Un viejo proverbio en inglés dice que no se extraña el agua hasta que se seca el pozo. En la historia de Uruguay, a menudo ni se pensó en la posibilidad de que perdiéramos el privilegio del agua abundante, crucial para la vida y para actividades productivas de gran importancia.

Pero lo natural no es inmutable, y tampoco inmune a la insensatez humana. Hay que profundizar sin pausa la comprensión de los procesos ambientales, cuidar las cuencas, conservar y renovar la infraestructura, tomar decisiones prudentes sobre nuevas demandas del recurso y prever, en forma oportuna, las obras y políticas necesarias para mantener una oferta suficiente en cantidad y calidad.

Son tareas básicas del Estado y deberían ser también políticas de Estado, asumidas por todos los partidos con amplia participación social. Pero no siempre sucede así.

Afrontamos, como el resto del planeta, crecientes problemas debidos al cambio climático, y a ellos se agregan dos vinculados con la propia idea de este cambio. Hay quienes aún lo niegan para defender el lucro nocivo y también quienes lo invocan para disimular sus graves errores y omisiones.

La modificación del clima que nos amenaza no fue causada por fuerzas naturales incontrolables, sino por prácticas humanas cuyo cese urge. Los problemas de acceso al agua y otros recursos esenciales no se deben sólo a fatalidades ambientales, sino también a la ignorancia e irresponsabilidad de quienes debían verlos venir y actuar en consecuencia.

Las autoridades de OSE alertaron en verano sobre los efectos y riesgos de la sequía, y enfatizaron que era necesario racionalizar el consumo para evitar males mayores.

Luego empezó a llover de vez en cuando, y OSE disminuyó la frecuencia y la intensidad de sus mensajes, hasta quedar en silencio. Muchas personas creyeron que la sequía había terminado o que lo peor ya había quedado atrás.

Tal percepción cesó esta semana, cuando OSE anunció, de improviso, que la sequía nunca había cesado y que se había agravado en el sur del país, que las reservas habían disminuido mucho y que no había más remedio que suministrar al área metropolitana, por lo menos hasta junio, agua proveniente en parte del Río de la Plata, con un considerable aumento de la salinidad habitual, para evitar el desabastecimiento.

Las autoridades del servicio descentralizado aseguran que esto no creará riesgos para quienes beban esa agua, pero sería más pertinente y tranquilizador que lo dijera el Ministerio de Salud Pública, que no se ha pronunciado al respecto.

No hemos llegado a esto sólo por la escasez de lluvia. Hay responsabilidades anteriores por el recorte de inversiones y obras en OSE, que incluyó la decisión de postergar la construcción aprobada de la represa de Casupá y priorizar el controvertido proyecto Neptuno. No fue por la sequía ni por el cambio climático, sino por el cambio político tras las últimas elecciones.

Es preciso que se asuman estas responsabilidades, y habría que averiguar si a más de uno también “se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”, como decía Cervantes que le pasó al Quijote.