El jueves se cumplieron dos años y medio de la asunción de Luis Lacalle Pou. Está ya en la segunda mitad de su mandato formal y hace unos meses que llegó a la mitad del mandato efectivo, que termina antes por la dinámica que precede a las elecciones y la transición veraniega que las sigue. Es el momento adecuado para un balance preliminar.

El primer acontecimiento memorable asociado con Lacalle Pou fue previo al 1º de marzo de 2020. Ganó las elecciones del año anterior, poniéndole fin a tres mandatos sucesivos del Frente Amplio (FA) y a una travesía del desierto que se les hizo larga, e incluso desesperanzadora, a los partidos que habían dominado la historia uruguaya hasta 2004.

Aquello, como suele suceder, se debió en proporciones discutibles a lo que hicieron bien los triunfadores y lo que hicieron mal los derrotados, pero no cabe duda de que Lacalle Pou encontró y supo recorrer un camino difícil. Sin embargo, él y la “coalición multicolor” que lo apoyó en el balotaje de 2019 pagan hasta hoy un alto precio por su victoria.

La estrategia y las tácticas empleadas contra el frenteamplismo fueron tan prioritarias que les quitaron espacio y relevancia a tareas indispensables para preparar un gobierno nacional y ejercerlo. Desde que ganaron han seguido comportándose como si estuvieran en campaña electoral, con un relato que apela en exceso a cuestionar la gestión previa, a la que invoca demasiado a menudo para disimular errores o insuficiencias propias, y en definitiva sigue sosteniendo que el mejor argumento a favor del actual oficialismo consiste en que no es el FA.

Sin una conducción política colectiva ni un espacio compartido para la elaboración programática, la coalición de gobierno no ha sido capaz de ampliar su común denominador más allá de los acuerdos previos al balotaje, ni de superar las discrepancias internas que impidieron darles mayor sustancia. Cambió orientaciones y desmanteló programas, pero ha sido débil en el desarrollo de un perfil propio y una agenda de mediano plazo.

En relación con varios compromisos preelectorales de alto perfil, como los referidos a seguridad, educación, inserción internacional y rebajas de impuestos y tarifas (incluido el precio de los combustibles), los resultados están muy por debajo de lo anunciado. Quienes aspiraban a medidas mucho más extremistas y reaccionarias expresan en voz alta su desilusión desde hace meses.

Este gobierno no fue, por supuesto, responsable de la pandemia de covid-19, pero tampoco del alza extraordinaria de precios internacionales. Sí es responsable de que, mientras una minoría multiplicaba sus ingresos, y sin nada parecido a un “derrame”, quienes viven de salarios y jubilaciones hayan perdido capacidad de compra, financiando la reducción del déficit fiscal, y de ofrecerles apenas un regreso maltrecho al punto de partida cuando concluyan los prometidos “cinco mejores años” de sus vidas.

Algunos presidentes son recordados por lo que hicieron y otros por lo que les pasó. Seguramente Lacalle Pou, como todos sus antecesores, aspira a lo primero, pero va camino de lo segundo.