En los últimos tiempos, la política ha evidenciado estar subsumida a las reglas de la publicidad y el marketing. Las derechas de todo el mundo han hecho un uso muy particular de esos medios, reformulados en la actualidad por la omnipoderosa presencia e influencia de las redes sociales, a las que le dan un lugar muy particular, pareciendo evidenciar un uso muy útil en la oferta de sus candidatos, porque los presentan en formatos en los que los contenidos son superfluos, con una valoración desmedida de la imagen, descartando el debate de ideas. A esto se le suma una fuerte agresividad, el apelar a cualquier tipo de acusaciones para desprestigiar a los candidatos. También se recurre al miedo, que es continuamente alimentado, recurriendo al viejo cuco de una izquierda destructora y empobrecedora del país.

Pintados talismanes de cartón nos hacen olvidar nuestros destinos

En las recientes elecciones internas del mes de junio, el candidato colorado Andrés Ojeda se impuso en la contienda, luego de invertir cifras millonarias en publicidad, fondos que no creyó necesario explicar de dónde provenían, tras ser interrogado insistentemente al respecto en múltiples oportunidades. Su presencia en las redes sociales, pretendiendo llegar a la población más joven del electorado, con videos preformateados, anuncia el modo en el que la campaña parece encaminarse hacia octubre: puestas en escena, la vida de los candidatos convertidas en spots, sus caras presentadas como objetos de consumo y, además, mucha realidad virtual. Su aparición en la vida pública de este país no se debió a sus notables desempeños en el ejercicio de su profesión ni a su recorrido de militancia política, sino que, de algún modo, anunciaba los modos de exhibición pública a los que habría de apelar posteriormente, pues lo hizo a partir de su noviazgo y matrimonio con una modelo reconocida del país, lo que le valió aparecer en varios programas de televisión e incluso ser tapa de revistas de hechos de actualidad. En ese momento, nada hacía presagiar que desde esos espacios cholulos y sociales Ojeda iba a saltar a la actividad política partidaria y, en 2024, convertirse en el candidato único a la presidencia del Partido Colorado, cosa que logró al enfrentarse a los sectores tradicionales de su partido y a sus principales líderes, y siendo resistido por muchos de ellos, que no le reconocían un suficiente coloradismo.

La historia dirá si podrá convertirse en el líder de esa congregación, porque como han demostrado muy bien los hechos recientes, una cosa es ganar las elecciones internas, ser el candidato a presidente, y otra muy distinta ser el líder del partido. El propio Julio María Sanguinetti relativizó la euforia y las expectativas despertadas por el triunfador, que podían anunciar la renovación colorada y su resurgimiento como fuerza política, recordando que este mismo escenario de expectativas renovadoras ya había tenido otras experiencias, que al final terminaron en grandes frustraciones. Se refería a los casos de Pedro Bordaberry y de Ernesto Talvi, que supieron triunfar notablemente en las internas, y al final ambos terminaron fuera de la política, ocasionando a la colectividad colorada una gran desilusión y dejando la sensación de que se debía empezar de nuevo.

El candidato colorado se plantea, dentro de la euforia despertada, renovar su partido y la política nacional misma. Hace apenas unos días expresó de un modo categórico, pretendiendo encarnar la sensibilidad de la época, que la política hoy ya no tendría que ver con conceptos, sino que se trataría de comunicar y comunicar bien, afirmando, pues, que ya no estamos en un tiempo de debate de conceptos o ideas, que quedan relegados a un lugar secundario, sino principalmente de impactar con palabras que seducen e imágenes que conmueven y emocionan. En este plano, tiene muy bien aprendida la lección de su maestro.

La renovación, advirtió, es hablar y peinarse distinto, presentándose como un candidato colorado que vive y se sitúa más allá de toda ideología. También quedó claro en su presentación en un programa de radio que desconocía la historia misma de su partido, cosa que ni siquiera lo despeinó. Anteriormente había declarado, en un hecho tan revelador como inédito, que su referente en política era el primer mandatario, Luis Lacalle Pou, lo que no cayó nada bien en el seno de su colectividad política, orgullosa de sus líderes y su pasado.

Luego fue más allá, y se definió trascendiendo a los partidos tradicionales, afirmando ser un nativo coalicionista, pues su razón de ser, su esencialidad es ser parte de la coalición, una estructura que pretende organizarse nuevamente para enfrentarse al Frente Amplio y que necesita para ello tener varias patas sólidas y confiables, y a la que le da más importancia que al partido que pretende representar. Esta posición, así narrada, es un síntoma revelador de la situación actual de su partido y su subordinación total al neoherrerismo en su versión del siglo XXI.

Su segunda gran definición también habla de su razón de ser política, que hasta ahora había estado principalmente centrada en ser el abogado defensor del sindicato policial, apelando a un discurso de defensa de la Policía, y en hablar como un experto en temas penales y de seguridad pública, pues lo hace como alguien que debe trabajar intensamente para evitar el triunfo electoral y el regreso del Frente Amplio al gobierno, es decir, se define desde la negación y de lo que pretende evitar, desde su oposición a un otro.

La intensa admiración por el presidente Lacalle Pou es otra de sus definiciones. Toma al actual presidente como modelo, usando sus mismos estilos comunicativos. Se llegó incluso a reunir con él, a pesar de que al producirse ese encuentro no ocupaba ningún cargo ni lugar partidario y tampoco se conocían sus proyectos y expectativas. Su presentación en los medios, el uso de las redes sociales, sus apariciones públicas, la práctica de la selfi, las risas y los besos constantes, el dominio de la comunicación nos presenta a una especie de clon colorado de Luis, un candidato todo imagen sin ninguna clase de contenidos ni definiciones serias. Porque, claramente, Ojeda es un gran comunicador, entrenado en la escuela del ejercicio de su profesión, es decir, es un especialista de la oratoria.

Su súbita aparición para muchos resulta sospechosa, incluso entre sus propios correligionarios, que dudaron de sus convicciones coloradas y dejaron entrever que había una mano extraña, ajena al Partido Colorado, manejando al muñeco.

El herrerismo de siglo XXI, el luisismo, ya domina completamente al Partido Nacional, y su voracidad se dirige hacia afuera, presentándose como una colectividad que puede incluso expresar otras sensibilidades sociales.

Alguien sueña... tus mayores te engendran

Describir este estado de situación me impone como inevitable recurrir a una referencia subjetiva y personal. Ver el lugar actual que ocupa el Partido Colorado, el papel que representa, me hace recordar a mi abuelo Ruben Cabano, un obrero metalúrgico del Cerro, que tomaba mate todas las tardes debajo de un cuadro de José Batlle y Ordóñez que ocupaba la pared del comedor de su casa, y por quien sentía una verdadera devoción. Como hijo de inmigrantes pobres genoveses, reconocía en el batllismo a quien le habían dado la oportunidad de tener una vida digna, de oportunidades y de derechos. Este amor hacia Pepe Batlle estaba en directa proporción a la aversión total que sentía hacia Luis Alberto de Herrera, a quien reconocía como el defensor de las clases privilegiadas, que hablaba despectivamente de personas que, como él, debió ser de niño un vendedor callejero de corbatas. Mi abuelo, nacido en 1920, conocía bien al herrerismo y se sabía de memoria algunas de las penosas y clasistas frases del viejo Herrera. También parece algo obvio entender que ese batllismo hace mucho tiempo que no existe más en el Partido Colorado.

A mi abuelo, y lo refiero a él como un símbolo de un Uruguay que ya no existe, ver al Partido Colorado representando este papel de socio dominado y genuflexo del herrerismo seguramente le parecería una especie de novela distópica.

El viejo sueño herrerista parece estar cerca de cumplirse: la aniquilación de los blancos progresistas. Esos que siempre fueron un dolor de cabeza para el herrerismo, a la luz de los resultados de las elecciones internas, han prácticamente desaparecido y fueron reducidos a la nada misma. Lo que se puede llamar el luisismo, esa versión del herrerismo siglo XXI, concretó el anhelo herrerista de una hegemonía total de la derecha blanca dentro de su partido, que se presenta renovada, nada ligada a lo tradicional. El presidente actual pretende presentarse como un verdadero fundador; por eso, más allá de su uso marketinero, actúa todo el tiempo inaugurando cosas sin jerarquizar ni distinguir: hoy una ampliación de una policlínica, mañana la declaración de monumento histórico de algún lugar o incluso una restauración eléctrica barrial.

El herrerismo de siglo XXI, el luisismo, ya domina completamente al Partido Nacional, y su voracidad se dirige hacia afuera, presentándose como una colectividad que puede incluso expresar otras sensibilidades sociales, preocuparse por los más pobres y desposeídos. En este sentido, el pase de Valeria Ripoll desde el Partido Comunista y desde el sindicato municipal no deja muchas dudas, sumadas a su condición de luchar por personas que sufren dificultades de salud. El partido está en orden, pues no hay ni habrá nadie en condiciones de desafiar al líder máximo, que es la figura que no se ve pero que, sin embargo, es con evidencia quien mueve los hilos y quien, al mismo tiempo, prepara el mejor escenario para su regreso triunfal.

Pero el Partido Nacional sabe que para ganar necesita de una coalición confiable, que se presente como un conglomerado plural que pueda, como una red de pesca, arrastrar la mayor cantidad de votos. Para ello necesita un Partido Colorado fuerte, y muchos creen ver en Ojeda el líder colorado ideal para ese proyecto. Necesitan también una derecha colorada que pueda enfrentar el discurso de Guido Manini Ríos, que ha demostrado ser un socio díscolo e inestable, que ha perdido su impulso luego de los escándalos de corrupción conocidos y que mejor sería que estuviera reducido a la mínima expresión. Necesitan a un Pablo Mieres que dispute un sector de los votos con el Frente Amplio, a partir de confrontar con tópicos bien definidos, por ejemplo, el feminismo, a partir de la elección de su candidata a vicepresidenta, Mónica Bottero, que se presenta como una verdadera paladín de la lucha feminista. Veremos qué expresión electoral tiene al final este Partido Independiente, que juró jamás hacer coalición con alguien como Guido Manini Ríos pero al final supo desdecirse y pudieron compartir gobierno sin ninguna clase de conflicto.

La política, igual, es el arte de decir y desdecirse.

El tiempo es olvido y es memoria

Ahora, más allá de las novedosas presentaciones marketineras y publicitarias, de las presencias del candidato de cartón, reducido a ser una imagen sin profundidad, casi un cartel mismo, no podemos olvidar que el proyecto herrerista está viento en popa y parece gozar de buena salud, convirtiéndose y presentándose de otra manera. El proyecto herrerista puede resumirse en pensar la sociedad como una enorme estancia. Su función es cuidar a los poderosos y privilegiados, administrar los beneficios de los dominantes. Se caracteriza por un notorio conservadurismo y una fuerte religiosidad, y el sentir que pertenecen a un sector que naturalmente debe dirigir la cosa pública y tener las riendas del país, porque son esencialmente diferentes y distintos. Este herrerismo podrá vestirse con mejores vestidos, pero sigue siendo el mismo.

Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.