La educación es un proceso demasiado importante para la sociedad como para caer en simplismos y apariencias. Aquellos que pregonaron y prometieron maravillas hoy se están enfrentando a resultados pésimos y al malestar de quienes habitan los centros educativos, en los que han crecido la desconfianza y el temor, lo que lamentablemente redunda en el clima institucional de tensión que repercute en las inasistencias y los aprendizajes. Es válido entonces imaginar el año 2025 con una propuesta distinta de la presente. Sin ánimo de caer en la misma actitud simplista de quienes hoy son autoridades, esbozaré, aun sabiendo que será incompleto, un conjunto de ideas que creo que será necesario retomar e implementar a partir de 2025.

La primera tarea será la de recuperar la confianza de la sociedad uruguaya en la educación pública. Los discursos de este período de gobierno y las acciones que se han implementado han desvalorizado a los docentes, directivos e instituciones educativas, siempre puestos en la palestra pública como incumplidores, haraganes, ignorantes, faltadores, y aún podría seguir con adjetivos muy dolorosos. ¿Cómo podrán las familias confiar en los y las docentes cuando lo único que escuchan sobre ellos son discursos descalificantes? Hay que frenar esta guerra que las actuales autoridades han instalado contra los docentes y volver a sentar las bases para un diálogo que permita reponer la confianza y volver a habitar una mesa común de intercambios desde la que puedan prosperar las decisiones y su implementación en la realidad de los centros educativos. Toda la sociedad lo necesita.

Los centros educativos deben volver a ser escenarios de expresión y goce del derecho a la educación. La gestión debe suponer la participación como motor vital y sostenerse sobre la base del trabajo compartido con estudiantes, familias, miembros de la comunidad y docentes.

La formación de los docentes es prioritaria. Todo lo que ha acontecido en esta administración, en cuanto a la formación de grado de los profesores, ha sido improvisado, creado a espaldas de quienes tienen experiencia en esa área, aplicando recetas que sólo recortan el saber y el gasto, desvirtuando y disminuyendo el núcleo de asignaturas vinculadas con lo educativo, aquellas que nos hacen docentes y, por lo tanto, nos diferencian de otras formaciones profesionales. No podrá haber avance alguno si no se trabaja la formación docente con seriedad y respeto y se vuelve a encaminar en forma genuina la Universidad de la Educación. Es necesario recordar que los docentes no aspiramos a un diploma en el que luzca el título de licenciado, queremos una formación acorde que suponga la enseñanza, la extensión y la investigación. Necesitamos crear una universidad que dé respuestas reales a la formación de los y las educadoras y que además de los títulos de grado, pueda avanzar en posgrados y especializaciones tan necesarias para la práctica educativa actual.

Está probado que la extensión del tiempo pedagógico tanto en primaria como en media básica es una modalidad beneficiosa siempre que las propuestas que se brindan en esos tiempos sean dinámicas y sustanciosas. La redefinición de los centros educativos dando lugar a la creación y destituyendo rutinas vacías por un verdadero trabajo que aporte al desarrollo de habilidades esenciales, la adquisición del conocimiento, la vivencia de experiencias que enriquezcan desde lo social, es uno de los desafíos más grandes que hay que afrontar desde el punto de vista técnico y presupuestal. Hoy el tiempo disponible está arrasado por la burocracia, que es el peor enemigo de la creatividad.

Hay que frenar esta guerra que las actuales autoridades han instalado contra los docentes y volver a sentar las bases para un diálogo que permita reponer la confianza.

Por otra parte, y con un único cometido de “ahorrar”, se ha aumentado el número de alumnos por grupo, lo que incide notablemente en la posibilidad de gestar vínculos de mejor calidad. La relación profesor-alumno, numéricamente hablando, debe restablecerse para que dé lugar al encuentro real y permita prever situaciones que pueden desencadenarse súbitamente. Tengamos presente que la pandemia dejó secuelas que no fueron abordadas debidamente, no sólo en el campo de los aprendizajes. La salud mental de los estudiantes y sus familias reclama atención seria y urgente. Hay que dotar a los centros educativos de adultos debidamente formados que puedan detectar, atender inicialmente los casos y hacer las derivaciones con su monitoreo posterior para asegurar que la atención se produce adecuadamente.

Para que los aprendizajes se produzcan debe diseñarse en forma auténtica un sistema robusto de acompañamientos, en especial en escritura, lectura y matemática, particularmente entre quinto año de escuela primaria y tercer año de educación básica, hoy denominado noveno año. En la misma línea, será necesario implementar en bachillerato talleres de escritura y lectura creativa y de lectura y escritura académica. Para que esto ocurra, debe formarse previamente y con seriedad a los docentes que vayan a liderar estos espacios. En este sentido, es imprescindible partir de la convicción de que la cultura debe ser el corazón de la educación, por lo que la promoción de experiencias culturales dentro y fuera de los centros educativos es clave.

En cuanto a educación media, particularmente en secundaria, se debe redefinir la inspección de institutos y liceos. Ha habido un vuelco regresivo en la práctica inspectiva a tiempos de burocracia plena en la que los inspectores sólo controlan y completan planillas. Las instituciones y sus actores necesitan del acompañamiento, de figuras que les ayuden a encontrar los caminos para dar respuesta a la vida cotidiana. Hoy la inspección genera una práctica “de emboscada” en la que parece que el único objetivo es encontrar en falta al otro para castigarlo. Si bien la inspección supone en parte el control, no puede ser esta función la principal e incluso, por momentos, parecería que es la única. La inspección debe ser redefinida y garantizar las condiciones de enseñanza y de aprendizaje estimulando la innovación, el desarrollo humano y la promoción de la convivencia.

Curiosamente, en este tiempo de producción discursiva sobre la autonomía de los centros, las decisiones están completamente centralizadas. Todos los avances que se habían hecho al respecto retrocedieron. Es necesario restituir la capacidad de los equipos directivos y docentes para la toma de decisiones técnicas en el ámbito de cada centro educativo acerca de cómo definir sus prioridades y construir posibles abordajes para afrontar sus dificultades y fracasos, con apoyo, no con castigo. Las comunidades educativas se construyen forjando una red participativa con las familias, con las otras instituciones del contexto, con el barrio en sus diversas formas de expresión y con otros centros de educación formal e informal. Las comunidades deben problematizar las situaciones institucionales y barriales comprometiéndose para generar los cambios. Para que esto ocurra debe haber un estímulo en este sentido que debe provenir desde la autoridad, habilitando prácticas participativas y responsables.

Es necesario recordar que la pandemia dejó secuelas que no fueron abordadas debidamente, no sólo en el campo de los aprendizajes. La salud mental de los estudiantes y sus familias reclama atención seria y urgente. Hay que dotar a los centros educativos de adultos debidamente formados que puedan detectar, atender inicialmente los casos y hacer las derivaciones con su monitoreo posterior para asegurar que la atención se produce adecuadamente.

El año 2025 se aproxima y nos convoca. Hay que invertir nuestra energía en reimaginar el futuro restituyendo el encuentro.

Celsa Puente es profesora e integrante del colectivo Conversatorio sobre Educación. Fue directora general del Consejo de Educación Secundaria.