Ayer se cumplieron 108 años del nacimiento del general Liber Seregni, fallecido hace casi 20, y su pensamiento sigue mostrando rumbos necesarios.
En el último tramo de su vida pública, después de renunciar a la presidencia del Frente Amplio en 1996, Seregni dirigió durante ocho años el Centro de Estudios Estratégicos 1815. Su prestigio y su capacidad de articulación lograron que hubiera diálogos amplios sobre cuestiones centrales para el futuro de Uruguay. Entre ellas, la inserción en una “sociedad del conocimiento” globalizada, con especial énfasis en el papel de los servicios públicos.
Sobre este tema y varios otros, procuró establecer bases para políticas de Estado. Planteaba que, del mismo modo en que la salida de la dictadura había requerido niveles nuevos de unidad entre los partidos y las organizaciones sociales, los cambios acelerados del mundo y el país exigían que confluyeran en algunas orientaciones programáticas de largo plazo, con fuerte sustento técnico.
Fue una de sus tareas más incomprendidas y cuestionadas. Se le acusó hasta de traición por promover aquellos intercambios. Muchos pasaron por alto que, en la riqueza y complejidad de su mirada política, la reafirmación de la identidad frenteamplista, en el marco del nuevo bipartidismo que ya había pronosticado a comienzos de 1985, no contradecía la construcción de puentes y de nuevas concertaciones.
No se trata, por cierto, de retomar toda la agenda del Centro de Estudios Estratégicos 1815, ni de desempolvar los libros que recogen el resultado de sus trabajos. Lo crucial es retomar la insistencia de Seregni en la dimensión estratégica de la política, con procedimientos, escenarios y ejes temáticos adecuados a las circunstancias actuales.
El presidente electo Yamandú Orsi ha reiterado su voluntad de convocar “una y otra vez al diálogo nacional para encontrar las mejores soluciones” y “construir una sociedad más integrada”. También ha adelantado expresamente que se propone recorrer ese camino en lo referido a la seguridad pública, amenazada por el avance del crimen organizado internacional, a la educación y a la seguridad social.
Otras áreas bien podrían ser el desarrollo sustentable en términos ambientales, la necesidad de contrarrestar las tendencias al aumento de la pobreza y la desigualdad, la problemática de los medios de comunicación, la segunda reforma de la salud, la ampliación del sistema de cuidados o las políticas de vivienda y ordenamiento territorial.
Por supuesto, y tal como sucedió en otras ocasiones, habrá discrepancias relevantes, y el hecho de dialogar no garantiza que se logren acuerdos, pero hay que intentarlo y avanzar cuanto sea posible. Durante el período de gobierno que termina hemos visto que la soberbia y el desprecio a las posiciones ajenas sólo logran resultados mediocres o retrocesos, vaivenes sin sentido y aumento del rencor. Es hora de buscar otros caminos, antes de que sea tarde.
Decía Seregni en su último discurso público, el 19 de marzo de 2004: “No hay democracia con miedo”. Busquemos, sin miedo, entendernos.