La población de Uruguay tiende a disminuir, pero el número de partidos que aspiran a representarla va en aumento. Para las internas de 2015 se registraron diez, para las de 2019 fueron 15, y para las de este año pueden ser 23, si tres de los que se presentaron ante la Corte Electoral culminan con éxito sus trámites.

Es un fenómeno llamativo, porque la gran mayoría de las preferencias electorales se reparte, según todas las encuestas conocidas, entre el Frente Amplio y los partidos del actual oficialismo, con evidente polarización entre ambas opciones. Hay varias explicaciones imaginables del fenómeno que pueden ser complementarias entre sí.

Una de las posibilidades a considerar consiste, simplemente, en que han surgido sensibilidades políticas nuevas, por lo pronto muy minoritarias, que no se sienten representadas en el actual elenco partidario y buscan un lugar propio. La fragmentación social e ideológica puede conducir a la fragmentación política y, de hecho, en las últimas elecciones nacionales la primera vuelta determinó que ingresaran al Parlamento tres partidos nuevos, aunque todo indica que esto ocurrió por motivos diferentes en cada caso.

El más exitoso de esos tres partidos, Cabildo Abierto, se benefició de una red nacional preexistente de organizaciones de retirados militares, como reconoció el año pasado su conductor, Guido Manini Ríos, en una entrevista para el libro Manini, el comandante sin jefe, de Fernando Amado. Por otra parte, es discutible que los cabildantes representen una sensibilidad política nueva, y más bien parece que gran parte de su apoyo surge de una que ya existía, repartida en otras fuerzas políticas.

El Partido de la Gente (PG), que logró una banca en la Cámara de Representantes, contó con una fuerte inversión de su entonces líder y candidato presidencial, Edgardo Novick, que se había hecho conocer en 2015 como candidato a la Intendencia de Montevideo, con el apoyo de los partidos Nacional y Colorado.

También obtuvo una banca en Diputados, con más votos que el PG, el Partido Ecologista Radical Intransigente, que probablemente es el que más se puede considerar representante de una sensibilidad relativamente nueva en términos partidarios. De todos modos, cabe acotar que su líder y único parlamentario, César Vega, ya había sido candidato en 2014 y tenía presencia en los medios de comunicación.

Otra posibilidad es que, atendiendo a que los dos bloques mayores se disputan una crucial franja indecisa de la ciudadanía, algunos de los nuevos partidos busquen ante todo “cotizarse” con miras a un balotaje, para lograr algún grado de participación en el próximo gobierno (si eligen bien a quién apoyar en noviembre).

Sea como fuere, la fragmentación del sistema partidario es problemática en términos de gobernabilidad, sobre todo en un sistema presidencialista como el uruguayo, que no cuenta con el recurso de las elecciones anticipadas cuando el gobierno nacional carece de mayorías parlamentarias. Una perspectiva de cinco años de inestabilidad y bloqueos a partir de 2025 sería muy inconveniente para el país.