Los mexicanos concurrieron a votar el 6 de junio. Elegían 500 diputados, 15 gobernadores (de 32) y cerca de 2.000 presidentes municipales, además de autoridades locales. La consulta se desarrolló a mitad del mandato presidencial y se transformó en un referéndum sobre la gestión de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), tal como sucedió con sus antecesores.

Los resultados preliminares son variados y, como suele ocurrir, permiten a cada actor político destacar aquellos datos que lo favorezcan. Para estos comicios los principales partidos conformaron dos grandes alianzas. La coalición oficialista se conformó por el Movimiento de Renovación Nacional (Morena), fundado por AMLO, el Partido Verde Ecologista y el Partido del Trabajo. Entre todos hasta hoy tenían mayoría absoluta en el Congreso.

En la oposición se produjo un fenómeno inédito. Después del huracán de AMLO en su victoria de hace tres años, que arrasó con los partidos tradicionales, estos empezaron un proceso de convergencia que maduró para estos comicios. Así se aliaron el viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI), el derechista Partido Acción Nacional (PAN) y el socialdemócrata Partido Revolucionario Democrático (PRD). El objetivo era impedir que el gobierno alcanzase la mayoría calificada y pudiese reformar la Constitución.

El gobierno se instaló hace tres años con un programa de cambios, la llamada Cuarta Transformación, 4T, que busca combatir la corrupción, atender demandas sociales y operar una renovación de la política. Desde entonces, la sociedad mexicana se ha ido polarizando. La virulencia caracteriza el debate, la “comentocracia” opositora (el mundo de los comentaristas) domina buena parte de los medios de comunicación, en especial en la capital.

El gobierno no se queda atrás, y desde su inicio AMLO día a día acomete a primera hora las denominadas “mañaneras”, conferencias de prensa en las que comparece entregando su mensaje. Pocos dejan de reconocer que el presidente se comunica con buena parte de la población y de paso marca la agenda. Los polos del debate van desde la denuncia de un nuevo autoritarismo de parte de la oposición, hasta la condena al corrupto “capitalismo de cuates” que el Ejecutivo enrostra a sus adversarios.

Los resultados de la elección

Asumamos que toda elección tiene varios resultados: el numérico, el político y el comunicacional. Numéricamente Morena y sus aliados perdieron la gran mayoría que tenían en Diputados, pero conservaron la mitad más uno, por lo tanto, pueden aprobar leyes y presupuestos, aunque no les alcanza para aprobar reformas constitucionales. La oposición, por su lado, logró ponerles un dique a futuras reformas a la carta magna e impidió que el oficialismo obtuviese una mayoría calificada, pero sigue siendo minoría en el Congreso y en el país.

Ante esta situación, cada bando celebra lo que le conviene destacar. Eso, en Diputados. En las elecciones para gobernadores Morena dio una paliza y se llevó 11 de 15 gobernaciones, el PAN sólo ganó dos y el PRI perdió todas las que tenía.

Lo anterior es lo numérico. Políticamente a la oposición su alianza le permitió recuperar parte de los parlamentarios perdidos hace tres años. La tajada mayor se la lleva el derechista PAN, que elige más de la mitad de los diputados opositores. El PRI llega segundo y el PRD casi pierde su registro por la bajísima votación que obtuvo. En suma, la alianza le sirvió a la oposición, pero a unos más que a otros. Con todo, la alianza electoral convenció y los tres partidos han proclamado su voluntad de mantenerla en el Congreso. Probablemente la proyecten a la elección presidencial. O sea, tendremos una oposición unida, hegemonizada probablemente por la derecha.

En las pasadas elecciones pocos se preocuparon por el resultado en las provincias (salvo sus habitantes). Los ojos se concentraron en la capital, donde la oposición se llevó la mitad de los municipios. La capital era el bastión de la izquierda y, por cierto, un baluarte de AMLO.

Da la curiosidad de que en esta ocasión quedó virtualmente dividida entre el occidente (sede de sectores medios y acomodados) y el oriente (donde vive “la raza”, como suelen decir los mexicanos). En el occidente ganó la alianza opositora y en el oriente, Morena. La hipótesis probable es que una parte de los sectores medios migraron a la oposición.

Las elecciones en Ciudad de México también tuvieron efectos colaterales. Los aspirantes a suceder a AMLO empezaban a emerger. Los más notorios: el canciller Marcelo Ebrard y la jefa de gobierno capitalina, Claudia Sheilbaum. El retroceso compromete las posibilidades de esta última. La explicación se encuentra en las dificultades provocadas por la pandemia y el accidente de la línea 12 del Metro, que provocó varias muertes y la desconfianza en las autoridades. En la capital reside la mayoría de los medios, los corresponsales extranjeros, y la extendida y sofisticada intelectualidad.

AMLO perdió el impulso arrollador de sus inicios, pero mantiene fuerza suficiente para manejar las riendas del poder.

¿Qué se viene?

Se viene la segunda parte del sexenio con un gobierno que conserva muchas divisiones y dispone ahora de una base de gobernadores. Tiene menos diputados, pero más control territorial. AMLO perdió el impulso arrollador de sus inicios, pero mantiene fuerza suficiente para manejar las riendas del poder. Morena, por lo tanto, deberá concretar parte de su ambiciosa propuesta y empezar a preparar la sucesión a su carismático líder.

La oposición, por su parte, se reagrupó. Pero además de ofrecerse como un bastión deberá empezar a proponer un proyecto de país que compita con la 4T en el imaginario de los mexicanos. Por lo tanto, se avizora más polarización.

En las elecciones votó poco más de la mitad de los ciudadanos habilitados. ¿Por qué? Falta hacer el análisis descarnado de la votación, de quiénes votaron, dónde y por qué. De momento, cabe destacar que casi no se han escuchado reclamos de fraude, algo tan común en el México reciente, cuando imperaba la idea de que “nunca se llama a unas elecciones cuyo resultado no se conozca”.

Terminaron las elecciones de medio tiempo y, como señala el analista político René Delgado, es momento de que los principales actores políticos demuestren que no sólo saben sumar –calcular el número de funcionarios electos–, sino que también saben leer, o sea, interpretar lo que la sociedad mexicana les está diciendo.

Gabriel Gaspar es cientista político. Ha sido profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México. Este artículo fue publicado originalmente en www.latinoamerica21.com.