Ya se ha dicho y escrito mucho reivindicando el gran aporte del doctor Tabaré Vázquez. Desde su muerte, su figura pasó de ser cuestionada a ser endiosada, en el plano nacional y en el exterior. Aun con el impacto que implica su “último viaje”, vale compartir, junto a las emociones, algunas reflexiones y análisis.

Mi amigo Álvaro Vázquez me dijo “rezá por él” un día antes de su fallecimiento. Su despedida final fue tan meditada e intuida como todos sus roles. Un prepararse para la muerte agnóstico y estoico, con la entereza de quien sabe las consecuencias biológicas de su enfermedad y que no renuncia a sus dudas existenciales en lo espiritual. Esta postura inspiró el artículo de la teóloga uruguaya Rosa Ramos “Tabaré Vázquez: una fe a la uruguaya”. Entre lo sincrónico y lo diacrónico, entre el personaje, los relatos, los hechos, los resultados, las alabanzas y las críticas, el mito y la persona se confunden y desencadenan el rescatar lo significante ante la pérdida. La diferencia entre su primer gobierno y el segundo, la innovación de la Intendencia de Montevideo, la sostenibilidad de su imagen en 30 años.

Las reacciones que se han desencadenado deberán ser abordadas no sólo por la ciencia política, la sociología y la psicología social, sino también por la filosofía cultural y la fenomenología de la religión. Hasta con su muerte Tabaré innovó en el imaginario social uruguayo, y eso debería ser base para propulsar la renovación del Frente Amplio, el diálogo en el sistema político, el vínculo entre lo social y lo político, así como evitar emular lo que no es posible. Hay que saber ubicar las cosas en su momento histórico, para no recargar sobre las espaldas de las nuevas generaciones de líderes el peso de imitar lo que no es posible ni necesario. Si Liber Seregni es irreproducible, así lo será Tabaré, y lo serán Mujica, Danilo y tantas otras y otros que forjaron en casi 50 años la fuerza política Frente Amplio.

Mi experiencia junto a Seregni en el Centro de Estudios Estratégicos 1815 me permitió comprender en la práctica el valor de la estrategia y el análisis en la política, pero sobre todo la perspectiva del proyecto político colectivo, algo que hay que retomar, más allá de los individuos y con el aporte insustituible que las personas con liderazgo pueden hacer para que se concreten los sueños de transformación de la gente. Recuerdo que en el entorno de Seregni era de los pocos que decían que Tabaré iba a llevar a ganar a la izquierda, por su forma de acumular liderazgo más allá de las fronteras del frentismo, que nos nucleaba, nuclea y deberá nuclearnos. Seregni, que había sido vencido por Tabaré, sabía escuchar y fortalecer la importancia de transitar desde el proyecto colectivo que debe impulsar las transformaciones y no quedarse en los fragmentos de logros y fracasos.

Para poder valorar todo lo que aportó Tabaré creo que hay que evitar tres tendencias que han emergido ante su muerte: el oportunismo de los discursos meritocráticos, que desconocen que las personas somos con nuestras circunstancias y no aisladas de ellas; que la idea de ascenso social no está radicada en la mera virtud individual; y que el culto a la personalidad va no sólo contra el proyecto de izquierda que está en proceso de renovación y autocrítica, sino que va contra la propia actitud de Tabaré, que no pretendió nunca que existiera el vazquismo. Buscó instalar métodos en la cotidianeidad de la vida con su visión más pragmática, con intuición y tozudez, para que se generara una institucionalidad.

En la frase de José Artigas “nadie es más que nadie” podemos tener el hilo inductor de lectura para dar otra mirada de Tabaré, que ata con el país de la “igualdad social” del batllismo. Se puede comparar a Tabaré con José Batlle y Ordóñez en su pretensión de modernizar el país, de incluir en igualdad a los habitantes desde un rol estatal para ejercer libertad. Que articula con la importancia de lo local y la descentralización de la tradición blanca, la tolerancia y el humanismo de la cultura del “medio y medio” del Uruguay conciliador de las diferencias, “la solidaridad” del catolicismo social, el respeto a la civilidad del masón, el sentir popular del fútbol, el carnaval y el tambor. El rol del político, expresión de varios liderazgos a la vez, identidad ideológica, cuasi pastor en su lenguaje, astucia de león y radicalidad en la oposición, moderación, institucionalismo y centralidad en el gobernar, así como la eficiencia gerencial en los recursos. Tabaré era a la vez “hombre de partido” y un outsider indisciplinado y transgresor. Finalmente, la medicina clínica como vocación, tamizada por el positivismo cientificista y el compromiso social del poder médico, al decir de José Pedro Barrán, le dieron el rol de sacerdote laico. Todos estos aspectos lo sitúan entre los grandes presidentes que tuvo Uruguay.

El ciclo que cierra con la muerte y la trascendencia de una personalidad como la de Tabaré fue el del progresismo a la uruguaya, que contuvo lo mejor que se plasma hoy en los reconocimientos de avances en derechos sociales. Esto relativiza las contradicciones de Vázquez con algunos movimientos de emancipación, y las sitúa en su contexto de síntesis ascendente de círculo virtuoso de referencia nacional por su actitud republicana y democrática una vez saldados los temas. El progresismo no sólo albergó a la izquierda sino al centro, como hoy la coalición gobernante conservadora alberga a las derechas y a parte del centro. Los bloques de poder y quienes los lideran pueden también explicar mucho de las formas en las que se ha ido desarrollando una de las democracias de referencia, que tiene a la vez opacidades que emergen como desafío para los nuevos liderazgos, sobre todo en la izquierda.

La historia mostró una de las versiones de ese progresismo latinoamericano que concilió en Uruguay, en lo cultural, lo tradicional con lo nuevo, el rol rector del Estado, el incentivo a mercados articulados e inclusivos, y garantías sociales universales para toda la sociedad. Esto se da de bruces con la idea de la caída del relato progresista, frentista y de izquierda, como planteé en una columna anterior.

Tabaré será la expresión de lo mejor de Uruguay, pero sobre todo del país de la igualdad social, y desde ahí hay que leer su legado. Su intención de superar e integrar al Frente Amplio en una Nueva Mayoría que fue el Encuentro Progresista, como pretendió el Pepe Mujica con el Frente Grande, encontró el límite de la identidad frentista. Esta está hoy en un proceso de reposicionamiento nuevamente en la oposición y deberá hacer una autocrítica integradora de las contradicciones para superarlas y encontrar nuevamente la adhesión mayoritaria de la población, que ya no tiene alineamientos permanentes en todos los casos.

Tabaré fue la mezcla entre lo progresista y lo conservador, expresión del país del medio y medio. Volcado en lo social a la izquierda y en los valores a lo tradicional. Fue el líder que llevó a la izquierda a gobernar, el que aportó a recuperar el Uruguay equitativo, solidario e inclusivo, abierto al mundo en el siglo XXI y promotor de la innovación y el desarrollo integral. A la vez, el gobernar llevó a toda la fuerza política y a sus líderes a comprometerse con una transformación social igualitaria, que ampliara la libertad como posibilidades y oportunidades, en lo que el Estado tiene una responsabilidad insustituible. Pero ya en el tercer gobierno se perdió oreja para comprender realidades que generaban descontentos y sobre todo para identificar cómo se comenzaba a articular el bloque opositor, que busca frenar la identidad de igualdad social para instalar la de la meritocracia individual.

Por eso lo del título: el hilo inductor de lectura del legado del doctor Tabaré Vázquez, del compañero Tabaré, del líder político y estadista, debe ser el principio de la revolución artiguista, relato que el populismo de extrema derecha ha buscado cooptar; “nadie es más que nadie”, nadie acepta ser ni más ni menos que nadie para ser parte de la sociedad. El legado de Tabaré se inscribe en esa corriente en que el compromiso y la iniciativa deben ser parte de la búsqueda de la “igualdad social” y no de la meritocracia de la desigualdad por las circunstancias. Es ahí donde se da la articulación de las reformas de la salud, impositiva, laboral, el Plan Ceibal, la Operación Milagros, el Plan de Emergencia, el Sistema Nacional de Cuidados, el reposicionamiento en los mercados globales para articular cadenas de valor que a la vez generaran riqueza, inclusión y distribución.

La muerte de Vázquez y la energía desencadenada deben impulsar a la izquierda aletargada, que vive la renovación y la autocrítica a tientas y que no logra conectar con la mística popular, a reposicionarse. Sitúa a un líder y estadista para toda la sociedad y lo hace trascender sus filas partidarias. Nos da una oportunidad para un acuerdo nacional ante la pandemia con su visión de tolerancia, corresponsabilidad y privilegiando a los que están en peor condición socioeconómica.

Con la imagen de espaldas de su nieta en el entierro, con el puño en alto, vale recordar aquel “festejen, uruguayos, festejen”. Vale recordar también que los que se siembran no mueren y que se debe seguir la lucha “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”, al decir de Rosa Luxemburgo.

Nelson Villarreal es docente e investigador de la Universidad de la República, y fue secretario de Derechos Humanos de Presidencia.