Javier Milei asumirá este domingo la presidencia de Argentina, y este acontecimiento activa grandes temores justificados, pero entre ellos deberíamos incluir el temor a que se pierdan de vista algunas tareas políticas tan difíciles como indispensables.

Hay muchas maneras de relatar qué significó la contundente victoria de Milei en el balotaje, según se destaquen unos u otros de los factores que le aportaron casi 56% de los votos. El apoyo de 14 millones y medio de personas tuvo motivos diversos, y pocas dudas caben de que el nuevo gobierno argentino impulsará medidas perjudiciales para la mayoría de sus votantes, pero es crucial entender bien por qué se llegó a esta situación.

Las ideas defendidas por Milei en su rápido ascenso fueron tan extremistas que han llevado a que se considere a Mauricio Macri como un representante de la “derecha moderada”, e incluso a la esperanza de que pueda frenar los desvaríos del nuevo presidente, que quiere convertir a un país con 46 millones de habitantes en un laboratorio de ensayo para doctrinas grotescas. Que se vea de este modo a alguien como Macri, gran responsable del resultado de la segunda vuelta, es un síntoma de problemas gravísimos.

Con independencia de que Milei pueda hacer los disparates que prometió o “apenas” sirva como mascarón de proa para un nuevo gobierno macrista, e incluso con independencia de los avances que logren las fracciones más reaccionarias que lo apoyan, con sus propias agendas de “batalla cultural”, hay que pensar por qué el futuro inmediato sólo puede ser muy malo o atroz.

Entre quienes apoyaron a Milei está la derecha antiperonista histórica, y él alega que uno de sus grandes objetivos es aniquilar las políticas de intervención estatal y justicia social que han sido centrales en el abigarrado discurso peronista. Esto no debería hacernos olvidar que gran parte de los votantes del nuevo presidente son personas exasperadas por la exclusión, desamparadas y hundidas en la precariedad, pese a los subsidios, las políticas sociales y el avance de la “agenda de derechos”, que ya no esperan que el Estado vaya a salvarlas y sueñan con salvarse solas.

Estas personas representan el fracaso de las mejores promesas e ilusiones asociadas con el justicialismo; su empobrecimiento, que va mucho más allá de lo económico, se produjo junto con un gran aumento de la desigualdad.

El peronismo, dominado en las últimas décadas por su versión kirchnerista, tiene una gran responsabilidad en la emergencia de esta sociedad descreída e irritada, a la que no supo escuchar e interpretar en las elecciones de este año y que cayó, mayoritariamente, en el error de creer que nada podía ser peor.

Argentina necesita con gran urgencia mejor política, para construir otras relaciones sociales. Entre los grandes riesgos que la acechan está el de que en la oposición al gobierno que asumirá este domingo predomine, por el contrario, la idea de que la reconquista del poder implica adecuarse a las peores características de la sociedad actual y, en vez de corregir errores, sumarlos para seguir barranca abajo, en una espiral de odios y violencias.