En las últimas horas fue publicado el Tercer informe nacional de prevalencia de inseguridad alimentaria en hogares, correspondiente a su edición 2024. Esta serie de informes surge como resultado de la inclusión de un módulo de seguridad alimentaria (el cuestionario FIES) en la Encuesta Continua de Hogares, en una tarea que vienen llevando a cabo el Instituto Nacional de Estadística (INE), el Ministerio de Salud Pública (MSP), el Ministerio de Desarrollo Social (Mides)-Instituto Nacional de Alimentación (INDA) y el Núcleo Alimentación y Bienestar, de la Universidad de la República (Udelar), desde 2022.

Entre los resultados más relevantes, se afirma que la prevalencia de la inseguridad alimentaria (en adelante, Insan) moderada o grave, en hogares, disminuyó de forma estadísticamente significativa respecto de 2023 (de 14,9% a 13,7%); además, se establece que la disminución también se observó en hogares con menores de seis años (de 19,9% a 17,6%) y también se apreció una reducción en el dato para la región compuesta por Montevideo y Canelones. Por otra parte, versa el informe, la prevalencia de las formas moderada y grave tuvo un incremento en la región compuesta por los departamentos de Flores, Durazno, Florida, Lavalleja, Maldonado y Rocha.

Si bien en el propio informe aparecen definiciones y un apartado metodológico bastante explicativo, recordemos que la Insan refiere a aquella situación en la que las personas carecen de acceso regular a los alimentos necesarios (inocuos, nutritivos), carencia frecuentemente vinculada (en Uruguay) a dificultades de orden económico. La FIES es uno de los instrumentos que se usa para medir estas dificultades: se trata de un módulo de ocho preguntas de respuesta dicotómica (sí/no), de donde se obtiene información que surge de la experiencia de las propias personas encuestadas, y se estructura en tres niveles: incertidumbre o preocupación, cambios en la calidad de los alimentos y cambios en la cantidad de alimentos.

En primer lugar, cabe decir que medir periódicamente la prevalencia de la Insan a nivel nacional con un módulo validado y confiable como FIES es muy significativo. Si bien no se trata de una cohorte (un seguimiento a las mismas personas/hogares a través del tiempo), podemos tener series anuales de fotos que nos permiten aproximarnos a la película. En segundo lugar, indudablemente se trata de datos positivos, en tanto se registra una disminución del indicador que además se sostiene en el tiempo. Sobre esto, no cabe discusión alguna.

No obstante, hay que decir que la escala FIES no cuantifica el consumo de alimentos, no sirve para evaluar el estado nutricional (no mide malnutrición) y, como surge de la propia FAO, “no es el instrumento adecuado para [...] evaluar resultados específicos en materia de nutrición de programas y políticas de seguridad alimentaria”. La Insan es multifactorial: sobre ella inciden la pobreza, los ingresos de los hogares, el nivel y la calidad del empleo, la volatilidad de los precios de los alimentos, aspectos productivos y hasta climáticos.

De modo que, si bien es un dato positivo el descenso de la Insan a nivel nacional, atribuírselo a “un Plan de Alimentación Territorial [PAT] sin precedentes”, como tuiteó recientemente el diputado Martín Lema, resulta, por lo menos, inexacto. El PAT es una extensión del Sistema Nacional de Comedores, que además tiene un alcance metropolitano, de modo que puede contribuir a aliviar situaciones de vulnerabilidad en esa región, pero difícilmente vaya a mover la aguja a nivel nacional. Una entera discusión aparte podría darse respecto del PAT y el ejercicio del derecho humano a la alimentación adecuada por parte de la población usuaria. Pero a menos que dicho plan incluya alguna suerte de onda expansiva, es difícil pensar que haya logrado disminuir la Insan también en otras regiones del país.

Por otra parte, esta subdivisión del país en regiones, que se ha hecho por motivos de representatividad estadística, es una fotografía valiosa pero pixelada; es decir, con escasa definición. Se corre el riesgo de homogeneizar realidades en territorios que encierran gran diversidad y profundas inequidades. Basta pensar en la región que comprende a los departamentos del centro del país (Flores, Durazno, Florida, Lavalleja), con los costeros Maldonado y Rocha: departamentos con índices de desarrollo, perfiles productivos o tasas de desocupación que pueden ser muy dispares, unificadas en un mismo dato de Insan regional. Ni hablar dentro de cada ciudad.

En este mismo sentido, pueden resultar muy ilustrativas las investigaciones desarrolladas por distintos servicios de la Udelar en hogares con niños y adolescentes del municipio A y con adolescentes de Bella Italia y Punta de Rieles (ambos en Montevideo), en las que se observó que los datos de las formas moderada y grave de Insan estaban muy por encima de la prevalencia regional y nacional, medida en ese momento por el primer informe. La famosa metáfora de los promedios y los enanos que se ahogan.

Un último dato importante para compartir: en los hogares del primer quintil de ingresos, la Insan moderada y grave alcanzó a uno de cada tres hogares (33,4%), dato que también mostró mejoras respecto de la medición anterior (37,1%). Muy buena cosa. De todas formas, la situación de vulnerabilidad, de borde, que seguramente padezcan aquellos hogares que probablemente han migrado a otra categoría de menor gravedad nos invita a reflexionar respecto de problemáticas estructurales que perviven en Uruguay, que requieren seriedad y una batería de medidas urgentes, enmarcados en una poderosa política pública, para no continuar hipotecando el futuro de buena parte de nuestras niñeces.

En síntesis, los resultados del Tercer informe son positivos y bienvenidos, pero podría parecer desmedido celebrarlos como un maracanazo, cuando en realidad son más bien el gol de la honra en un partido con un score muy desfavorable que venimos, como país, perdiendo desde hace tiempo.

Martín Pérez es licenciado en Nutrición y docente del Cenur Litoral Norte (Udelar).