Hay quien dice que vivimos en la “sociedad del conocimiento”. Sin menospreciar otras características del mundo en el que vivimos (por ejemplo, una desigualdad extrema), se enfatiza así el rol fundamental que tiene el conocimiento en la sociedad actual. La experiencia de la pandemia ha mostrado el enorme desarrollo de la ciencia –que ha permitido en tiempo récord entender aspectos fundamentales de la enfermedad y desarrollar vacunas eficaces contra esta– y la importancia de la colaboración científica para lograr resultados más rápidos y potentes. El año 2020 también demostró de manera dramática cómo tener un sistema científico y tecnológico propio es hoy un componente central de la soberanía.

Construir un sistema científico es una empresa compleja y de largo plazo. Hay que formar personas que investiguen –proceso que lleva mucho tiempo–, hay que formar grupos de investigación, proveerlos de los medios necesarios para trabajar, promover la colaboración internacional, entre muchos factores. Y, sobre todo, hay que tener un rumbo y mantenerlo firmemente durante muchos años. Y las señales que se dan a lo largo del proceso son cruciales.

Por mucho tiempo Uruguay no le dio la debida importancia a ese esfuerzo nacional y, en consecuencia, realizó acciones importantes pero esporádicas. En los años 90 se creó el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) y se ejecutaron los programas de desarrollo tecnológico. A partir de 2005 se dio un nuevo impulso que incluyó el Plan Estratégico Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación,1 la creación de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), el Sistema Nacional de Becas y el Sistema Nacional de Investigadores, entre otras acciones. Hoy hay consenso discursivo en la importancia de la ciencia y la tecnología. Hace varios años, todos los candidatos presidenciales –incluidos el presidente actual y el anterior– se comprometieron a invertir el 1% del producto interno bruto en ciencia, tecnología e innovación. Sin embargo, estamos muy lejos de ello.

Hoy es inconcebible investigar sin acceder a lo más avanzado en el tema de trabajo y sin publicar a su vez los resultados obtenidos para que otros avancen. Es uno de los pilares de la colaboración académica. Lo que se publica se financia mayormente con fondos públicos: la investigación, la escritura, la revisión, la edición. Un puñado de empresas que dominan ese mercado concentrado en pocas firmas editoriales impone costos muy elevados a quienes quieren acceder a la literatura científica. Publicar en esas revistas prestigiosas implica pagar a empresas que se apropian del trabajo de los investigadores del mundo entero. Se publica a un ritmo desenfrenado. Pero como es imposible investigar sin saber lo que hacen otros en un campo dado, el acceso a la literatura científica es una necesidad, como lo es acceder a bases de datos –también propiedad de esas mismas empresas– que permiten buscar en ese mundo gigantesco y creciente de artículos.

Antes, los investigadores uruguayos, como tantos del mundo subdesarrollado, debíamos mendigar a nuestros colegas la copia de un artículo. Las bibliotecas universitarias compraban ciertas colecciones, pero los precios crecientes hacían cada vez más difícil sostener colecciones adecuadas. Fue en ese contexto que la ANII creó el portal Timbó. Fue una iniciativa necesaria y bienvenida, que transformó el quehacer de la investigación en Uruguay. A través de negociaciones siempre complejas, en las que de este lado del mostrador estaba todo el país y no cada institución por separado, Uruguay desarrolló un sistema único en el mundo, con el cual se compra con financiamiento público un importante conjunto de colecciones a las que cualquier habitante del país puede acceder de manera gratuita.

El ahorro que se logra cancelando estas publicaciones es una fracción muy pequeña de los recursos que dicha transformación aporta al país cada año.

El problema de la apropiación privada del trabajo científico universal por parte de un puñado de empresas editoriales está llegando a un punto insostenible. Hay un impulso mundial hacia las publicaciones de acceso abierto, con diversas opciones.2 En ese contexto, el portal Timbó es una solución original (aunque parcial) que Uruguay ofrece al mundo: el financiamiento público del acceso universal al conocimiento. En años recientes incorporó además el acceso a libros a través del portal Biblos, apuntando a democratizar el acceso al conocimiento a ese nivel, que es central para los estudiantes de todos los niveles educativos.

La ANII acaba de tomar la decisión de recortar a la mitad los recursos destinados a Timbó. Ello se hizo sin consultar a los investigadores –que se enteraron al realizar una búsqueda y descubrir que ciertas revistas ya no están disponibles– ni a los bibliotecólogos que saben qué colecciones es más necesario conservar. Fue una decisión de tipo gerencial, que se tomó sin comprender la delicada naturaleza del entramado científico tecnológico.

Se ha argumentado que se mantiene 75% de las revistas más consultadas. En un sistema muy heterogéneo, como el uruguayo, en el que más de la mitad de los investigadores están concentrados en las áreas biológicas, eso quiere decir dejar desguarnecidas áreas completas del conocimiento.

Veamos algunos ejemplos. La empresa Elsevier representa más de la mitad de lo que se lee. Aproximadamente 20% de su acervo es el archivo histórico, que por suerte el país ya compró y permanece disponible. De las revistas de esa editorial conservamos apenas 150 de unas 2.300. Además se canceló el acceso a las revistas del Institute of Electrical and Electronics Engineering desde el año 2010 en adelante y a la mayoría de sus congresos. El efecto en la investigación y el desarrollo en las tecnologías de la información y la comunicación (las tan mentadas TIC) es brutal. La cancelación de la suscripción a las revistas de IOPScience tiene consecuencias similares en la física, otra área pequeña numéricamente y no menos importante.

Que un área sea pequeña en número –y por tanto en accesos– no significa que tenga poca importancia para el país. Recordemos la transformación de la matriz energética, que ha posicionado en los últimos años a Uruguay entre los países más avanzados del mundo en el uso de energías renovables. ¿El ahorro nacional por ese concepto cómo se mide? ¿Esa transformación se hubiera podido realizar sin una comunidad académica local pequeña pero sólida e internacionalmente conectada? El ahorro que se logra cancelando estas publicaciones es una fracción muy pequeña de los recursos que dicha transformación aporta al país cada año.

Si esto es así con las tecnologías, ¿qué se puede esperar de áreas del conocimiento menos reconocidas pero fundamentales para crear una sociedad pensante y crítica?

Las bibliotecas son parte del corazón mismo de una universidad y no se toma a la ligera la decisión de dejar de comprar una colección. Cuando apareció Timbó las instituciones confiamos en su perennidad para dejar de comprar ciertas revistas. ¿Ahora qué hacemos? ¿Cada institución sale a negociar por su lado? ¿No es ello mucho más oneroso para el país?

Una política de Estado se construye difícilmente, pero se quiebra con un gesto.