Pablo Iturralde, presidente del Directorio del Partido Nacional (PN), tuvo que renunciar a ese cargo tras la publicación de chats suyos con Gustavo Penadés a fines de marzo de 2023. En ellos se preció de haber logrado, mediante presiones públicas, el cambio de fiscal de la investigación contra Penadés por abuso sexual.

El exsenador está imputado por delitos graves contra adolescentes a lo largo de décadas. Personas que militaron con él durante todo ese tiempo actuaron como si nunca hubieran percibido ni el menor indicio, y en algunos casos salieron incluso a proclamar que creían en su inocencia, desde posiciones tan altas como el Ministerio del Interior y la presidencia de la República, en vez de mantener el debido silencio para no incidir en el proceso judicial.

Iturralde no estuvo entre quienes defendieron públicamente a Penadés, pero le manifestó en privado su voluntad de ayudarlo a salir ileso. A la prensa le dijo que correspondía dejar que actuara la Justicia; a su correligionario, que había operado para intimidar a fiscales y lograr que el caso quedara en manos de una “amiga” de “total confianza”.

El cambio de fiscal se debió a simples causas burocráticas, y la “amiga” procedió con diligencia para proteger a las víctimas, obtener el desafuero de Penadés y plantear una imputación contundente. Nada de esto le quita gravedad moral a la conducta de Iturralde, y es relevante comprender que no se trató de un desliz individual y aislado.

En parte del elenco partidario hay una forma colectiva, oculta y malsana de concebir la política, que ahora queda registrada en celulares. Es el total opuesto de “decir lo que se piensa y hacer lo que se dice”: planifican qué discurso les conviene para acumular poder, aplastar a los adversarios y ocultar lo que realmente hacen. O para salvar a un Penadés. Entre quienes cultivan el engaño, decir públicamente lo que se piensa es torpe, y creer lo que se dice públicamente, tonto.

Ahora se incendió Iturralde, pero en ese mundo, probablemente, nunca fue más que un aprendiz prescindible. Hay gente mucho más ducha en la impostura, con coaching de especialistas. Los chats divulgados esta semana son el primer registro disponible de las actividades tras bambalinas de Roberto Lafluf, asesor del presidente Luis Lacalle Pou hasta noviembre del año pasado (cuando el caso Marset lo obligó a renunciar), y ahora en el mismo rol para el precandidato nacionalista Álvaro Delgado. Cuando todavía trabajaba en la Torre Ejecutiva, Lafluf aconsejó a Penadés sobre el modo en que le convenía plantarse ante la primera denuncia e influir sobre periodistas, tarea a la que también se dedicó personalmente.

Lacalle Pou dijo ayer en una rueda de prensa que Iturralde es una “gran persona” y que su renuncia “deslinda” al PN del hecho de que “en una conversación privada se haya equivocado”. Trató de transformar el escándalo en una oportunidad para criticar a los gobiernos del Frente Amplio y a Fiscalía. No sabemos si Lafluf aún lo asesora, ahora en forma honoraria, o si al presidente le basta con sus propias mañas, pero hace mucho daño.