Hay un fuerte consenso en la sociedad uruguaya y en su sistema político respecto de la importancia del sistema educativo, y particularmente, de la escuela pública, como instrumento privilegiado de integración social. La idea es que, además de formar y de capacitar a los niños y jóvenes, el sistema educativo es también un canal de transmisión y de incorporación de los valores de la sociedad, de sus reglas y de sus modos de comportamiento. Cuando fallan estos procesos, aparecen los problemas sociales vinculados a la violencia, la delincuencia, la drogadicción, entre otros. Resulta entonces ineludible reaccionar sobre estos para alcanzar los niveles de integración social deseables para nuestra sociedad.
Esta perspectiva no es nueva en el pensamiento social ni en la sociología. Ya Émile Durkheim a principios del siglo XX hablaba del sistema educativo como uno de los canales más importantes de transmisión de los modos de ser, vivir y sentir de la sociedad, de una generación a otra. El estructural-funcionalismo de Talcott Parsons, en los años 50 del siglo pasado, también planteaba que el sistema educativo es uno de los canales privilegiados de los procesos de socialización por medio de los cuales las nuevas generaciones internalizan las normas y valores del sistema cultural, cumpliendo la función de mantenimiento de las pautas de relación social de una determinada sociedad. Para el caso uruguayo, la escuela valeriana, en la que convivían el hijo del obrero, el del empresario y el del profesional, fue el estandarte en el que se reflejaban estos procesos de integración social.
Sin embargo, también en el pensamiento sociológico se han manifestado muchas críticas a esta mirada optimista con respecto al rol de la educación en la sociedad. Las corrientes fenomenológicas criticaban, en esa época, la idea del estructural-funcionalismo de que existe un sistema cultural hegemónico en la sociedad, haciendo hincapié en cómo los diferentes grupos sociales les daban significados diferentes a las instituciones, normas y valores de una sociedad. El sistema educativo y la escuela pública no tienen necesariamente el mismo significado para todos los grupos sociales. Esta corriente discute también la idea de que los individuos son simples receptores pasivos de las instituciones sociales; los diferentes grupos sociales interpretan y manipulan los significados transmitidos por las instituciones educativas, por lo que la idea de que existe un sistema cultural con valores y normas generales para toda la sociedad es muy discutible.
Las corrientes estructuralistas también han criticado la visión funcionalista de la educación como canal de transmisión de normas y valores sociales. Desde esta perspectiva, la educación es también un canal de reproducción de las formas de dominación de la sociedad y de las distancias y jerarquías sociales. El concepto de violencia simbólica de Pierre Bourdieu pone el acento en el proceso por el que la educación logra invisibilizar las relaciones de poder en una sociedad, transmitiendo las formas de vida, las formas de hablar y de comportarse de determinados grupos sociales como generales y universales. La dominación se expresa de manera silenciosa y espontánea a través de prácticas educativas que reflejan la visión del mundo de los sectores sociales más privilegiados de la sociedad. Las resistencias a esta dominación también se expresan de forma espontánea, a través del rechazo a la disciplina escolar, la utilización del lenguaje popular frente al académico, la burla a los profesores, la violencia escolar, etcétera. Muchas de estas tensiones están presentes en las instituciones de enseñanza de nuestro país, en las que las formas de dominación han perdido la legitimidad que tuvieron en otros tiempos.
Al contrario de ser la varita mágica que resuelve los problemas sociales, la educación tiende a reflejar y reproducir las jerarquías y las distancias sociales previamente constituidas en la estructura social.
Los problemas de legitimidad de los mecanismos de integración social también han sido abordados por diversos autores, entre los que podemos destacar a Jürgen Habermas, alumno y crítico de Parsons. Para este autor, no se pueden separar los procesos de integración social de los de integración sistémica. Las contradicciones y desajustes de los sistemas, como el aumento de la desigualdad social, la segregación social y territorial y las formas de violencia estatal cuestionan la validez que los mecanismos de integración social tienen para los sectores sociales más desfavorecidos y desintegrados del funcionamiento cotidiano de la sociedad.
Hace un tiempo, en los barrios populares de París, ante el asombro de muchos, los propios vecinos quemaban las bibliotecas públicas y gratuitas que el Estado francés había desplegado para fomentar la cultura en los sectores menos privilegiados de la sociedad. La explicación de este fenómeno es, sucintamente, que el libro, la lengua escrita en francés, era la expresión del Estado francés, un Estado que, para muchos inmigrantes, habitantes de esos barrios, era símbolo de opresión y exclusión. En muchos barrios montevideanos, la escuela también forma parte de un aparato del Estado identificado con la exclusión y la segregación social. Las diferencias entre la policía y la escuela, tan nítidas para los sectores medios y altos de la sociedad, no resulta tan clara para los excluidos y segregados de los barrios populares de nuestra capital.
Estas consideraciones no pretenden disminuir la importancia del sistema educativo ni de la escuela pública en nuestra sociedad. Todo apoyo e inversión en el sistema educativo, de formación de recursos humanos, capacitación y aprendizaje, está plenamente justificado. Lo que se pretende discutir en este artículo es la idea, común a muchos sectores políticos y sociales, de que la educación es el instrumento fundamental para mejorar los problemas de delincuencia, de drogadicción o de violencia que azotan a nuestra sociedad. Ponerle esta responsabilidad a la educación excede sus posibilidades reales. El sistema educativo también está atravesado por tensiones que se originan en otros ámbitos, y no está exenta de la influencia del poder y de las diferencias de la estructura social.
La educación tampoco es el medio más adecuado para disminuir las desigualdades sociales. Numerosos estudios a nivel internacional han mostrado que la expansión de la educación no transforma la estratificación social de una sociedad, sino que tiende a mantenerla, aunque mejore el nivel educativo promedio de la población. Al contrario de ser la varita mágica que resuelve los problemas sociales, la educación tiende a reflejar y reproducir las jerarquías y las distancias sociales previamente constituidas en la estructura social. La escuela vareliana fue la expresión de una sociedad en la que las desigualdades sociales eran más tenues que en otros contextos, y en la que la estructura económica permitía una movilidad social que se transitaba a través del sistema educativo. Para mejorar los niveles de integración social, el fortalecimiento de la educación debe ser acompañado de cambios en diferentes esferas de la sociedad, que mejoren la legitimidad del Estado y de sus instituciones.
Francisco Pucci es profesor titular del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.