Esta semana ganó relieve la cuestión del plebiscito sobre la seguridad social, con afirmaciones fuertes y contrapuestas en una conferencia de prensa del presidente Luis Lacalle Pou y otra del PIT-CNT, comentarios de dirigentes partidarios y pronunciamientos de cámaras empresariales. Mientras tanto, la campaña para las elecciones nacionales se mantuvo en un cauce muy distinto, con una escasa mención de propuestas concretas y con mensajes diseñados en forma muy cuidadosa, para no perder intenciones de voto volátiles y atraer a los decisivos indecisos.
El marcado contraste de contenidos y de formas se ve acompañado, según las encuestas, por llamativas diferencias en la distribución de las intenciones de voto. Ningún candidato a la presidencia de un partido mayor apoya la propuesta de reforma constitucional, pero la respalda una proporción considerable de la ciudadanía, cuya estimación varía mucho –de 29% a 53%– en sondeos de la opinión pública realizados por diferentes empresas.
Todos los dirigentes partidarios oficialistas se han manifestado contra la iniciativa, pero un porcentaje importante de quienes van a votar a esos dirigentes piensa poner la papeleta blanca del Sí en el sobre o aún no tiene una posición firme. Esta medición también varía mucho según la encuestadora, pero en algunos casos está en el entorno del 50%.
Yamandú Orsi y Carolina Cosse, integrantes de la fórmula del Frente Amplio (FA), han manifestado que no le darán su apoyo a la reforma, que fue cuestionada en forma severa por más de un centenar de académicos del área de las ciencias económicas, incluyendo a exjerarcas y a Gabriel Oddone, quien será ministro de Economía si esa fórmula gana las elecciones. De todos modos, la propuesta cuenta con una sólida base entre quienes manifiestan que van a votar por el FA, de 48% a 68%, según distintas encuestas, que parece superar claramente el respaldo a los sectores de esa fuerza política dedicados, en el marco de la libertad de acción acordada, a hacer campaña por el Sí.
Todo esto indica que muchísima gente no conoce las posiciones de las personas en las que confía para gobernar el país, o que en realidad no confía tanto en ellas, sino que cree que se equivocan sobre un tema de indudable relevancia. Cualquiera de las dos posibilidades es alarmante y el fenómeno no debería pasar inadvertido porque revela una debilidad grave.
En una democracia de buena calidad, la relación del elenco partidario con la ciudadanía debería mejorar la comprensión de la realidad y las acciones para modificarla desde ambos lados. Esto implica escucharse con atención, discutir con franqueza, ampliar el campo visual, integrar saberes y avanzar en forma colectiva hacia propuestas de solución. Estamos en falta y no es un asunto menor.
Cualquiera sea el resultado del plebiscito, causará frustraciones y zozobras a cientos de miles de personas, porque estamos muy lejos de una percepción colectiva sobre lo que está en juego. Con independencia de ese resultado, es preciso registrar la señal de alerta y dedicarle un gran esfuerzo a resolver el problema.