Este mes concentra fechas muy sentidas que tienen el común denominador de la principal enfermedad que nos afecta como sociedad: la violencia.
Es que junto al 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, el 11 de marzo fue declarado el Día Nacional de la No Violencia por la Ley 18.263. Dicha norma establece que el Poder Ejecutivo y la Administración Nacional de Educación Pública promoverán instancias de reflexión sobre la violencia “que, en todas sus expresiones, afecta a la sociedad”.
Hoy, que nuestro país sufre tantas muertes, tantas víctimas por diferentes motivos en los que está incluida la palabra “violencia”, me pregunto: ¿qué hacemos para combatir este flagelo? ¿Qué hacemos como sociedad? ¿Y qué hacen los poderes del Estado?
Nos horrorizamos, miramos con indiferencia y, mientras no nos toca de cerca, callamos y no buscamos soluciones empáticas.
¿Nos importa realmente el dolor inconmensurable de familias enteras que sufren la violencia en sus máximas expresiones?
Si fuera así todo el pueblo tendría que estar el 8, el 11 y cada día de este mes de marzo (y de todo el año) reflexionando sobre qué hacemos para que no exista violencia entre las personas.
¿Alguien piensa, por ejemplo, en lo que sufren las mamás de los adictos? Es un tema muy complejo en el que vemos muchas veces reflejada la brecha entre el que tiene dinero y quien no. Madres que recorren pidiendo ayuda y no la consiguen, a las que sus hijos se les escapan, les roban, pero a los que nunca dejan de sentir como lo que son: sus hijos.
Madres que han perdido un hijo a manos de otro cuando –siendo los dos consumidores– pelearon. Uno en el cementerio y otro en la cárcel.
Tremendas situaciones que se repiten.
¿Qué herramientas brindamos para que esos chicos no lleguen a eso? ¿Qué estamos haciendo para que una o más familias no sufran?
La adicción acarrea el total deterioro de la mente de una persona, los chicos se enferman, se enferman las familias, destrozan su vida y la de otros inocentes.
Mamá, llevame
En un audio, la mamá de Matías contó que estaba internado y se escapó. Pidió ayuda al Ministerio de Desarrollo Social (Mides) y a las ONG.
Salió a buscarlo, caminó y caminó por Montevideo, hasta que lo vio. “Me le tiré arriba. No me conocía, estaba mugriento, con olor, lleno de botellas en sus manos, lastimado... Nos sentamos, se acurrucó en mis piernas y se durmió, me apretaba y movía la cabeza...”, cuenta.
Llegó gente del Mides y de las ONG, le explicaron a la mamá que él tiene que aceptar la ayuda. Ella le dijo a Matías que si no aceptaba, ella no podía hacer más nada. Él respondió: “No quiero que te vayas, llevame, llevame”.
Quedó ingresado y en 15 días ella tiene que definir lo que hace para poder sacar adelante a su hijo. Impresiona muchísimo que una mamá tenga que implorar ayuda.
Estamos trabajando en un proyecto piloto sobre justicia terapéutica, similar al que se está llevando a cabo en Argentina con éxito.
Marzo, mes de la mujer y la no violencia
¿Qué esperamos para hablar, para debatir sobre la justicia terapéutica?
La droga genera violencia, homicidios, muertes inocentes, destrucción de familias, entre otros males. Atentos a la realidad nacional y viendo que las personas que llegan a la justicia penal en general son muy jóvenes, con muy poca escolaridad y presentan un consumo problemático de sustancias psicoactivas, estamos trabajando en un proyecto piloto sobre justicia terapéutica, similar al que se está llevando a cabo en Argentina con éxito.
El programa procurará dar un tratamiento integral con el objetivo de reducir el consumo de drogas, trabajar con el infractor y su familia para lograr una sana reinserción social y tratar mediante un equipo multidisciplinario a la persona adicta que cometió un delito.
La necesidad es acuciante. El propio comisionado parlamentario penitenciario, Juan Miguel Petit, lo expresó en noviembre de 2019: “En Uruguay no existe la justicia terapéutica, que es una carencia y estamos atrasados en ese sentido”.
Tenemos el problema, sufrimos el problema, lo sufren víctimas inocentes y victimarios que no tienen real conciencia del daño que provocan, pero que todavía pueden acceder a recuperarse.
Pero claro, nada vendrá por casualidad ni por azar, hay que provocar acciones que permitan aplicar instrumentos ya probados con éxito en otros países. Adaptarlos a nuestras realidades y mejorarlos de ser posible. Pero ponerlos en marcha de forma imperiosa.
Porque combatir la violencia con más violencia parece un contrasentido que nos encierra en un corral sin salida. Ensayemos caminos alternativos para encontrar opciones distintas y posibles.
Lo necesitamos y nos lo merecemos como sociedad.
Digamos “no” a la violencia.
Graciela Barrera es senadora del Movimiento de Participación Popular, Frente Amplio. Fue fundadora de la Asociación de Familiares de Víctimas de la Delincuencia.