En su obra Lógica viva, el filósofo Carlos Vaz Ferreira plantea una distinción fundamental entre “pensar por sistemas” y “pensar por ideas a tener en cuenta”. Según el autor, la primera forma de pensamiento consiste en aplicar de manera mecánica un sistema general a todos los casos que se presentan, mientras que la segunda implica considerar reflexivamente cada caso en particular y tener en cuenta diversas observaciones y reflexiones para alcanzar respuestas o soluciones adecuadas.

A pesar de que “pensar por sistemas” puede ofrecer seguridad y tranquilidad, Vaz Ferreira advierte que también puede llevar a la unilateralidad y al error. Por otro lado, “pensar por ideas a tener en cuenta” puede resultar útil para abordar situaciones complejas, pero también puede ser arriesgado si no se consideran todas las verdades relevantes.

En esta época estamos cada vez más acotados al “pensar por sistemas”, porque hemos perdido la capacidad de escuchar y considerar el argumento del otro para poder intercambiar, ya que no necesariamente cualquier discusión tiene que ser controversial.

Vamos a decir algo obvio, pero al perder la posibilidad de integrar la otra posición en una discusión para entenderla, pero no solamente con el fin de refutarla, sino para identificar alguna “idea a tener en cuenta”, hemos terminado asumiendo las diferencias de opinión en una actitud más parecida al berrinche que a la de un adulto en posición de análisis.

De eso a negar la validez a priori de un punto de vista divergente del propio hay apenas un paso para negar directamente el derecho a disentir, lo que, automáticamente, nos pone a un paso de negar lisa y llanamente al otro, pero no entendido como un ser humano, sino como su “ideología”, que, al ser inaceptable, pasa a ser inexistente.

Al ser humano concreto le quedan las circunstancias clásicas del “ser humano de las redes sociales”: insultos, descalificación, cancelación y, por supuesto, demonización. Y terminamos viendo la vida con una paleta de colores planos a la manera de Torres García, pero sin su habilidad para leer el espacio.

Al no poder identificar lo obvio, que es que toda postura debidamente fundamentada debe tener alguna cosa atendible, las redes y su subproducto la sociedad1 se pueblan de personas que no entienden que no existe relación de necesidad entre ser de derecha y ser malo o egoísta, ni que el ser de izquierda tenga nada que ver con ser poco racional o que no le gusten a uno las cosas buenas.2

Tratemos de no caer nosotros mismos en el pecado que queremos exorcizar.

El problema de la meritocracia

En su libro The Rise of the Meritocracy, Michael Young presenta una visión crítica de una sociedad en la que el mérito se convierte en el único criterio para determinar el acceso a la educación y al empleo. Según Young, este sistema crea una sociedad dividida en dos clases: una clase meritocrática compuesta por personas talentosas y educadas, y una clase no meritocrática compuesta por personas menos talentosas y educadas. En esta sociedad la clase meritocrática se beneficia de un acceso privilegiado a los recursos y oportunidades, mientras que la clase no meritocrática se queda atrás y sufre de exclusión y discriminación.

A pesar de la crítica de Young a la meritocracia, el concepto ha sido adoptado por muchos como un modelo ideal para el gobierno y la organización social. Los defensores de la meritocracia argumentan que es la forma más justa y eficiente de distribuir los recursos y las oportunidades, ya que asegura que los individuos más talentosos y capacitados sean los que asuman los roles más importantes y responsables en la sociedad.

Sin embargo, los críticos señalan que la meritocracia puede perpetuar la desigualdad y la exclusión social, ya que puede resultar en una falta de diversidad y representación en las posiciones de poder y autoridad. Utilizando otros términos porque sería anacrónico, el propio Platón defendía una estricta prelación de méritos que culminara en el “filósofo rey” como el mejor gobernante posible.3

Lo opuesto a la meritocracia sería un sistema de gobierno o de organización social en el que el acceso a ciertas posiciones o privilegios no se otorga en función del mérito y la capacidad de cada individuo, sino en función de otros factores como la riqueza, el estatus social o la afiliación política. Este tipo de sistema se basaría en la idea de que ciertas personas tienen derecho a ciertos privilegios simplemente por su posición social o por su pertenencia a ciertos grupos o clases, en lugar de tener que ganarlos por su talento o habilidad.

El esfuerzo, la tenacidad y la capacidad sí son excelentes discriminantes, pero solamente si la escalera de ascenso no son las cabezas de los más desprotegidos.

Esto puede dar lugar a la perpetuación de la desigualdad y la discriminación, ya que algunos individuos pueden ser excluidos de ciertas oportunidades y recursos simplemente por su origen o condición social. El propio Vaz Ferreira, a quien citábamos antes, al ejemplificar sobre ideas a tener en cuenta, refería (voy a actualizar el contexto léxico) a que elementos que son dogma y tabú para el liberalismo extremo de mercado, como el derecho de la herencia, son en realidad antiliberales, porque permiten que mucha gente parta de una plataforma que niega la verdadera condición de ejercer sus méritos. Porque no pueden argumentar que su riqueza se debe al mérito y el esfuerzo, porque su origen es nacer en una familia que ya lo era de antes.

Eso es una piedra en el zapato de los liberales/tarios, porque si la riqueza (para ellos el único parámetro aceptable del éxito en la vida de una persona, junto con su contracara, la fama) procede (como las estadísticas muestran claramente) más de las condiciones de partida que de lo que la persona haga con su trabajo, se cae el modelo.

Un hecho es innegable: la riqueza puede perderse, la movilidad social descendente es muy fácil de padecer con malas inversiones o decisiones, pero la ascendente es un mito y para el quintil inferior la posibilidad de enriquecerse legalmente es virtualmente inexistente.

De ahí nace la adoración que tienen liberales neoclásicos y libertarios por esa suerte de superhombre del mercado que es el self made man4 o emprendedor exitoso que, partiendo de cero, tomó riesgos, desarrolló habilidades de alto valor de mercado y logró amasar una fortuna que le permitió, por ejemplo, retirarse joven o, quizá, ser el sujeto creador de riqueza que permite el “derrame” (otro dogma del neoliberalismo) que plantea que los pobres se benefician de las migas que caen de la mesa del semidiós.

Si uno lo mira así, es claro que entiende por qué Ernesto Talvi tiene el fetiche de abrazarlos, pero veamos las ideas a tener en cuenta.

Una cosa de la meritocracia es innegable: permite discriminar a los más competentes de los menos, entendiendo como competencia la capacidad específica para una tarea o función y no una propiedad intrínseca del individuo.

En las funciones superiores de la sociedad (no superiores en sentido moral, sino en su complejidad y en la gravedad de las consecuencias de su mal ejercicio), como áreas de gobierno, universidades, hospitales, etcétera, no solamente un sano régimen meritocrático es deseable, sino que no se puede pensar en uno mejor. Si me van a operar, quiero al mejor cirujano del mundo, y si voy a viajar en avión, exijo al mejor piloto que haya.

Podemos ver que en las áreas de gobierno esto no pasa, porque la necesidad de poner personas de confianza lleva a que, por ejemplo, la temprana muerte de Jorge Larrañaga llevara al presidente a poner en el Ministerio del Interior a un político de su confianza pero sin ninguna preparación ni vocación por el tema de la seguridad ciudadana.

Obviamente, no es privativo de este gobierno tener varios “amiguismos”: los anteriores caían en el mismo pecado, que parece ser imposible de erradicar de la política.

Vemos entonces que, para elegir un profesor titular, un general o un ministro la meritocracia parece ser el mejor de los modos, pero esto no se aplica a todas las circunstancias: solamente funciona en el sector alto de las necesidades sociales.

Realmente hay que ser un miserable para sostener que, si de la totalidad de las personas que de niños tuvieron déficit alimentario, de vestimenta y de acceso real a la educación ninguna llega al éxito (recordemos, se identifica con riqueza), eso es sólo porque no se esforzaron o no tomaron riesgos. Simplemente, en el mazo que les dieron esa carta no existía. En ese estrato, el quintil inferior de la sociedad, la meritocracia apunta más a poder ejercer la violencia para sobrevivir que a elegir si colocan las cuantiosas sumas del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en bonos del tesoro o en criptoactivos.

Ahora bien, reconocer esta verdad evidente de ninguna manera implica que uno se mueva por la envidia al rico (léase, recordemos, supremo emprendedor que se hizo a sí mismo) porque sostiene que debe aportar más en impuestos por tener más riqueza, en especial en la forma de los impuestos a la herencia.

La visión de túnel de los liberales/tarios hace que den un salto ontológico peligroso: como la idea es que el mercado les da a todos oportunidades de enriquecerse si se esfuerzan y toman riesgos, aunque sean pobres, defienden a los ricos porque les vendieron la idea de que pueden enriquecerse fácilmente. Y pueden. Pero de ahí a ser un billonario como Elon Musk o Jeff Bezos hay un salto cuántico imposible, y esos individuos, que no aportan a la sociedad ni una fracción ínfima de sus fortunas, son defendidos a capa y espada porque son los olímpicos del panteón meritocrático. Si cada uno de ellos pagara 10% de sus riquezas obscenas, serían todavía los más ricos del mundo, pero podrían acabar con la falta de agua en África o con las enfermedades en los países más pobres del planeta. Como dijo el gran don José Batlle y Ordóñez: que los ricos sean un poco menos ricos para que los pobres sean bastante menos pobres. Algo así, pero con esteroides.

Esta convicción de que los ricos deben aportar más en impuestos solamente nace de la observación de que en un país es inmoral que haya niños que no tengan las necesidades básicas cubiertas, y hoy esto no es solamente casa, comida, salud y educación. Hoy implica también un ambiente saludable y sin violencia, contención fuera de los horarios escolares y acceso a la conectividad. (Plan Ceibal, por ejemplo).

Entonces, si la inmensa mayoría de una población es protegida de la vulnerabilidad extrema, es verdaderamente posible pensar en que puedan postular para acceder por ejemplo a cargos, e incluso a ciertas carreras, algo que también es tabú en Uruguay. Pero solamente si todos parten de situaciones ni siquiera iguales ni comparables, alcanza con que sean compatibles con la dignidad de ese sagrado inviolable que es la persona humana. Parece poco, pero no lo es. Y tiene que abrirse la discusión para entender que el éxito depende de los objetivos de la persona, y estos dependen solamente de lo que piense que es una buena vida, y no necesariamente tiene que ser acumular riqueza. Una cantidad que permita ciertas comodidades puede ser suficiente para poder, por ejemplo, dedicarse al arte, la filosofía o el deporte, o lo que se desee, pero eso implica recordar que el dinero no es un fin en sí mismo, sino, por definición, un medio para obtener otras cosas.

Entonces sí, es posible pensar en fortalecer la competencia, en estimular y promover la toma de riesgo y la innovación, porque los resultados no van a depender de ningún derrame hipotético que nadie vio, sino de algo muy concreto; el esfuerzo, la tenacidad y la capacidad sí son excelentes discriminantes, pero solamente si la escalera de ascenso no son las cabezas de los más desprotegidos.

En fin, que un mundo mejor sí que es posible.

Bernardo Borkenztain es comunicador y crítico de arte.


  1. Entiendo que hago una inversión ontológica, pero a veces me da la impresión de que la capacidad de Twitter de marcar la agenda (el presidente Luis Lacalle Pou reemplazó ministros por esa red) le da una capacidad performativa sobre la sociedad que esta, siendo la infraestructura de la anterior, no tiene forma de contener. 

  2. Siempre me fascinó la reacción de los burgueses ofendidos ante situaciones de violencia social como saqueos a grandes superficies, como pasó hace años en Argentina, porque se indignan de que los perpetradores se dirijan a las góndolas de bebidas importadas, en vez de comportarse como pobres decentes y saquear solamente las de fideos y polenta. 

  3. Obviamente en una sociedad esclavista, que no contaba como ciudadanos a esclavos ni extranjeros. 

  4. En medios liberales y libertarios estos préstamos anglicistas son frecuentes, tomo este a modo de ejemplo.