El miércoles 25 de agosto, en Florida, el acto oficial por el Día de la Independencia transcurrió entre protestas e insultos. Pero los manifestantes no conformaban una masa homogénea: se trató de diversos tipos de reclamos y expresiones que deben analizarse como fenómenos distintos.

Por un lado, se destacó la presencia de los trabajadores de la salud. Reclamaban mayor presupuesto para el sector en la Rendición de Cuentas, como es habitual que exijan los gremios en instancias donde se hacen presentes las autoridades nacionales. Cobró protagonismo en la cobertura mediática el diálogo entre el presidente Luis Lacalle Pou y el presidente de la Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado (COFE), el trabajador de la salud Martín Pereira. “Hay formas y formas. Martín, hay formas y formas”, le reclamó Lacalle Pou. “Vos sabés que hay respeto, Luis”, le dijo Pereira, “estamos manifestando bien”.

Pero al reclamo de los gremios se sumaron otras expresiones. Cánticos que reclamaban “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Acusaciones de “genocida” al presidente de la República por parte de grupos antivacunas. No faltó Gustavo Salle con su megáfono y sus referencias al Foro de Davos y al nuevo orden mundial. A fuerza de ruido, estos grupos se convirtieron, una vez más, como en ocasión de la presentación del piloto del “pase verde” en el Auditorio del Sodre, en los protagonistas de la jornada. Así como aquella vez, los reclamos de los trabajadores de la cultura quedaron en un segundo plano; en esta ocasión fueron opacadas las protestas de los sindicatos estatales por mayor presupuesto para un sector castigado por la pandemia.

“En las últimas décadas, en la medida en que se volvió defensiva y se abroqueló en la normatividad de lo políticamente correcto, la izquierda, sobre todo en su versión ‘progresista’, fue quedando dislocada en gran medida de la imagen histórica de la rebeldía, la desobediencia y la transgresión que expresaba. Parte del terreno perdido en su capacidad de capitalizar la indignación social fue ganándolo la derecha, que se muestra eficaz en un grado creciente para cuestionar el ‘sistema’. En otras palabras, estamos ante derechas que le disputan a la izquierda la capacidad de indignarse frente a la realidad y de proponer vías para transformarla”, dice el historiador argentino Pablo Stefanoni en su reciente libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?.

Por supuesto, no hay que confundir modales con proyectos. Detrás del mismo gesto rebelde hay intenciones muy distintas, y lo que la derecha señala como “el sistema” es, en gran medida, el avance cultural e institucional de ideas progresistas, que querría revertir por completo.

Stefanoni apunta que parecen ser las “derechas alternativas” las que “vienen jugando la carta radical y proponiendo ‘patear el tablero’ con discursos contra las élites, el establishment político y el sistema”, y ubica en esa área a quienes alimentan teorías de la conspiración en torno al coronavirus.

Los representantes locales de esta “derecha alternativa” son pintorescos, pero antes de reírnos de ellos, nos recomendaría Stefanoni, haríamos bien en entender las razones del descontento al que apelan y en explorar hasta qué punto ha permeado en la sociedad su proyecto de arcadia regresiva.