Esta semana parte de la agenda noticiosa se refirió a la condena contra la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, y el intento de golpe de Estado en Perú por parte de Pedro Castillo. A su vez, una parte de la información relacionada con estos acontecimientos se centró en las coincidencias, matices y discrepancias sobre ellos dentro del Frente Amplio (FA), que se comentaron en el chicaneo cotidiano, pero merecen una consideración más seria.

El FA se fundó en plena Guerra Fría, y tanto los sectores como las principales figuras independientes que se aliaron tenían ya definiciones que impedían unificar una posición más allá de principios generales.

Primaron, en forma muy razonable, los acuerdos acerca de la situación en Uruguay y lo que había que hacer para afrontarla. Para asombro de muchos en el mundo, grupos y personas con miradas muy diversas se comprometieron a la “acción política permanente” y comenzaron a construir una identidad común. En ese marco siempre hubo polémicas internas, pero las referidas a los asuntos internacionales nunca fueron las principales ni las más intensas.

En términos generales se ha producido cierta convergencia, y la heterogeneidad es menor que en 1971. Basta con recordar, por ejemplo, que hace algunas décadas el FA ni siquiera estaba en condiciones de participar como tal en agrupamientos y foros internacionales.

Sucede, entre otras cosas, que los frenteamplistas, como el conjunto de la población uruguaya, han aumentado sus niveles de consenso acerca del valor de las instituciones democráticas y la universalidad de los derechos humanos. Además, el ejercicio del gobierno nacional durante tres períodos consecutivos trajo consigo, entre otras responsabilidades nuevas, la de conducir la política exterior del país, y esto hizo necesario establecer más acuerdos internos.

De todos modos, persisten diferencias que a menudo, por el propio proceso de convergencia mencionado, saltan más a la vista y adquieren mayor importancia que antes. Está mucho menos naturalizado que haya fueros sectoriales en esta materia y que gobiernos condenados por unos como dictaduras sean apoyados con entusiasmo por otros.

Es sano y beneficioso que surjan debates al respecto, y mejor aún sería que se procesaran con argumentación y respeto, pero esto no vale sólo para los frenteamplistas.

La historia de los partidos Nacional y Colorado también incluye fuertes vínculos internacionales, así como diversidades en ese terreno dentro de cada uno de ellos. Han coexistido y coexisten, por ejemplo, actitudes muy distintas ante el peronismo argentino, la proclamación de simpatías por la Internacional Socialista y por gobiernos de extrema derecha, y el uso de criterios sumamente disímiles para opinar sobre los regímenes de Cuba, China o los países árabes.

No parece viable ni deseable llegar a unanimidades dentro de cada fuerza política, y mucho menos en el conjunto del sistema partidario, pero los intercambios con firmeza y altura pueden contribuir a que aumente en cada caso el común denominador, en beneficio de las posiciones más democráticas.