El diputado colorado Felipe Schipani difundió esta semana fotografías de la entrada reabierta al IAVA por un pasillo antes clausurado, cuyo reducido espacio se había asignado desde 2009 a un salón gremial estudiantil. Como sabemos, en marzo de este año la dirección de Secundaria inició una ofensiva para desalojar al gremio de ese lugar. Alegó que era necesario volver a habilitar la puerta por la calle Eduardo Acevedo y colocar una rampa para el acceso de personas con discapacidad.

La resistencia del gremio a esta decisión, que se le impuso sin la menor intención de diálogo, fue criticada como una muestra de insensibilidad. El director del liceo, Leonardo Ruidíaz, intentó mediar; Secundaria lo sumarió por “insubordinación” y el IAVA está intervenido. Al gremio se le prometió otro lugar de reunión, pero no se le ha otorgado.

Cuando se supo que un informe técnico previo había señalado que era inviable poner una rampa en esa puerta, las autoridades siguieron hablando de que lo harían, pero empezaron a enfatizar también que era inaceptable el estado del salón gremial, porque el IAVA es un edificio histórico y hay que cuidarlo. Cabe señalar que el edificio presenta deterioros mucho más graves y peligrosos que unas pintadas.

Schipani afirmó que la entrada “quedó preciosa” y que “ahora sí hace honor a la categoría del edificio y a la mejor historia de la educación pública”, pero la rampa brilla por su ausencia.

El presidente de la Administración Nacional de Educación Pública, Robert Silva, del mismo sector que Schipani y en modo de precandidato sin abandonar su cargo, arguyó que más adelante se harán refacciones y se construirá una rampa, que “puede ser por otro lugar” y no en la puerta reabierta.

Paralelamente, comenzó a circular una yuxtaposición de fotografías del viejo salón gremial y del actual pasillo, con mensajes que las presentaban como un símbolo del cambio de gobierno desde 2020. El recurso hizo recordar otro cambio, de hace medio siglo.

Tras el golpe de 1973, la dictadura lanzó una serie de campañas de propaganda con la intención de ganar legitimidad ante la población. Bajo la consigna “Ahora es diferente”, se contraponían imágenes: de un lado, “enchastres” en centros de estudio públicos; del otro, muros impolutos.

Aquel régimen enfatizó mucho el mensaje ideológico de una estética cuartelera, con control obsesivo de cabellos, vestimenta uniformizada y, por supuesto, el característico blanqueo de superficies. La apariencia “mugrienta” identificaba al bando enemigo, y con él no se querían diálogos ni cooperación: se le imponía la fuerza para que “aprendiera a respetar”. Dicho sea de paso, Ruidíaz fue sumariado con una norma de la dictadura.

En estos días se recordaron las movilizaciones estudiantiles en setiembre de 1983, cuando una generación de jóvenes supo driblear al autoritarismo con valentía, inteligencia y creatividad, tomarse las libertades que se le negaban y abrirle paso a la democracia, en la educación y en el país. Cuarenta años después, la prepotencia persiste y la resistencia a ella también.