Hay 11 lemas en competencia por el gobierno nacional y dos propuestas de reforma constitucional. Todas las opciones han surgido de la participación ciudadana en el marco de las normas vigentes, y la ciudadanía decidirá el domingo cuáles prefiere. No es poco.

El 1º de marzo del año que viene terminará el octavo período de gobierno democrático tras la dictadura que comenzó en 1973, y una jornada como la del domingo puede parecer simple rutina. Muchas personas opinan que a la campaña electoral de este año le faltaron propuestas trascendentes, debates de buen nivel y emoción. Hay motivos para estas quejas, y es importante que pongamos la vara cada vez más alta, pero el pueblo uruguayo tiene también motivos de satisfacción en la democracia que ha construido.

En las últimas cuatro décadas, mientras aquí elegíamos gobernantes cada cinco años y resolvíamos en las urnas referendos y plebiscitos, en la región y en el mundo han proliferado, entre otras desgracias, los conflictos violentos que distorsionan o impiden la convivencia democrática, los gobiernos que arrasan con libertades básicas, los fraudes electorales y los intentos fallidos y exitosos de golpes de Estado.

La democracia uruguaya tiene problemas pendientes de importancia, pero con ella hemos podido decidir que se alternaran en el gobierno todos los partidos mayores y hemos resuelto en forma directa sobre cuestiones cruciales para el país y su gente.

No es una feliz casualidad ni un regalo. Nuestra democracia existe hoy porque fue recuperada durante la dictadura, con el esfuerzo, la inteligencia y la dignidad valiente de muchísimas personas, en muy diversos terrenos. Hubo grandes sacrificios de gente famosa y de multitudes que no figuran en los libros de Historia.

La democracia uruguaya existe también porque desde 1985 fue defendida, cuidada y perfeccionada. No sólo desde las alturas de los poderes estatales, sino también en una infinidad de relaciones sociales constructoras de libertad, solidaridad, responsabilidad y oportunidades. En el trabajo y el estudio, la creación cultural y la conquista de derechos, los afectos y las militancias, los sindicatos y las cooperativas, el deporte y la crianza, la ciencia y las ollas populares, las disidencias y las resistencias, los medios de comunicación y las voluntades de informarse y pensar.

Una frase muy gastada califica a las jornadas electorales como fiestas de la democracia, pero si sólo las celebramos una vez cada cinco años, poco tendremos para celebrar. Hablamos de una riqueza que requiere inversiones cotidianas, compromisos de respeto, aporte y disposición al diálogo; firmeza para proteger la diversidad de opiniones y su expresión libre, pero también para rechazar que nos envenenen.

Es probable que haya un mes más de campaña y otra elección; es seguro que tenemos que reafirmar la democracia cada día de nuestras vidas. Van a ser 40 años desde la dictadura más reciente, que será también la última si nos hacemos cargo, colectivamente, de seguir avanzando. Organizar la fiesta no es una tarea exclusiva de los candidatos.