Mucho tiempo ha pasado desde su creación, y poco se escribe sobre “sus bondades” aunque mucho se habla sobre “sus problemas”. Casualmente, siempre son los mismos. “El Mercosur es una jaula”, “un corset”. “Debemos romper las cadenas del Mercosur”. Todos ejemplos de figuras retóricas muy potentes pero que al analizarlas carecen de sentido.
Lo cierto es que el Mercado Común del Sur (Mercosur) no sólo vive y lucha sino que además cumple 30 años de su “primera fundación” y algunos menos de su “refundación” tardía. Siempre es un buen momento para recordarlo y más que nada para resignificarlo en sus orígenes, sus alcances y su necesidad. No porque todo lo que ha sucedido en materia de desarrollo del proceso regional haya sido lo esperado y lo deseable, y sin duda existen luces y sombras en ese sentido, pero como decía mi abuela, nadie es monedita de oro para caerle bien a todos.
Del Tratado de Asunción al de Ouro Preto II
El Mercosur es hijo de su tiempo y surge en un contexto con dos características muy particulares: por un lado, una democratización de nuestros países, y al mismo tiempo, el auge del modelo neoliberal en nuestro continente.
El mundo entero siente que ha terminado una etapa histórica. Se da la distensión entre las grandes potencias, el derrumbe comunista en el este, la democratización latinoamericana, y la aparición de un nuevo orden económico mundial, en el que los estados se regionalizan en torno a polos, los mercados son planificados por las multinacionales y un neoproteccionismo vuelve a dejar a nuestro continente en una muy difícil situación. Por lo tanto, América Latina se ve obligada a mirar hacia su propia región.
Además del patrimonio integracionista latinoamericano, otros antecedentes del Mercosur fueron los procesos de convergencia en política exterior y los procesos de cooperación y concertación política regional.
La respuesta política al tema explosivo de la deuda externa a inicios de los 80 conformó otro punto de inflexión importante. En efecto, una de las vertientes de antecedentes de toda esta aproximación latinoamericana se da por la deuda externa y la respuesta política que llegaron a elaborar los países de América Latina.
Mucha agua pasó por debajo del puente en el proceso de integración regional, con avances y retrocesos en su primera década de funcionamiento, luego de las crisis económicas y sociales que vivieron nuestros países a comienzo de la década del 2000 y los cambios de orientación de los nuevos gobiernos nacionales en Brasil, Argentina y Uruguay. El Mercosur también experimentó un nuevo proceso de fundación en otra época y bajo otra orientación del proceso regional, lo que se conoce como el Mercosur más político y menos fenicio.
En 2004, en la cumbre presidencial de la ciudad de Brasil de Ouro Preto, denominada Cumbre de Ouro Preto II, se articuló y procesó una nueva refundación del bloque regional con la decisión de redimensionarlo, articulando la creación del Parlamento del Mercosur, la aprobación de uno de los instrumentos más importantes para atender las asimetrías del bloque regional, el Fondo de Convergencia Estructural (Focem), y se amplió el bloque regional con el ingreso de Bolivia y Venezuela como estados asociados.
Esta refundación del Mercosur fue el puntapié inicial para relanzar una nueva institucionalidad del bloque con la futura creación del Instituto Social del Mercosur, el Instituto de Políticas Públicas y Derechos Humanos y la figura del Representante Permanente (Secretario General), que buscaba el fortalecimiento de esa nueva institucionalidad regional.
Péguenle al Mercosur
Sin lugar a dudas, las expectativas que se han depositado en el desarrollo del bloque regional en sus orígenes fundacionales y refundacionales no han sido correspondidas con los resultados de su desarrollo, sobre todo porque el Mercosur carga con nuestras propias fortalezas y debilidades, y en los últimos tiempos se ha vuelto una especie de “chivo expiatorio” en el que todos, por derecha e izquierda, concentramos nuestras críticas y lavamos nuestras culpas de lo que no pudimos realizar ni nunca vamos a poder lograr en materia de integración regional e inserción internacional de nuestros países.
Ahora, lo que nadie sensatamente puede negar es que el Mercosur es una realidad para nuestros países y que es necesario que exista un renovado y verdadero liderazgo en ideas y un claro liderazgo político del proyecto de integración que nos saque de esta especie de “muerte cerebral” que el bloque se encuentra transitando en los últimos tiempos.
Tan malos no somos
El Mercosur es hoy la quinta mayor economía del mundo. Más de 50% del producto interno bruto (PIB) que producen los países de América Latina y el Caribe se realiza en el Mercosur. Si comparamos el Mercosur con América del Sur, su PIB es más de 70% del PIB del continente, es decir, casi tres de cada cuatro dólares producidos en el continente son producidos en el Mercosur. Por otro lado, el Mercosur concentra 66% de las exportaciones totales de la región; en otras palabras, dos de cada tres dólares que ingresan a América del Sur por motivo de sus exportaciones tienen como destino al Mercosur.
Si además comparamos al Mercosur con otros procesos de integración económica regional en América Latina, como la Alianza del Pacífico, integrada por Chile, Colombia, México y Perú, el Mercosur no sólo es un bloque regional con mayor densidad de regulaciones entre sus socios comerciales con respecto a los países integrantes de la Alianza del Pacífico, sino que además los flujos de comercio intrarregional del Mercosur triplican a los que se desarrollan en los países que integran la Alianza del Pacífico.
Por otra parte, como bloque regional somos integrantes de una de las mayores reservas de biodiversidad del mundo. Tenemos una de las más importantes reservas de agua dulce del planeta, el Acuífero Guaraní, y también somos responsables de la mayor reserva de recursos energéticos del mundo, tanto renovables como no renovables.
Somos parte de un mercado ampliado que tiene una población de casi 300 millones de personas, con una diversidad formidable de pueblos y culturas.
Sin dudas, el Mercosur tiene mucho por mejorar, pero no todo es tan malo ni todo lo que reluce por ahí es oro.
La incertidumbre del mundo del mañana
Todo lo que ha sucedido en estos últimos tiempos a nivel global, tanto en materia sanitaria como sus consecuencias en los aspectos económicos y sociales, pone en evidencia que los tiempos que se avecinan serán de mayor incertidumbre. No sólo por los eventos más coyunturales que han trastocado la vida de miles de millones de personas, sino porque al mismo tiempo estamos viviendo un cambio de época en que el curso de los flujos comerciales del mundo ha emigrado de Occidente a Oriente, y con ellos se ha dado una disputa en varias dimensiones entre Estados Unidos y China.
Esta disputa también puede permitir abrir nuevas posibilidades de desarrollo regional y en el plano del comercio regional.
Al respecto, dos ejemplos importantes que ocurrieron en estos meses. En primer lugar, en noviembre de 2020 se firmó el tratado para la conformación de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), integrada por China y diez miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático –Asean– (Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Singapur, Tailandia y Vietnam) y cinco países con los que Asean ya tiene acuerdos de libre comercio (Australia, China, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda). Concentra 30% de la población mundial, 29% del producto bruto mundial, y cerca de un tercio de la inversión extranjera directa que se realiza en el mundo, transformándose en el mayor bloque comercial existente.
En segundo lugar, y casi al mismo tiempo, en 2021 comenzó a funcionar la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA), conectando a 1.300 millones de personas de 53 de los 54 países de la Unión Africana y la República Árabe de Saharawi, con un PIB de 3,4 billones de dólares.
Debemos tratar de imaginar un Mercosur más sofisticado, que salga de este estado de “muerte cerebral”. Un Mercosur que sea capaz de pensar una agenda de desarrollo del bloque regional poscovid.
Este tipo de acuerdos regionales demuestran que los procesos de integración comercial regional son estratégicos y quizás puedan generar en el futuro una nueva dinámica de negociación entre grandes bloques comerciales.
Importancia del Mercosur para Uruguay
Para nuestro país el Mercosur es como el agua potable: es difícil que sobrevivamos un largo tiempo sin él, no sólo por lo que significa para nuestra economía nacional hoy, para la que sin duda es determinante, sino sobre todo por el futuro.
Ante un futuro de tanta incertidumbre y de muchas turbulencias a nivel mundial, ¿alguien sensato podría dudar de que el Mercosur sería un refugio natural ante amenazas? No para escondernos ni para quedarnos quietos, pero por lo menos hasta pasar el temporal y que amaine el viento, para luego tomar impulso y “ganar espalda” para afrontar los enormes desafíos que el mundo va a enfrentar en este cambio de época. Tan sólo por esto ya es valioso en sí mismo.
Además, el Mercosur es fundamental para el desarrollo del empleo y la producción nacional. Uruguay tiene una fuerte vocación exportadora y una parte de nuestra producción agroexportadora tiene un peso determinante en la búsqueda de mercados extrarregionales para poder comercializar nuestros principales productos de exportación, como son la carne, la soja y la celulosa, que representan casi 50% de nuestras exportaciones de bienes. En los últimos años, China ha jugado un papel importante en el destino de nuestras exportaciones: casi 30% de las ventas al exterior tienen ese destino. Sin embargo, estos sectores no terminan moviendo la aguja del empleo y la actividad económica nacional.
Nuestro segundo socio comercial de bienes se llama Mercosur. Casi uno de cada cuatro dólares que ingresan a nuestra economía por exportación de bienes se explica por el Mercosur.
Es verdad que en algún momento el peso de las exportaciones con destino al Mercosur era mayor. Pero lo cierto es que es nuestro segundo socio comercial y que representa aún un porcentaje demasiado importante como para despreciarlo.
Si además uno analiza la canasta exportadora de bienes hacia el bloque regional, esta se compone no sólo de los bienes primarios sino también de aquellos bienes industrializados que tienen mayor valor agregado, es decir, más trabajo nacional.
También es necesario tener en cuenta el peso cada vez más determinante del comercio de servicios en nuestra oferta exportadora, y que un porcentaje muy importante de esos servicios proviene del turismo, con un claro componente de turismo receptivo regional, y que este es a su vez uno de los rubros que generan mayor cantidad de trabajo intensivo. Según Uruguay XXI, en 2019 el turismo representó 12% del total de exportaciones de bienes y servicios, unos 1.920 millones de dólares, aproximadamente.
Por lo tanto, si nuestro principal proceso de integración regional no sólo es importante por sus orígenes sino por lo que representa hoy para nuestra economía nacional, y será más determinante por las turbulencias del mundo que se viene, debemos también animarnos a repensarlo.
Repensarlo no desde la lógica de los gobiernos, repensarlo desde la lógica de la integración, desde la visión de los actores involucrados en su construcción y desarrollo. De los trabajadores y empresarios, de los científicos y universitarios, desde sus múltiples dimensiones que democratizan el proceso de discusión y enriquecen el debate. Necesitamos un Mercosur de menos expertos y de muchos más ciudadanos.
Debemos tratar de imaginar un Mercosur más sofisticado, que salga de este estado de “muerte cerebral”. Un Mercosur que sea capaz de pensar una agenda de desarrollo del bloque regional poscovid. En definitiva, necesitamos más y mejor integración regional para lograr más empleo, mejor producción y más desarrollo de nuestra gente.
Daniel Caggiani es diputado del Movimiento de Participación Popular, Frente Amplio.