fin de año, llaman a reunirse. Este año, no va a ser posible. Ahora, si tenemos que elegir reunirnos hoy, y quizá por última vez, con algún amigo o familiar que luego pase a formar parte del número de muertos, creo que la elección sería clara. Mejor, las reuniones grandes las dejamos para cuando se pueda. Usemos la creatividad. Reuniones zoom en cadena, cada familia pequeña en su casa pero compartiendo con los otros, videollamadas, grupos de Whatsapp, Instagram. Tenemos mil formas de hacerlo. De sentirnos y estar cerca. Prioricemos la salud. Prioricemos aquellos contactos para los que la virtualidad no es posible. Usemos tapabocas cuando visitamos a la abuela, al amigo que es diabético o que tiene EPOC. Si no nos vemos bien la cara, pero podemos charlar un ratito, seamos inteligentes, optemos por lo seguro.
En fin, el gobierno tiene que ponerse las pilas. Nosotros, cada uno de nosotros, tiene mucho para aportar.
Esperemos que el año próximo sea mejor que este. Mucho depende, para que esto suceda, de lo que se haga en los próximos 15 días. Quizá esa sea la manera de vivir acorde al espíritu festivo: preparar un mejor comienzo de año, con el trabajo de todos.
Adriana Peveroni es pediatra.