Una fría noche de invierno, de esas verdaderamente frías que conocen los pobladores de la localidad escocesa de Kirkcaldy, Adam Smith se frotaba las manos para calentarlas. En lo que fue –según sus propias declaraciones– el período más feliz de su vida, Adam reflexionaba sobre las causas de la riqueza de las naciones mientras vivía con su anciana madre. En un arrebato de inspiración, tomó su pluma, la entintó y escribió: “No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés”. Su madre entró al cuarto para traerle el churrasco a punto, un vaso de cerveza y un pedazo de pan, mientras Adam seguía escribiendo y pensando sobre el interés, la riqueza, los principios detrás de la economía capitalista, el mercado, el Estado. Y terminó lo que se convertiría en el primer libro moderno sobre economía, y luego muchos otros siguieron pensando en estos temas. Tuvieron que pasar más de dos siglos para que una investigadora sueca, Katrine Marcal, se diera cuenta de que en la frase de Smith faltaba el factor más importante para su cena: su madre.
Así de oculto ha permanecido –y permanece– el papel de las mujeres en la economía. Como planteó Judith Butler, el virus no discrimina, sino que la desigualdad social y económica de nuestras sociedades es la encargada de hacerlo.1 En particular, muchas voces se han levantado advirtiendo los impactos heterogéneos que la situación actual tendrá sobre varones y mujeres.2 En este sentido, es necesario profundizar la investigación acerca de los efectos expandidos que la covid-19 producirá en distintos grupos poblacionales, más allá de los estrictamente sanitarios.3
Hoy millones de personas en el mundo se encuentran confinadas en sus hogares. Muchos países han decretado el aislamiento social obligatorio y otros, como Uruguay, a pesar de no haberlo hecho, han promovido diversas políticas, como el cierre de establecimientos educativos en forma indefinida. Esto, sin duda, tendrá impacto en dimensiones sanitarias, económicas y sociales. La alta exposición al contagio por conformar la mayor parte de las personas empleadas en el sector salud, dificultades en la sostenibilidad del empleo y la autonomía económica, conciliación del teletrabajo con el trabajo no remunerado en los hogares, la violencia y el femicidio son algunas de las dimensiones que se abordan en este artículo y dejan en evidencia la necesidad de que el gobierno comience a incorporar una perspectiva de género en las políticas de combate a la covid-19.4
Economía de guerra
Si bien prácticamente no existen diferencias en la proporción de mujeres y de varones que residen en hogares pobres,5 es más probable que un hogar se encuentre en condición de pobreza cuando la jefatura es femenina. En 2019 7,5%6 de los hogares con jefatura femenina se encontraba en condición de pobreza, frente al 4,5% de hogares con jefatura masculina. A pesar de la importante caída en el número de hogares en situación de pobreza registrada desde el año 2006, esta brecha se ha mantenido prácticamente incambiada durante los últimos años.7 Esto reduce las posibilidades de las mujeres jefas de hogar de hacer frente a las situaciones atípicas que se han producido, como la necesidad de acopio de alimentos y el aumento de precios de productos de higiene y cuidado personal, así como las que podrían generarse de profundizarse las medidas de aislamiento social y de escasear la disponibilidad de productos de primera necesidad. La vulnerabilidad de los hogares con jefatura femenina frente a los de jefatura masculina es aun mayor si se considera que la proporción de hogares monoparentales femeninos en condición de pobreza duplica a los monoparentales masculinos. Asimismo, un indicador de autonomía económica comúnmente utilizado refiere a la proporción de personas sin ingresos propios. Mientras que 6,6% de los varones se encuentra en esta situación, para las mujeres este guarismo alcanza 14,4%.8
Ejército de reserva
A pesar del aumento de la participación femenina en el mercado de trabajo, persisten dificultades de inserción laboral que involucran particularmente a las mujeres. La tasa de actividad femenina se ubicó en 2019 15 puntos por debajo de la masculina (55% versus 70%), brecha que también se observa en la tasa de empleo, donde 65% de los varones se encuentra ocupado, frente a 49% de las mujeres.9 Sumado a esto, la probabilidad de cotizar a la seguridad social es más baja para las mujeres que para los varones.10 Además de los efectos directos que ello tiene sobre la vulnerabilidad socioeconómica, los patrones diferenciales de inserción laboral por género, marcados por una fuerte segregación ocupacional, también determinan el impacto desigual que tendrá esta pandemia. Los sectores en que las mujeres se encuentran sobrerrepresentadas verán su dinámica alterada por la crisis sanitaria, o bien porque el aislamiento social podría afectar su actividad, o bien porque se encuentran relacionados directamente con la atención de personas vulnerables. Entre las ramas de actividad más feminizadas se encuentran aquellas que tienen a los hogares como empleadores (89%), los servicios sociales y de salud (77%), la enseñanza (74%), otras actividades de servicios (61%) y alojamiento y servicios de comida (57%).
Merece especial atención la situación de quienes se desempeñan como trabajadoras domésticas en hogares particulares. Ese sector ocupa a 110.000 personas, de las cuales 89% son mujeres. A pesar de los importantes avances logrados en el sector desde el año 2006, cuando se las incorporó a la negociación colectiva, entre otros aspectos, sigue siendo uno de los sectores con mayor porcentaje de personas no registradas en la seguridad social. Mientras 25% del total de personas ocupadas son informales, entre los y las trabajadoras domésticas la informalidad asciende a 41%. Así, muchas mujeres quedarán libradas a que las personas que las contratan continúen el vínculo laboral y a que el gobierno implemente políticas para atender a quienes no quedan cubiertas por el seguro de paro.
Paralización de actividades
Otra dimensión que surge en tiempos de covid-19 es el aumento del trabajo no remunerado, y el confinamiento se muestra como un nuevo escenario en que las tareas dentro del hogar se multiplican. En particular, la suspensión de las actividades educativas implica que niñas, niños y adolescentes permanezcan en el hogar, lo que conlleva a una mayor carga de las tareas de cuidado. De la misma forma, las personas adultas mayores requieren de mayor asistencia, por ser un grupo de riesgo, por lo que aumentan el tiempo de permanencia dentro de sus hogares, así como la demanda por tareas que impliquen gestiones externas. La evidencia en este sentido es contundente e indica que el trabajo doméstico y de cuidados recae mayoritariamente en mujeres, adolescentes y niñas.11 Esta nueva situación tensionará aun más la ya difícil conciliación del empleo con las responsabilidades familiares, y las actividades de ocio y cuidado personal. Frente a ello, algunas mujeres deberán agregar a sus múltiples actividades el adaptarse a la nueva modalidad de teletrabajo y, en el extremo, otras se verán obligadas a renunciar a su fuente de ingresos como consecuencia de este aumento en la carga global de trabajo.
Enemigo en casa
La consigna de aislamiento social y confinamiento en el hogar se promueve bajo la premisa de que es el lugar seguro desde el cual enfrentar esta pandemia, pero esto no es así para una de cada cinco mujeres. Según datos de la última Encuesta Nacional de Prevalencia de Violencia Basada en Género y Generaciones, realizada en el año 2019, 18,4% de las mujeres vivieron situaciones de violencia por parte de la familia en los últimos 12 meses, y 19,5% por parte de la pareja o ex pareja. Esto abarca episodios de violencia psicológica, económica-patrimonial, física, digital o sexual. El confinamiento podría reforzar y quizás exacerbar estas relaciones de poder. Así, la covid-19 podría impactar sobre esta dimensión aumentando los factores de riesgo y, por ende, la incidencia de la violencia doméstica que afecta mayoritariamente a mujeres, niños, niñas y adolescentes. En efecto, durante marzo hubo un aumento en el número de llamadas recibidas por la línea 0800, pero una caída en el número de denuncias. Esto puede ser resultado de la mayor tensión en el hogar y la imposibilidad de las mujeres de poder denunciar al encontrarse recluidas junto con su victimario. En el extremo, esto podría impactar en un aumento de la violencia física y el femicidio; ya durante marzo fueron asesinadas cuatro mujeres.
Feminización en la trinchera
Más allá de comorbilidades distintas y predisposición al cuidado diferente que puedan tener varones y mujeres, el alto grado de feminización en el sector salud, en particular en Uruguay, expone a las mujeres a un mayor riesgo de contagio del virus.12 El sector salud13 emplea a 7,7% del total de personas ocupadas, y es una rama de actividad fuertemente feminizada que emplea a más de 95.000 mujeres (76%) que se encuentran actualmente en el frente de batalla en el combate a esta pandemia.
Reconciliación y restauración
Hasta el momento las políticas de combate a las consecuencias sanitarias, sociales y económicas de la covid-19 anunciadas por el gobierno no parecen contemplar la particularidad que esta situación tendrá sobre la vida de las mujeres. ¿Cómo se pretende atender estas desigualdades? ¿Será posible salir de esta crisis sin profundizar aun más las inequidades, o rápidamente se perderán las conquistas de las últimas décadas? ¿Este “experimento natural” será una oportunidad para visibilizar la importancia de los cuidados y el uso del tiempo, para desnaturalizar la violencia doméstica y tantas otras dimensiones que hoy limitan la vida de las mujeres? Finalmente, ¿se considerará el rol de las mujeres al momento de diseñar las políticas públicas?
Las autoras agradecen especialmente los comentarios de Alma Espino y de los integrantes del Grupo Jueves. Esta y otras notas del Grupo Jueves pueden encontrarse en grupojuevesuy.wordpress.com.
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“Capitalism Has its Limits”, Judith Butler, 19 de marzo de 2020. ↩
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Algunas pueden encontrarse en xyonline.net/content/gender-and-covid-19-pandemic. ↩
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“COVID-19 is not gender neutral”, Amy Haddad, blog Broad Agenda, 17 de marzo de 2020. ↩
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americalatinagenera.org/newsite/index.php/es/covid19-y-genero. ↩
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Tiene el supuesto implícito de igualdad en la distribución de ingresos a la interna del hogar, cuando es bien sabido que se distribuyen de forma desigual según géneros. ↩
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A menos que se indique lo contrario, los datos presentados surgen de la Encuesta Continua de Hogares 2019, publicada en abril de 2020 por el Instituto Nacional de Estadística. ↩
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www.gub.uy/ministerio-desarrollo-social/sites/ministerio-desarrollo-social/files/documentos/publicaciones/EG2018.pdf ↩
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El indicador se calcula para las personas a partir de 14 años que no asisten al sistema educativo. ↩
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Las tasas de actividad y de empleo se calculan para las personas que tienen 14 años o más. ↩
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“Inequidades de género y su impacto sobre el sistema de seguridad social”, CINVE, Observatorio de Seguridad Social. ↩
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“COVID-19: the gendered impacts of the outbreak”, The Lancet, 6 de marzo. ↩
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Se incluyen las siguientes industrias, de acuerdo a la Clasificación Industrial Internacional Uniforme rev. 4: 8610, Actividades de hospitales; 8620, Actividades de médicos y odontólogos; 8690, Otras actividades relacionadas con la salud humana; 8710, Instalaciones de residencias con cuidado de enfermeros; 8720, Instituciones dedicadas al tratamiento del retraso mental, los problemas de salud mental y el uso indebido de sustancias nocivas; 8730, Instituciones dedicadas al cuidado del adulto mayor y discapacitados, y 8790, Otras instituciones residenciales de cuidado. ↩