Comenzó 2023 y, aunque gran parte de los dirigentes políticos insiste en que todavía no es tiempo de hablar de candidaturas, ya es tiempo de hablar de programas.

Dentro de dos años, un nuevo gobierno electo estará definiendo cómo avanzar hacia sus objetivos. En 2024 decidirá cómo quiere presentarlos en la campaña desde el punto de vista publicitario, pero antes –desde ya– corresponde profundizar, en los partidos y los sectores, procesos de estudio y escucha para elaborar propuestas.

Lo menos deseable para el país y su gente sería que los dos próximos años estuvieran anclados en los planteamientos de 2019. Desde el oficialismo, con la premisa de seguir avanzando en la misma dirección y lograr los cambios que se prometieron, pero no pudieron concretarse; desde la oposición frenteamplista, para revertir lo hecho por el actual gobierno y retomar rumbos anteriores.

El mundo y el país han cambiado y seguirán cambiando. Mala cosa sería que el sistema partidario se comportara como si en dos recetarios invariables hubiera respuestas a todas las preguntas y sólo se tratara de elegir entre ambos. El significado más pobre de la alternancia en el gobierno es que cada bloque trate de desandar, a su turno, el camino recorrido por el otro.

Siempre hay una parte de la ciudadanía decidida de antemano a votar por “los suyos” para que no gobiernen “los otros”, con independencia de programas y candidatos, pero esa parte no es la que define las elecciones, y tampoco la que presiona para que los partidos mejoren sus ofertas de ideas y personas (de ser posible, en ese orden).

Una lista incompleta de los desafíos pendientes abarca políticas integrales para la infancia, normas para defender derechos ante las grandes transformaciones en el mundo laboral, opciones y planificación para el tránsito hacia una sociedad poscarbono, una visión estratégica sobre nuestra matriz productiva, la jerarquización del sistema de cuidados y mayor impulso al desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación.

Son gravísimas las insuficiencias crónicas en materia de vivienda, de democratización de los medios de comunicación y de formación ciudadana, desde la escuela en adelante, para el uso de estos medios, incluyendo las redes sociales. Tanto o más grave es que no haya síntesis nuevas sobre cuestiones clave, como la inserción internacional de Uruguay, la defensa nacional y las Fuerzas Armadas, la convivencia y la seguridad ciudadanas, los requisitos de una reforma educativa en serio (incluyendo la formación universitaria de docentes) y el diseño de un futuro sistema de seguridad social que merezca su nombre, con fuentes de financiamiento y prestaciones no contributivas pensadas para este siglo.

A menudo las elecciones se ganan o se pierden por factores totalmente ajenos a la elaboración programática, pero en ella está la clave para que los gobiernos no se queden en forma prematura sin horizonte ni estrategia, como ha sucedido antes y está sucediendo ahora. La discusión pública en esta materia es aún más importante para que las sociedades se apropien, democráticamente, de su porvenir.