Contar la historia propia es riesgoso. Quien recuerda también olvida: la memoria es dinámica, selectiva y a veces traicionera; un relato entre muchos posibles. Entre los riesgos está el de atribuirse un papel demasiado importante. Cuando algo es socialmente necesario, se vuelve posible. Por supuesto, hay que percibir la necesidad y responderle con un proyecto; organizarse y trabajar mucho para que ese proyecto crezca y se desarrolle sin desvirtuarse. Pero aunque el esfuerzo sea enorme, a la larga lo innecesario no crece ni permanece, sobre todo cuando nace de este lado de la sociedad, sin que los más poderosos le prodiguen protección y andadores.

Cuando empezaba el siglo y esto no tenía nombre, un grupo de gente joven percibió que el proceso de cambios sociales en Uruguay necesitaba, entre otras cosas, un diario nuevo y distinto, en sintonía con una comunidad potencial. Como recomendaba en 1950 el poeta español Rafael Alberti, con su “Balada para los poetas andaluces de hoy”, miraron alto y vieron que otros ojos también miraban.

Se fueron sumando cientos de cómplices, personas e instituciones que enriquecieron esa visión y aportaron de muy distintas formas para desentrañar qué respuesta requería aquella necesidad. Decía Miguel Ángel que “La piedad” ya estaba dentro de un bloque de mármol y que él sólo había tenido que quitar lo que sobraba. Es obvio que la diaria no nos quedó tan bien, pero algo de eso hubo.

Cuesta arriba

Eran un país y un mundo muy distintos. Por ejemplo, con un desarrollo mucho menor de internet, sin nada semejante a los teléfonos inteligentes y las redes sociales de hoy. Algunos de los principales problemas que hubo que resolver no se plantean actualmente, o son muy menores.

Entre ellos estaba el costo de la distribución tradicional en quioscos, que habría impedido ofrecer la diaria a un precio accesible pero que, según el sentido común de aquel momento, era indispensable e inevitable por lo menos en Montevideo. Se decía que la extensión de la capital complicaba demasiado la entrega eficaz de suscripciones a domicilio...

Otra tesis indiscutida era que los diarios en papel, viejos dinosaurios al borde de la extinción, sólo podían sobrevivir algunos años si aumentaban aún más su volumen, para atraer a una gran variedad de lectores, y se convertían en vehículos para la oferta de todo tipo de objetos y promociones comerciales. Muy lejos estaba eso de nuestras posibilidades: incluso con el optimismo de la voluntad, apenas nos atrevíamos a imaginar un periódico de 16 páginas, con un solo color adicional en tapa, contratapa y centrales.

Otros problemas no han cambiado. Un proyecto sin vocación de ser marginal requería cantidades de dinero importantes (por lo menos en relación con nuestros recursos), durante un período indefinido pero seguramente no breve, para instalarse y sostenerse mientras intentaba ganar lectores y avisadores. Nos ayudó gente muy generosa en la medida de sus posibilidades, pero nunca llegamos ni cerca de las reservas aconsejables, y la elaboración de un plan de negocios nos atormentó durante muchos meses. Personas más prudentes no se habrían tirado al agua. El financiamiento inicial que reunimos nos permitía afrontar tan sólo un mes de funcionamiento de la empresa sin tener ingresos.

Memoria y justicia

A la vez, para hacer lo que queríamos era necesario formar un equipo capaz y deseoso de lograr calidad, fortalecernos para navegar entre tormentas, y contar con la libertad y el compromiso que sólo son posibles en un colectivo dueño de sus propias decisiones. Teníamos, además, la convicción profunda de que, para impulsar relaciones sociales más democráticas y solidarias, era fundamental construirlas en casa.

Logramos convertir mucho de lo que parecía debilidad en fortaleza y tomamos el camino más difícil, sin postergar ninguno de los objetivos que considerábamos esenciales. Ser diferentes en el formato, la agenda, el estilo, los criterios de fotoperiodismo, la distribución, la forma de organizarnos y la relación con la comunidad. Mucho antes de que empezáramos a publicar editoriales, nos esforzamos por transmitir un mensaje consistente desde nuestra práctica.

La lista de quienes nos ayudaron es larga pero hay menciones obligatorias a gente cuya vinculación con los comienzos de este proyecto no es muy conocida.

En el grupo De la Raíz y la asociación civil Simplevisión germinaron ideas que condujeron a lo que somos hoy. Siempre le estaremos agradecidos al Grupo Aportes de Emaús por albergarnos en su casa en el período previo a la salida y en los primeros años posteriores a ella. A comienzos de 2010, en la primera mudanza, nos despedimos de Adriana Castera con alguna lágrima.

Desde el exterior, el Transnational Institute, con sede en Ámsterdam, y el diario cooperativo alemán Die Tageszeitung estuvieron entre los primeros que creyeron en esto cuando era poco más que una esperanza, y nos ayudaron a darle forma. Un grupo de compatriotas residentes en Noruega nos donó, mediante la fundación Hjelpemiddelfondet, las primeras computadoras y teléfonos, junto con mesas y sillas, algunas de las cuales todavía usamos.

Hace unos días recordamos a Ruben Svirsky, compañero en momentos cruciales. Jaime Vázquez también realizó aportes clave. En los primeros años funcionó la Comisión Directiva de La Diaria SA, en la que quienes habían capitalizado la empresa tenían su representante. En ese marco, Pancho Zavala nos regaló experiencia, serenidad y sensatez en momentos muy difíciles. Un grupo de mujeres allegadas al proyecto compró acciones de la SA en el peor momento financiero.

En marzo de 2006 eran más de mil las personas que habían expresado su confianza en nosotros mediante las primeras suscripciones, sin saber bien qué iban a recibir. La primera edición no salió sólo para esa gente, pero sí gracias a ella. Terminaba la prehistoria de la diaria y empezaba su historia, construida junto con muchos miles más.

Seguimos

La elección de autoridades y las principales decisiones estuvieron siempre en manos de una asamblea de trabajadores, pero en 2010 formalizamos la situación creando Cooperativa La Diaria. Como consta en sus documentos fundacionales, la cooperativa procura hacer visible a la diaria como proyecto de propiedad colectiva, garantizar su continuidad en el tiempo, formalizar ámbitos internos de discusión política y contribuir al desarrollo del cooperativismo y de las empresas autogestionadas en Uruguay.

El 21 de diciembre de 2006, diez meses después de la salida del diario, la Comisión Directiva de aquel entonces convocó a una asamblea para informar que la empresa estaba fundida, y que sólo quedaba venderla o cerrarla. Esperaban asentimientos y algunos lamentos; después, a buscar otro trabajo. No fue así.

Surgieron reflexiones sobre la dimensión histórica del proyecto. Sobre la importancia de acompañar el proceso de cambios que estaba viviendo el país. Sobre la necesidad de esa voz independiente en el periodismo escrito de Uruguay. Hubo compañeros y compañeras que ofrecieron no cobrar por unos meses. Acordamos rebajar los sueldos, en especial los más altos (que realmente no eran lo que se dice altos). Así fue como esa empresa, que podía haber parecido sólo un trabajo, se terminó transformando en un proyecto de vida. Así se forjó el colectivo de la diaria.

Aunque no tan graves como aquella de diciembre de 2006, después se sucedieron otras crisis –el periodismo siempre está en crisis–, pero la consigna fue siempre seguir, sostener, sostenernos. Y no lo hicimos en soledad. Contamos con esa comunidad que fue creciendo, que se nos fue yendo de las manos, volviéndose inasible y sin embargo tan cercana.

Si por algo la diaria está viva, si por algo sigue creciendo, es porque sabemos que no está sola. Y porque la esperanza es un bicho difícil de doblegar.