En 1964 Raúl Follerau, el apóstol de los leprosos, declaró: “Dame dos bombarderos y con el importe de estos dos aviones, portadores de la muerte, se podría atender a los 15 millones de leprosos del mundo”. El mismo Follerau le escribió al secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para hacerle una propuesta: que todas las naciones presentes en la ONU decidan cada año, con ocasión del Día Mundial de la Paz, destinar de sus presupuestos respectivos lo que cuesta un día de armamento para luchar contra el hambre y la miseria.
Se generó un movimiento de la juventud del mundo en apoyo de esta idea, y tres millones de muchachos y muchachas de 102 países le escribieron al secretario general de la ONU.
El 5 de diciembre de 1969, por 92 votos a favor y siete abstenciones, la Asamblea General de la ONU adoptó el proyecto: “Un día de guerra para la paz”.
En 1981, el sacerdote Luis Perico Pérez Aguirre se dirigía en una carta abierta a “los uruguayos de buena voluntad, a nuestros gobernantes, a nuestros militares”. Fue en plena dictadura, en la revista La Plaza de Las Piedras. Consideraba “de vital importancia” difundir la idea de Follerau.
Decía Perico en 1981: “Desgraciadamente, y da una enorme pena decirlo tras 12 años, la escalofriante carrera de armamentos continúa más desenfrenada que nunca”.
Miremos hoy el mundo después de la pandemia. La nueva normalidad –de la que tanto hablábamos cuando teníamos miedo, incertidumbre– se convirtió en un mundo en guerra. Hay varias zonas en el mundo en guerra, algunas que no están en los titulares y que cuestan miles de vidas.
Detengámonos solamente en la guerra Rusia-Ucrania.
“En una guerra la primera baja es la verdad”
Es difícil aventurar cifras, pero los distintos centros de estudios económicos coinciden en cifras impresionantes. El costo de la guerra en Ucrania en la economía global representó 1,6 billones de dólares en 2022, lo que significa 1,7% del producto interno bruto (PIB) mundial, según el Instituto Alemán de Estudios Económicos.
Rusia gasta alrededor de 900 millones de dólares por día. Estados Unidos hasta 2022 llevaban gastados 32.000 millones de dólares. Reino Unido, 2.500 millones de dólares. Alemania, que ha duplicado su presupuesto militar, 2.300 millones de euros. Y así podemos seguir en cada país de la Unión Europea.
Lo más dramático es que esta guerra ha costado hasta hoy 200.000 soldados muertos, miles de civiles y ocho millones de refugiados, más toda la repercusión a escala global; los costos de la energía, de los granos, de los alimentos.
Hoy vemos con asombro y con profunda angustia que está planteada una estrategia de armas nucleares que se desplazan hacia el centro de los combates. Y aun peor es que el objetivo claro de las grandes industrias de armamentos es involucrar cada día a más países en esta estrategia de guerra.
Particularmente Estados Unidos despliega toda su ofensiva diplomática para que aun países que se mantenían al margen se involucren.
Los dramas del mundo que la pandemia nos obligó a mirar cara a cara –la desigualdad, el hambre, el desequilibrio ecológico que genera la covid, el calentamiento global, la pérdida de las reservas naturales– ya no son objetivos de la humanidad más allá de las declaraciones.
Decía Perico en su artículo escrito en plena dictadura, en 1981: “¿Estará de más insistir en ese pedido de un alto a la carrera armamentista? Y nosotros, ¿no cabe en Uruguay pedir que los gastos de guerra en aviones pucara, tanques, tanquetas, fusiles, etcétera, se gasten para la paz? [...] El silencio, la pasividad, son maneras de colaborar con esta carrera demente de armarnos hasta los dientes para que todo empeore. [...] Somos conscientes de que estos enormes problemas del hambre y la pobreza en el mundo no los soluciona una persona sola, ni muchas, especialmente si cada uno sigue caminando por su lado y enclaustrado en su propia visión de las cosas”. “La solidaridad debería convertirse de una vez por todas en la ley del mundo”, finaliza Perico.
Y con él reflexionamos. Hoy América del Sur, con Lula y con Petro, toma la iniciativa por la paz, por el ambiente, por la defensa de los recursos naturales, por la Amazonia, por nuestros ríos.
Uruguay es un país de paz. Nuestro principal problema hoy es la pobreza infantil. Tenemos que pasar de una inversión de menos de 0,5 del PIB destinado a la infancia a casi triplicarla y garantizar una gobernanza que asegure que los recursos destinados sean aprovechados de la mejor manera.
Cuando nosotros nos preguntamos por los objetivos del país pensamos en este tema como prioridad absoluta; sin embargo, el presupuesto militar en Uruguay es mayor que el presupuesto de la educación y de la salud pública. Tenemos, después de Venezuela, el número más alto de efectivos con relación a nuestra población. Seguimos equipándonos con tanques, tanquetas, aviones Hércules, etcétera.
Rápidamente se simplifica y descalifica diciéndonos que estamos ganados por el resentimiento o el odio. Nada más lejano, y desde luego contemplamos el empleo que significa el Ejército. Sólo que pensamos como prioridad absoluta en el presente de nuestros niños y niñas, en el presente que compromete ya su desarrollo.
Tal vez podamos empezar, como planteaba Perico, con un día de guerra para la paz y que Uruguay se convierta radicalmente en un país de paz.
Marcos Carámbula fue intendente de Canelones.