El 19 de diciembre de 2021 quedará en los anales de la historia de Chile. Ese día, Gabriel Boric, hombre de 35 años, exdirigente estudiantil y actual diputado de la coalición de izquierda Frente Amplio, cuya candidatura casi no pudo inscribirse por falta de firmas que la respaldaran, fue elegido próximo presidente de la República. Y, con él como protagonista, aquel domingo 19 comenzó a escribirse un nuevo capítulo para el país del sur.

Boric, el candidato improbable, llegó al balotaje tras haber sido vencido en primera vuelta por José Antonio Kast, el cisne negro de estas elecciones. Kast había dinamitado el escenario electoral de la centroderecha. Saltándose las elecciones primarias y careciendo del apoyo institucional de los partidos tradicionales y del gobierno de turno, había obtenido, contra todo pronóstico, el primer lugar en la primera vuelta.

El ascenso de Kast había sido tan meteórico como sorpresivo. Si en julio de 2021, según la encuesta de opinión pública Cadem, 34% de las personas creía que Gabriel Boric sería el próximo presidente y un nimio 4% consideraba que lo sería Kast, cuatro meses después, el candidato de la extrema derecha dio un golpe a la cátedra y venció por un margen mínimo al joven candidato del bloque Apruebo Dignidad.

Pero este avance meteórico de Kast fue insuficiente para ganar la elección. En segunda vuelta, Boric, el exdirigente estudiantil que tan sólo diez años atrás confrontaba públicamente al presidente de Chile, Sebastián Piñera, convocó a 4.600.000 personas y será el presidente más joven y votado de la historia del país.

Pero ¿cómo se explica ese resultado?

En la última década, y sobre todo desde la explosión social de 2019, ha surgido en Chile una ventana de oportunidad para la transformación acelerada de sus estructuras políticas. Con la fuerza creciente de diversos movimientos sociales, la ciudadanía ha exigido implacablemente una reinterpretación de sus demandas políticas en áreas fundamentales como salud, seguridad, educación, trabajo, pensiones, medioambiente y cultura.

Rápidamente se fue naturalizando en el país la disconformidad frente a las políticas públicas implementadas por las dos coaliciones gobernantes desde el retorno a la democracia. Y esa insatisfacción fue creciendo exponencialmente en los últimos años debido a sucesivos escándalos de corrupción en cargos públicos.

El resultado de ese proceso fue una extendida crisis de desconfianza en las instituciones, que llevó a que quienes habían liderado la política local en las últimas tres décadas comenzaran progresivamente a tomar palco y ser testigos privilegiados de un sistemático declive reputacional.

Ese, por supuesto, fue el escenario ideal para que emergieran figuras de recambio y oxigenación, como Gabriel Boric.

Un segundo factor relevante está vinculado con las propuestas que hizo Boric en su programa, que se edificaron sobre un diagnóstico preciso de la situación actual de Chile. Su programa, por ejemplo, se hizo cargo tanto de problemáticas materiales como posmateriales. Buscaba responder a carencias elementales como la salud y la seguridad, junto con otros aspectos indispensables para el bienestar humano aunque no siempre tematizados en políticas públicas, como el respeto, la confianza, la valoración de la intimidad y el reconocimiento mutuo.

Por un lado, el programa de Boric contemplaba medidas orientadas a incrementar de manera importante el salario mínimo en un país donde el 10% más rico puede ganar 417 veces más que el 10% más pobre. A ello sumaron elementos como la reestructuración de las policías –en el entendido de que una de las mayores preocupaciones de las y los chilenos tiene relación con la seguridad– y el acceso a medicamentos cubiertos por un Fondo Universal.

Por otro lado, su propuesta consideraba medidas orientadas a promover el respeto y apoyo a diversidades y disidencias sexuales, fortalecer el Instituto Nacional de Derechos Humanos y otorgar una real relevancia al feminismo como piedra angular en materia de políticas públicas.

Un tercer factor que explica la elección de Boric tuvo relación con su flexibilidad política. El candidato que compitió en la segunda vuelta fue, sin duda, distinto del que había obtenido el segundo lugar en las elecciones del 21 de noviembre. Apenas ganó la oportunidad de representar a los conglomerados de izquierda, Boric comprendió que, si realmente quería hacerse del sillón presidencial, debía dar un golpe de timón a su candidatura. Él y sus asesores entendieron que la segunda vuelta era una nueva campaña presidencial, con la oportunidad de enmendar errores y trazar una ruta diferente.

Los cambios que Boric pretende impulsar sin duda generarán significativos grados de tensión, que el presidente electo deberá sortear con astucia, criterio y, sobre todo, mucho olfato político.

En este caso, el crecimiento del candidato fue hacia el comúnmente menospreciado centro político. Aquel sector, que desde el estallido social de 2019 se convirtió en invitado de piedra y cuyos defensores fueron tratados como parias, tuvo un regreso en gloria y majestad al debate político chileno. Las vilipendiadas nociones gradualistas fueron incorporadas con fuerza en el discurso de Boric y su remozado programa de gobierno, que cambió su retórica refundacional por una reformista con aspiraciones socialdemócratas.

Si en el cierre de campaña de la primera vuelta Boric afirmaba ante una multitud, y con una prosa influenciada por el marxismo, que “si Chile fue cuna del neoliberalismo, también será su tumba”, en vísperas de la segunda vuelta, uno de sus nuevos asesores económicos planteaba que su discurso se había calibrado para que “todo el mundo entienda que el programa social es compatible con el desarrollo de proyectos de inversión de largo plazo”. Entre otras cosas, fue ese cambio de narrativa uno de los componentes claves que permitieron conquistar al segmento moderado del electorado chileno, ciertamente adverso a conceptos y formas de expresión revolucionarios.

Paradójicamente, este cambio discursivo demostró que el centro político y las coaliciones que han gobernado el país desde el retorno a la democracia hasta el 11 de marzo de 2022 no estaban muertos. De hecho, ellos fueron completamente necesarios para potenciar a un candidato que aspiraba a superar sus errores de las últimas tres décadas.

Las coaliciones tradicionales de centro, entonces, crearon las condiciones para que surgiera un líder opositor como Boric (disconformidad generalizada en las políticas públicas y desconfianza en las instituciones), pero también para que fuera escogido y aceptado por una mayoría ciudadana.

Cometieron un gran error quienes rápidamente pusieron una lápida a la centroizquierda y centroderecha chilenas, ya que tanto el origen de la figura política de Boric como su exitosa elección presidencial son en parte herederas de esas mismas fuerzas políticas, aquellas que Boric tiempo atrás denostó y que tras un proceso de maduración política, finalmente está empezando a incluir en su programa.

No es azar que su próxima vocera de gobierno, Camila Vallejo, tras el nombramiento del gabinete que acompañará al presidente electo, afirmara que este gobierno será “principalmente de centroizquierda”.

Ahora bien, ¿qué desafíos enfrentará Boric desde el 11 de marzo?

El nuevo presidente deberá liderar un país fracturado que con urgencia debe regenerar su tejido social; enfrentar la pandemia de covid-19; reactivar la economía; convocar a grandes acuerdos políticos; garantizar un término exitoso del proceso actual de reforma constitucional; llevar adelante una ambiciosa agenda de participación ciudadana en el diseño de políticas públicas, y convivir con la posibilidad cierta de que su gobierno sea transitorio, según las definiciones de la Convención Constitucional que hoy redacta una nueva carta magna.

Las expectativas ciudadanas son muchas, las condiciones del país desafiantes, y parte de las élites mantiene su sospecha en cuanto a la capacidad de gobernabilidad y gobernanza que tendrá el próximo gobierno. Además, los cambios que Boric pretende impulsar sin duda generarán significativos grados de tensión, que el presidente electo deberá sortear con astucia, criterio y, sobre todo, mucho olfato político.

En octubre de 2019 comenzó a escribirse uno de los capítulos más vertiginosos de la historia de Chile. Y, lejos de terminarse, la historia continúa, ahora con un nuevo protagonista: Gabriel Boric.

Pablo Beytía es candidato a doctor en sociología por la Universidad Humboldt de Berlín, docente de la Universidad Católica de Chile y director de la plataforma de análisis social y electoral MonitorSocial.cl. José Domingo Sagüés es periodista y comunicador social especializado en políticas públicas, con amplia experiencia en organizaciones de la sociedad civil internacionales y a nivel de gobierno.