Como en marzo, la covid-19 coloca a Luis Lacalle Pou ante una situación crítica. Esto les ha sucedido a los gobernantes del mundo entero, pero hay complicaciones distintas según el caso. En Uruguay, un par de requisitos básicos de la emergencia sanitaria se contraponen a sendos objetivos prioritarios del presidente.

El oficialismo afirmó y afirma que el gasto público fue desmesurado durante los gobiernos del Frente Amplio (FA), que para solventarlo se impuso una carga fiscal excesiva al “país productivo”, que es imperioso aliviarla para que la economía crezca, y que esto es viable corrigiendo ineficiencias y derroches, sin afectar el alcance ni la calidad de ninguna política social.

La emergencia sanitaria exige desembolsos estatales importantes, y la vida demostró que no existían esos presuntos grandes gastos superfluos. Por lo tanto, se hizo evidente que los recursos para afrontar la pandemia sólo podían provenir de impuestos a los sectores con mayor capacidad contributiva o de créditos internacionales, dos vías a las que las actuales autoridades no quisieron apelar.

Por otra parte, el triunfo electoral de la “coalición multicolor” se apoyó en una fuerte polarización con el FA, y es obvia la intención de mantenerla mediante una agresiva insistencia en la descalificación de sus gobiernos, atizada con auditorías y denuncias. A esto se suma un estilo presidencial que, con la intención declarada de no “compartir la autoridad”, acota el diálogo y recela de la negociación de acuerdos (incluso con sus aliados).

En los primeros meses de la emergencia sanitaria, Lacalle Pou buscó comprometer lo menos posible sus objetivos. Retaceó u omitió desembolsos para aliviar costos sociales, se negó a considerar los reclamos en ese sentido y los de un amplio acuerdo nacional, y su apuesta a los “malla oro” jerarquizó la reanudación de actividades económicas, incluso en desmedro de la prevención de contagios. Hubo mucho más rigor con los grupos juveniles en las plazas que con las empresas que no respetaban los protocolos.

Aciertos en otros terrenos, el aprovechamiento de fortalezas previas, la conducta de gran parte de la población y el hecho de que la oposición no polarizara el tema de las políticas sanitarias llevaron a que, en los primeros meses, la propagación de la covid-19 se mantuviera en una escala manejable, excepcional para la región.

A mediados de año dio la impresión de que el presidente había asumido que la pandemia se mantendría bajo control hasta que hubiera vacunas disponibles, y volvía a priorizar el avance hacia sus objetivos iniciales, aprovechando para ello la popularidad ganada en el terreno sanitario. Lamentablemente, parece que se apuró.

Ahora, ante el crecimiento exponencial de los contagios, Lacalle Pou reitera sus opciones anteriores: gastar poco y dialogar poco, facilitar los negocios de los “malla oro”, apostar al disciplinamiento en áreas que los expertos no consideran muy riesgosas y tratar de acceder cuanto antes a vacunas. No aprendió ni parece dispuesto a la autocrítica: es una lástima, sobre todo para el país.